DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO
DE DIRECTORES DE DIARIOS*
Sala el Consistorio
Lunes 28 de mayo de 1962
Estén seguros los representantes de la prensa de hallar siempre en Nos una acogida cordial. Conocemos bien su importante misión en la formación de la opinión pública —lo hemos afirmado repetidas veces— y apreciamos, entre otros, los servicios que pueden facilitar en el terreno religioso por la seriedad y objetividad de las informaciones que proporcionan a sus lectores.
Y cuando se trata, como hoy, no ya únicamente de simples periodistas, sino de los que llevan la principal responsabilidad de los órganos de la prensa, los directores, reunidos en Roma en Congreso Internacional, nuestra satisfacción es mayor todavía al poder darles aquí la bienvenida.
Contamos con vosotros, pues, señores, y de modo muy especial al aproximarse el segundo Concilio Ecuménico Vaticano, acontecimiento importante del que se puede esperar ejercerá una benéfica influencia incluso fuera de las fronteras de la Iglesia católica sobre todos los hombres de buena voluntad.
Pero para lograr, ese objetivo, teniendo en cuenta las condiciones del mundo actual, la colaboración de los órganos de la prensa se revela no sólo útil sino en cierto modo indispensable. Hemos pensado en ello y nuestra intención es dar un nuevo y más amplio desarrollo a la Oficina de Prensa que hemos establecido junto a la Comisión Central preparatoria del Concilio, con objeto de que la opinión pública pueda ser informada adecuadamente.
Deseamos mucho, pues, que los periodistas, por falta de información suficiente, no se vean obligados a hacer conjeturas, más o menos verosímiles y a lanzar al público ideas, opiniones, esperanzas que luego aparecerían mal fundadas o erróneas. Una información, limitada, sin duda, por las exigencias de la discreción, pero positiva y suficientemente abundante, les permitirá desempeñar aquí su noble profesión en condiciones satisfactorias. Lo esperamos para ellos y sus lectores.
Hemos mencionado las exigencias de la discreción. En efecto, es un elemento que hay que tener en cuenta cuando se trata de las relaciones de las almas con Dios y de la vida de la Iglesia, y estamos seguros de que lo entendéis perfectamente. Pero ya que se ofrece la ocasión, permitid que os manifestemos nuestro pensamiento a este respecto.
Sabéis, como Nos, que para ciertos publicistas lo que más importancia tiene en la vida de la Iglesia es lo que habla a los ojos y a la imaginación: la manifestación externa, el color local, la crónica de sucesos, sobre todo los más espectaculares. Se quiere hacer reportajes en el Vaticano, explorar, fotografiar, filmar... Y como es imposible satisfacer siempre esas peticiones, que se repiten continuamente, hay el peligro de cierto malestar, una especie de desilusión o de pesar de que la Iglesia no se preste de más buena gana a las exigencias de la publicidad.
Ante un distinguido auditorio como el vuestro, no se requiere largos discursos para demostrar que esos sentimientos provienen de una visión incompleta de la naturaleza y misión de la Iglesia.
Lo que importa ante todo en la Iglesia, lo que debe acaparar la atención, es lo esencial de su mensaje, la vida de fe que comunica a las almas a través de los tiempos, el testimonio que da hoy como en los primeros siglos, las verdades que enseña o recuerda a los hombres de cada generación. El periodista que no se queda en las apariencias exteriores sino que sabe observar esta vida profunda de la Iglesia, nota que junto a la Iglesia que habla, está también a veces la Iglesia que calla; como una madre de familia prudente, recurre a la palabra y a la exhortación, pero también sabe, llegado el caso, usar de discreción y de silencio; discreción y silencio que tienen su razón de ser y que un hijo atento y sensible sabe interpretar.
Estos pensamientos, que os confiamos, señores, hallarán en vosotros, estamos seguros de ello, comprensión y asentimiento. Y nos complacemos en creer que los amplios sectores de la opinión pública, que tenéis la misión de informar y orientar, tendrán la ventaja de vuestra información, tal vez más sobria pero más adecuada y provechosa.
Permitid os digamos, para terminar, con qué viva satisfacción hemos conocido el tema que habéis escogido para vuestro Congreso: "La información sincera al servicio de las libres aspiraciones de los pueblos". Es todo un programa, del que sólo queremos destacar una palabra: información sincera. Aquí reside, efectivamente, el honor de vuestra profesión, por lo cual puede granjearse la estima y el respeto de todos: la sinceridad en la información. Con ello desempeñar asimismo, un papel benéfico y contribuye al bien general, porque nada es tan nocivo a la sociedad como la mentira y el error de fomentar la desconfianza y la discordia entre los hombres y entre los pueblos.
Por lo cual, un redactor concienzudo sabe imponerse, por ejemplo, la mesura de las palabras en la elección de un título, sabe someterse a lo que podríamos llamar la "disciplina de la espera", cuando es consciente de que una presentación apresurada de las noticias, que posee, podría causar un grave perjuicio a la sociedad, o más grave todavía a las relaciones internacionales. Ya nos entendéis, nada turba, nada desorienta más la opinión, nada puede esterilizar también los buenos sentimientos como un alud de noticias presentadas sin discernimiento ni reserva al servicio de tales o cuales intereses encontrados.
A veces se oye decir que los periodistas no siempre están acostumbrados a rectificar un error o una exageración conforme a las exigencias de una perfecta lealtad. A vuestra conciencia profesional corresponde quitar todo fundamento a este alegato.
Acoged benignamente, señores, estas palabras de exhortación, estímulo paternal para que sigáis el ideal que muchos de vosotros se propusieron, estamos seguros de ello, al comenzar la carrera de periodistas: elevar esta profesión a la dignidad de una misión que sea verdaderamente educadora y útil en extremo para la sociedad.
Rogamos de buen grado para que vuestro Congreso se vea coronado por el mayor éxito y para que Dios os ayude con sus gracias en vuestros trabajos diarios. Y en prueba de nuestra benevolencia os impartimos a vosotros, así como a vuestras familias y a todos los que representáis aquí, una copiosa Bendición Apostólica.
* AAS 54 (1962) 455; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 302-305.
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