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LLAMAMIENTO DEL PAPA JUAN XXIII
A LA CONCORDIA Y LA PAZ EN LAS REGIONES DE ÁFRICA
*

Basílica Vaticana
Domingo 3 de junio de 1962

 

Queridos hijos:

Vuestra alegre presencia aquí esta mañana, como la de tantos otros que os precedieron, es motivo de edificación y de alegría para toda la Iglesia católica. ¿Cómo no iba a servir también al Papa de satisfacción y ánimo? El es el primero, por cierto, en alegrarse.

Pero en este valle de lágrimas, "in hac lacrymarum valle", la alegría del alma ante tantas manifestaciones de piedad o de caridad ordinariamente va acompañada de acentos de profunda tristeza.

Hoy queremos abrir nuestro corazón, confiaros lo que le apena y aflige más. Así podréis uniros mejor a la súplica que elevamos al Dios Todopoderoso, dueño de las voluntades, conjurándole para que mueva los corazones a respetar absolutamente su santa ley, que es la misma para todos.

Con la mano en la conciencia, la mirada en los ojos de los jefes que tienen el poder de decidir y de sus colaboradores capaces de influir en las decisiones, proclamamos esta súplica a los cuatro puntos cardinales.

Nuestra angustia es grande a la vista de la sangre que riega la tierra, dondequiera que sea, conforme o contra las reglas de los conflictos armados. Pero ¿qué decir cuando se trata de víctimas humanas sacrificadas con desprecio de los acuerdos en vías de aplicación o de los acuerdos buscados, sacrificadas al azar por una afirmación mal entendida de derechos?

El mandamiento divino resuena firme y grave: "Non occides", no matarás; mandamiento definitivo dado por el Autor de la vida; mandamiento dado para proteger y defender un derecho, que es para todos igual y cuya transgresión acarrea fatales consecuencias y desastrosos resultados en el terreno de las relaciones internacionales.

¡Oh playas mediterráneas de África, que Nos visitamos, cuyo vasto círculo, que se extiende desde Túnez a Marruecos, visitamos hace doce años; tierras que el trabajo y la concordia, podían todavía vivificar en beneficio de las poblaciones y en el triunfo de la justicia, que llegue, que surja pronto el día, que vea reinar la paz en todas esas regiones, paz de la fraternidad tan deseada y tan invocada, paz portadora de prosperidad para todas las familias!

Renovamos la angustiada súplica, que hace poco elevamos: que nadie se arrogue el derecho de truncar vidas humanas. ¡Que todos sepan, por el contrario, ver en cada hombre la imagen del Dios Creador, Padre de todos, y que se estrechen las manos todos los que son hermanos en Cristo Redentor!

¡No matéis, ni con la espada ni con la palabra o por la prensa, ni tampoco con la aquiescencia y exasperaciones nacionalistas!

La tierra es de Dios con todo lo que contiene: "Domini,est terra et plenitudo eius". Dios es el dueño, nosotros somos los habitantes de la tierra. En esta tierra tenemos el deber de favorecer, la pacífica evolución de los pueblos en el respeto de los derechos del prójimo, incluso cuando esto exige renunciamientos o limitaciones personales.

Así, hombres de diverso origen, pero respetuosos unos con otros, podrán ofrecer al mundo el espectáculo de la leal colaboración, de ,un intercambio complementario de energías e intereses, de hombres que tienden unánimemente al bien común y elevación de los pueblos.

¡Quiera Dios escuchar nuestros votos y súplicas! Y vosotros, queridos hijos e hijas, sostened los brazos del Padre común de la Cristiandad en oración y haceos eco de sus palabras.

¡Escuchen los hombres la voz temblorosa pero enérgica que se eleva de este glorioso sepulcro del Apóstol Pedro!

¡Así, dejando toda obstinación y violencia; prevalezca el imperio del derecho y de una mutua caridad, y en las tierras ensangrentadas de África sean bendecidos los autores y edificadores de la paz!


* AAS  54 (1962) 447; Discorsi Messaggi Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 335-337.

 

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