DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LA CONGREGACIÓN DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE JESÚS
Y A UN GRUPO DE TRABAJADORES*
Sábado 2 de junio de 1962
Queridos hijos:
El encuentro de hoy, que reviste un tono de exultación y de resonancia, renueva en nuestro corazón sentimientos de emocionada complacencia. Siempre es grande nuestro consuelo al recibir a peregrinos y visitantes llegados de todas las partes del mundo y el vibrar de vuestro asentimiento manifiesta correspondencia filial. A todos damos la bienvenida, a todos saludamos cordialmente.
Dos peregrinaciones nos ofrecen la oportunidad de dirigir unas palabras de estímulo que abarcan con solicitud de enseñanza paternal a todos los demás que forman alegre círculo.
Y, sobre todo, nos dirigimos a la peregrinación de la familia, que toma su nombre de la Preciosísima Sangre de Jesús, Misioneros y Hermanas Adoratrices, juntamente con los afiliados a la homónima Pía Unión. Está bien que el encuentro, tan deseado, queridos hijos e hijas, se celebre en, la Basílica Vaticana en presencia de numerosos grupos de fieles.
Así tenemos la ocasión de proclamar alto el significado profundo de la devoción a la Preciosísima Sangre, como venimos sugiriendo desde los primeros actos del nuestro Servicio Pontifical. En otra circunstancia solemnísima, el 31 de enero de 1960, en la clausura del Primer Sínodo Diocesano de la Urbe, nos pareció natural reunir en un solo latido las tres devociones al Nombre, al Corazón y a la Sangre de Jesús para iluminar y estimular las formas de adoración que debemos al Divino Redentor (AAS LII, 1960, páginas 305-306).
Vuestro titulo, queridos hijos de la Congregación de la Preciosísima Sangre, os distingue de otras instituciones, pero todo cristiano se considera hermano con vosotros por el hecho de pertenecer a la herencia de Cristo, que a todos redimió "in Sanguine suo" (Ap 5, 9).
En las amables palabras que nos habéis dirigido, habéis recordado tres documentos nuestros referentes a la devoción a la Preciosísima Sangre: las Letanías promulgadas el 24 de febrero de 1960, la Carta Apostólica Inde a primis del 30 de junio, posterior, y, finalmente, la invocación "Bendita sea su Preciosísima Sangre" insertada el 12 de octubre de 1960 en las piadosas súplicas que se recitan después de la Bendición Eucarística. En realidad, con estos documentos nos parece haber ofrecido a los fieles más que una prueba indicadora de nuestra devoción personal el impulso que como "Episcopus Ecclesiae Universalis" creemos deber dar ala piedad religiosa en este terreno.
Hoy queremos volver sobre el tema. Es muy conocido el respeto que la Iglesia tiene a las expresiones personales y comunitarias de la devoción popular cuando éstas brotan de las fuentes naturales de la Liturgia y del Sagrado Libro y recaban el estímulo de la Jerarquía, así como de los maestros calificados y reconocidos de doctrina dogmática. Por otra parte, se comprende cómo la amable condescendencia con las diferentes devociones no puede llevar al extremo de no tener el peligro de empobrecimiento del culto, de la desproporción y de la discordancia de que a veces se tienen que lamentar los obispos.
En los umbrales del Concilio quisiéramos proponer a nuestros hijos que hagan cada vez más universal el sentido y el método ele la oración; que sepan contenerse en las efusiones características del sentimiento en las que puede ocultarse alguno de los defectos aludidos.
Ni el propio lugar de origen ni la diócesis o familia religiosa propia de cada uno deben proponerse como exaltación o parecer el objetivo final de las devociones particulares. Siempre en todo y por parte de todos se debe expresar principalmente el sentido de la catolicidad y universalidad así de la fe como del culto.
Si el buen cristiano se acomoda al compendio del catecismo, que le preparó a hacerse adulto en la Iglesia y vive en la luz de la doctrina católica, si se acomoda a las normas de la piedad litúrgicas, poema de sublime elevación y de perfecta educación, si además se acomoda a los testigos universalmente difundidos de la Iglesia, entonces no se equivocará jamás.
Ante él, envuelta en misteriosa luz, estará la doble verdad de fe como Jesucristo propuso al mundo: Dios uno y trino, que sumerge en su poder y amor; el Hijo de Dios hecho hombre para recordar a los hombres su dignidad de hijos adoptivos de Dios, porque Nos sabemos muy bien que de aquí brotan como de su fuente principal las devociones al Nombre, al Corazón y a la Sangre de Cristo. Siempre parece El esplendoroso como en la majestad de los ábsides basilicales: El conocido y amado, dado a conocer y amar. Su Nombre resume el misterio de su nacimiento y muerte; su Corazón proclama el doble mandamiento del amor de Dios y del prójimo; su Sangre es la nota más sublime de su sacrificio redentor que se renueva mística y realmente en la Santa Misa y da el sentido y orientación a la vida del cristiano,
Esto es todo; es decir, la irradiación de la infinita caridad del Salvador anunciada en el Nombre, simboliza en el Corazón, hecha elocuente en la Sangre, no son conceptos complicados y difíciles, ni superposiciones que impidan la visión armoniosa del conjunto. Todo se compagina en sereno equilibrio. También la devoción a la Virgen: la Madre de Jesús entra aquí a ocupar el puesto como entran los profetas y los apóstoles, los mártires y los doctores, los confesores y las vírgenes.
