DISCURSO EL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS MIEMBROS DEL «ANTONIANO» DE BOLONIA*
Sábado 26 de mayo de 1962
Al distinguido encuentro con los participantes en el Congreso del Turismo social viene a realzarlo la presencia del distinguido grupo boloñés del Antoniano, que también acogemos con júbilo y saludarnos con alegría.
La asociación merece por sí misma la benévola atención del que despliega las energías intelectuales y morales al servicio de la caridad. El Antoniano se propone precisamente irradiarla en su doble fisionomía, que antiguamente se denominaban obras de caridad espirituales y corporales.
Difusión del Evangelio y doctrina religiosa, asistencia a los pobres y enfermos, y además —no menos importante y en este caso también eminente-- el apostolado de la cultura conforme a las aspiraciones más nobles y elevadas de los hombres de todos los siglos. Este programa amplio y atractivo incita al perfeccionamiento a los miembros de la asociación y hace más clamorosa en Bolonia, ciudad queridísima, la invitación a los perennes ideales cristianos.
¡Tened ánimo, queridos hijos e hijas! Esforzaos en las dificultades. Sed concretos y mirad lo esencial. Que el respeto a las formas jamás ahogue en vosotros el latido de los corazones.
Siguiendo las sabias indicaciones del vuestro cardenal arzobispo; apoyados en el mensaje franciscano, que tanta fascinación ejerce todavía en las almas, continuaréis la antigua tradición de la gran misericordia, que escribió poemas de bondad, de gracia, redención y santificación.
Siendo joven sacerdote, exactamente a la edad de treinta años, el 12 de noviembre de 1911, fuimos invitados en nuestra ciudad natal a pronunciar un discurso, que luego fue publicado con el título: «La Gran Misericordia de Bérgamo y las otras instituciones benéficas dirigidas por la Congregación de caridad».
En aquellas circunstancias, tratándose de la ceremonia de sufragio por las almas de los bienhechores, nos agradó comentar el fragmento tan significativo del Eclesiástico, que comienza con las palabras: Laudemus viros gloriosos et parentes nostros in generatione sua... (Eccli. 44, 1-2).
Salió a luz un trabajo modesto pero completo con referencias históricas, elevaciones ascéticas y alegre estímulo a nuestros queridos conciudadanos de entonces para entregarse con generosidad a los deberes siempre nuevos de la caridad, conforme a las tradiciones patrias: instrucciones populares, fomento de las vocaciones, decoro del culto, esplendor de arte sagrado, innumerables providencias para las necesidades ordinarias y extraordinarias en tiempo de guerra, pestilencia y carestía.
Todavía nos emociona el recuerdo de aquel ejercicio sencillo pero fervoroso de sagrada elocuencia y del pequeño poema que logramos pergeñar en memoria de nuestros antepasados.
"Almas humildes de obreros —decíamos entonces— de artesanos, de sencillos y buenos fieles, a los que la Asociación acogía elevándolos al rango de los grandes y de los patricios, que a todos hermanaba en el Corazón de Jesús, que extendía sobre todos sus abiertos y misericordiosos brazos en un abrazo, en un beso santo de divino amor" (Cf. Sac. Doc. Ang. Roncalli, La Gran Misericordia, etc., Bérgamo, Tip. S. Ales., 1912, página 31.)
La antigua y nueva Bolonia también quiere recoger de vosotros, cual eco fiel, la voz misteriosa de los siglos, a la que la sucesión de los acontecimientos y dificultades no han quitado nada de aquel renombre que es y sigue siendo semilla de vida y de gloria. De aquí proviene el alimento perenne para toda actividad que honra al hombre, para toda actividad que lo libra de complejos de inferioridad, lo hace capaz de apreciar lo que es bello, capaz de encaminarse a lo que es bueno, En definitiva, hace que contribuya no sólo a conservar y salvar sino a transmitir los valores de la civilización cristiana y a extender su beneficiosa influencia.
El Antoniano acoge y hermana a ancianos y jóvenes, hombres de estudio y de acción, intelectuales y obreros. Es bueno y edificante. Así en el espíritu. de la auténtica expresión cristiana del pensar y obrar se unen las experiencias del atardecer con los entusiasmos de la mañana, los conocimientos de los libros con las necesidades del vivir cotidiano.
¡Queridos hijos! Estas palabras son la expresión de nuestra paternal estima por la actividad de la que nos habéis dado una muestra.
¡Finalmente, para desear sigáis con renovado y generoso ardor, que os anime a esta obra de apostolado paciente y sereno, con vosotros nos dirigimos hacia la colina de vuestra Virgen de San Lucas, a la que acudimos muchas veces en devota peregrinación.
Desde lo alto la divina Madre vela sobre la laboriosa ciudad y encomienda a su Hijo cada una de las familias de Bolonia, así como aquellas que saben todavía introducir en su vida el rosario y las que tal vez lo han olvidado. El rostro dulce y suave de María habla al corazón de los buenos boloñeses. Estamos seguros de que por encima de lo que podemos ver y entender el coloquio de la Madre con sus Hijos no ha terminado. No, sigue, comienza o se reaviva.
Vosotros contribuís con toda vuestra fe y caridad a esta misteriosa tarea, que secunda la divina gracia, y promete consolaciones terrenas. .
A este deseo de nuestra alma pone un epílogo la Bendición Apostólica que de todo corazón impartirnos a vuestro cardenal arzobispo, a quien saludaréis amablemente por Nos, al Antoniano y a sus actividades, a vuestras personas y queridísimas familias. ¡Amén!
* Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 298-301.
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