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DISCURSO DE SU SANTIDAD JUAN XXIII
A UN GRUPO DE POLACOS RESIDENTES EN ROMA
CON MOTIVO DEL MILENARIO DE POLONIA
*

Sala del Consistorio
Jueves 8 de marzo de 1962

 

Señor Cardenal:

Con íntima emoción hemos escuchado en sus palabras el reiterado testimonio de la fidelidad y del amor de Polonia a la Santa Iglesia Católica. Mientras pronunciaba usted su hermosa salutación, nuestro pensamiento se complacía en volar hacia vuestras amadas regiones, un día visitadas por Nos con tanta satisfacción; a las esplendorosas y devotas iglesias, y, sobre lodo, al Santuario de la Virgen Negra, cuya imagen nos es familiar.

Ha expresado usted los sentimientos de los venerables y queridos hijos aquí presentes, y ha expresado también el testimonio de afecto de los fieles polacos con acentos muy gratos y amables.

Nos alegramos de la visita de hoy que renueva en nuestro ánimo los recuerdos de los amables encuentros que tuvimos con usted desde los días de su paso por Venecia en 1957. En su persona queremos ver a todos los obispos de Polonia, a aquellos a quienes tuvimos el consuelo de conocer y a los que todavía no hemos visto y de modo particular llevamos en el corazón.

Al volver a la patria diga a sus hermanos en el Episcopado que el Papa les acompaña en su generoso ministerio, les acompaña y les abraza a todos con intenso afecto.

Que el Señor nos conceda tenerlos junto a nosotros en la inminente celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II. Este es el ardiente deseo que sube en la plegaria y que confiamos a usted. señor cardenal, como prenda de suavísima esperanza.

Con amables palabras ha querido usted recordarnos que Polonia se apresta a celebrar el milenario de su nacimiento en Cristo con especiales festividades y, sobre todo, con una intensidad de sentimientos que sean dignos de aquellos antiguos padres en la fe.

Estamos seguros de que la obligada celebración de una fecha tan significativa no podrá menos de vigorizar en nuestros queridos hijos aquel fervor de convicciones y de santos propósitos que son el más brillante honor de los pasados siglos de su historia; y al mismo tiempo será ocasión para hacer que resplandezcan las gloriosas tradiciones de piedad religiosa, de cultura y de arte de Polonia tan admirables ya en el mundo. En circunstancias a menudo difíciles, entre guerras y pruebas de toda clase, los católicos polacos han hecho siempre brillar muy alto la antorcha del Evangelio y de la fidelidad a Jesús Redentor: «Non ... hospites et advenae, sed ... cives sanctorum et domestici Dei, superaedificati super fundamentum apostolorum et prophetarum, immo summo angulari lapide Christo Iesu» (Ef 2, 19-20) [No sois ya extranjeros y huéspedes sino conciudadanos de los Santos y familiares de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús ].

Nos confiamos que el nuevo milenio que se abre ante vuestros pasos será un caminar alegre y generoso sobre la misma vida de sólida fe, de buen ejemplo y de caridad fraterna.

También la alusión a la encíclica Mater et Magistra suscita un eco de paternal complacencia en nuestro espíritu. El documento ha querido testimoniar una vez más la solicitud con que la Santa Iglesia ha mirado los problemas sociales planteados con tanto urgencia en los últimos cien años. Las legítimas aspiraciones de la clase obrera, las transformaciones sucedidas en la sociedad han encontrado a la Iglesia siempre vigilante y atenta, como Madre de todos sus hijos, como Maestra de verdad y de justicia. De la aplicación de la doctrina social de la Iglesia depende la justa solución de los problemas del mundo del trabajo; sólo así se puede llegar a una mayor justicia social, a una más estrecha colaboración entre patronos y trabajadores, a un verdadero progreso dentro del respeto mutuo de los derechos y de los deberes de cada uno; lo que conduce al deseado fruto de la paz, cuyo sincero deseo es anhelo incesante de todos los hombres de buena voluntad. Quiera el Señor que el alba serena de esta paz brille cada vez más en el horizonte de los pueblos para salvaguardia de los tesoros que cada uno de ellos encierra en la diversa estructuración de la familia humana.

Señor cardenal: Sus palabras nos han dado ocasión para paternales efusiones de augurio y de preocupación a la vez. Se las agradecemos. Y las confiamos todas a la poderosa intercesión de la Virgen Negra de Jasna Gora, junto a cuyo altar está el corazón de toda Polonia.

¡Oh Virgen Santísima de Czestochowa, Reina de Polonia, a ti sube nuestra plegaria confiada, que un día pusimos delante de ti, renovando la consagración de nuestro humilde servicio a la Santa Iglesia. Acoge las aspiraciones de todos estos tus hijos, que siempre has mirado con ternura maternal como tu herencia. Ellos son tuyos y tuyos quieren ser. Acompáñales en el camino cotidiano y sé su estrella, su fuerza invencible, su premio celeste. Así sea, así sea.

Como coronamiento de la alegría de este encuentro descienda sobre vos, señor cardenal, sobre todos los presentes y sobre la entera Polonia querida, como también sobre todos sus hijos esparcidos por el mundo, nuestra bendición apostólica, propiciadora de todas las gracias divinas.

 


* Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, p.173-175.

 

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