La doctrina pura y dulce lleva al cristiano a participar cada vez mejor en los divinos misterios del altar y a conformar con ellos la conducta y su apostolado de testimonio personal y deberes sociales.
Esta es finalidad de la devoción a la Preciosísima Sangre, ésta, la orientación a una piedad cristiana siempre consciente.
He aquí, queridos hijos e hijas, el significado de vuestra presencia en la Iglesia, el tono que debe adquirir vuestro servicio en su seno: difundir la devoción a la Preciosísima Sangre a la luz de esta doctrina. Nuestra oración os acompaña en el camino que habéis escogido de trabajo generoso en la humildad y ocultamiento y os anima a seguir con todo fervor.
* * *
Y ahora es muy natural que nos dirijamos al calificado grupo de los obreros de las industrias de Ivrea conducidos por su celoso obispo.
La presidencia central de las Asociaciones Cristianas de Trabajadores Italianos y los Dirigentes de algunas Sociedades Industriales, que en el encantador escenario de Ivrea han dado expresión a formas validas de trabajo y alcanzado metas de organización, y desarrollo técnico dignas de relieve, confieren dignidad y viveza a esta peregrinación de buenos piamonteses.
Queridos hijos e hijas: También para vosotros la acogida cordial y alegre que reservamos a los representantes de la gran familia de los trabajadores. Con frecuencia y de diferentes países vienen a expresar y proclamar su fe en Cristo y su amor a la Iglesia.
Nos habéis traído regalos escogidos, fruto de vuestro trabajo realizado con tanta pericia y abnegación. Tendremos junto a Nos, como recuerdo de este día, la máquina de escribir, y os damos las gracias por ello. Pero sobre todo estimamos los dones que habéis destinado a la celebración del Concilio y para las jóvenes cristiandades de los países de misión.
El delicado pensamiento nos conmueve, y al ver los tejidos y ornamentos que deseáis destinar a las misiones, nos recuerda un delicioso episodio de la vida de San Pedro, según se nos cuenta en los Hechos de los Apóstoles (Hch 9, 36-42) con ocasión del milagro por el que llamó a la vida a la difunta Tabita, mujer "rica en buenas obras y en limosnas que hacía" (ib. 9, 36). Cuando el Príncipe de los Apóstoles llegó a aquella casa, le rodearon las pobres mujeres de Jope que, llorando "le mostraban las túnicas y vestidos que Dorcade les hacia" (Hch 9, 39).
Esta aplicación de la palabra de los Hechos os convenía. Habéis venido junto al Sucesor de Pedro y le habéis ofrecido, también vosotros, los vestidos de la caridad, que irán a los más necesitados de aquellos territorios donde es anunciado el Evangelio de Cristo a los pobres.
Toda la doctrina social de la Iglesia se proclama en este elogio exigido por la ley de la caridad: dar y darse. Dar para alivio del que ha recibido menos de las situaciones que están evolucionando, y darse generosamente sin cálculos ni compromisos. Y Dios mismo es el que recibe y premia. También vosotros merecéis este elogio, y el Papa, que os habla, os lo repite, invocando para vosotros las constantes predilecciones del Señor,
La caridad atrae poderosamente las gracias del Cielo porque Dios devuelve el ciento por uno al que da en su nombre. Por lo tanto, pedimos por vosotros, por la prosperidad de vuestro trabajo, por la paz de vuestras familias a las que llevaréis nuestro saludo y auspicios.
Tal estimulo se dirige asimismo a todos los queridos hijos que están aquí presentes, a sus seres queridos, especialmente a los niños, a los enfermos y a los que sufren, a los ancianos. Que en todos esté la verdadera paz y la alegría del espíritu, de las cuales quiere ser prenda certísima nuestra copiosa Bendición Apostólica.
Ayer tarde, en el Patio de San Dámaso, terminamos el encuentro con una falange compacta y generosa de Jóvenes de Acción Católica Femenina, recordando el dies Christi Iesu anunciado por San Pablo. Esta mañana de este gran día, que responde a las promesas infalibles de Jesucristo Nuestro Señor, os hablaba el Príncipe de los Apóstoles, Escuchemos esta lejana voz, siempre viva, queridos hijos e hijas, y hagamos de ella un programa de vida en el continuo esfuerzo de santificación individual y de animosa cooperación en el apostolado de la Santa Iglesia ante la inminencia del Concilio.
"Pero nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra tierra nueva, en que tiene su morada la justicia, según la promesa del Señor. Por esto, carísimos, viviendo en esta esperanza, procurad con diligencia ser hallados en paz, limpios e irreprochables delante de El" (2P 3, 13-14). Amén. Amén,
* Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 324-328.
Copyright © Libreria Editrice Vaticana
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana