DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS SEMINARISTAS Y ALUMNOS DE LOS COLEGIOS ECLESIÁSTICOS
EN EL 58º ANIVERSARIO DE SU ORDENACIÓN SACERDOTAL*
Castelgandolfo
Viernes 10 de agosto de 1962
Queridos hijos:
La última sesión de estudio de la Comisión Centra Preparatoria del Concilio, el 20 de junio pasado, exigía entonces, y lo tuvo en realidad, un amplio discurso del Papa, en señal de gratitud a Dios que iluminó las inteligencias y sostuvo muchas buenas voluntades; y de reconocimiento a los prelados de la Iglesia universal, que examinaron y coordinaron el inmenso trabajo realizado en tres años.
Vuestra presencia esta mañana, estimados jóvenes seminaristas y queridos sacerdotes, Nos recuerda las expresiones pronunciadas al final, como corona de aquella noble asamblea.
Decíamos a aquellos venerables hermanos e hijos nuestros: “...Servíos transmitir a las almas que encontréis —en estos tres meses—no solamente las óptimas impresiones de todo cuanto vuestros ojos han visto, y de la contribución que cada uno haya podido prestar a la preparación del Concilio aquí en Roma, sino también de la clara luz, digamos, no ya de un tranquilo atardecer, más bien de una alegre mañana, como se Nos anuncia el próximo octubre bajo los auspicios de la Madre de Cristo y Madre nuestra”.
Leer y meditar
Imaginad. El Papa, el humilde Pastor de la grey de Cristo, en el momento de dirigirse a las figuras más representativas de la Iglesia reservaba en la visión su espíritu un puesto especial a vosotros, esperanzas destinadas a recoger las primeras aplicaciones y los frutos preciosos del gran acontecimiento del Concilio.
En la inminencia de su colaboración, penetrad con viveza de consentimiento, y haced vuestras las indicaciones que hicimos a aquellos altos prelados el 20 de junio, y que fueron acogidas con visible emoción. Deseamos repetirlas también a vosotros, apuntadas como están sobre algunas páginas del Evangelio de San Juan.
Leed y meditad en las páginas que deseamos indicaros para común edificación. En el capitulo primero; los cielos abiertos y la contemplación del Misterio del Verbo de Dios: “In principio erat Verbum”. La tierra allanada por los pasos del Precursor, Juan el Bautista, cuyo testimonio de austeridad personal y de sangre envuelve y vivifica toda la narración evangélica. Luego también el capítulo X con la parábola del Buen Pastor, de la que sacamos ya los auspicios para Nuestro Pontificado en el discurso del 4 de noviembre de 1958, día de Nuestra solemne coronación en la basílica vaticana. Finalmente, leed también los últimos discursos del Señor, contenidos en los capítulos XIV, XV, XVI y XVII; especialmente la última oración de Cristo, con el divino anhelo: “Ut unum sint”.
Juventudes vibrantes
Nos es dulce el pensamiento de vernos hoy reunidos en este aula, que es ya familiar a los católicos del mundo entero.
A las puertas de Roma con el encanto de la naturaleza, los fieles vienen aquí a saludar al Papa; y, Nos, deseamos acogerlos y conversar con ellos con toda sencillez: los ojos en los ojos, los corazones palpitan. La mayor parte de los peregrinos está compuesta de jóvenes. La emoción corre por el espíritu del anciano padre y se comunica a los hijos, todos igualmente queridos, procedentes no sólo de diócesis y países próximos, sino de todos los continentes, gentes de todas las edades y profesiones, de diversa educación cultural, y también pertenecientes a confesiones religiosas diversas de la católica.
Las nuevas naciones en el corazón del Papa
Al sentir las voces de los hijos de Europa y del vecino continente de las Américas, de Australia y de las islas sembradas por el océano, ¡qué ternura Nos embarga! Y al contemplar, como es fácil distinguir, las distintas representaciones de África y Asia, cuyo ingreso en el consenso de las naciones aporta vitalidad y verdadera juventud a toda la familia humana, Nos no cesamos de bendecir y de dar gracias al Señor.
¿No es tal vez también esta audiencia, no sois todos vosotros en conjunto, una imagen de la grey reunida junto al pastor evangélico en las colinas de Galilea?
Queridos jóvenes: Vosotros representáis al vivo esta imagen. Y hoy, tan íntima es la emoción por lo que de misterioso la providencia prepara, que deseamos comparar a cada uno de vosotros con los discípulos de Emaús, que contemplaron la fascinación del Divino Pastor, resucitado, que se les había unido por el camino: “None cor nostrum ardens erat in nobis dum loqueretur in via et aperiret nobis Scripturas?” (¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba por el camino y nos descubría las Escrituras?) (Lc 24, 32.)
El camino del Concilio
El Papa y los obispos, y con ellos el clero y pueblo, se encuentran en este camino, que es siempre un andar y un volver siempre sobre este camino del Concilio, que quiere ser penetración y difusión en todos los sentidos de la verdad, de la gracia, del santo ardor, con la seguridad de una siembra que florecerá es “in tempore oportuno”, según las leyes providenciales que respetan y alientan la libre cooperación del hombre con los grandes designios de Dios.
Nos, aprovechamos esta reunión de hoy, sí, por Nos provocada, queridos hijos, serena y grata para vosotros y para Nos, para animaras a una gustosa participación en el gozo sagrado de la asamblea conciliar, que será verdaderamente esplendor del cielo, dirección de vida, y sobre todo guía segura y eficaz del apostolado conquistador,
Permitidnos manifestar Nuestro augurio emocionado y feliz a la vez.
Esplendor del cielo
¿No es el Concilio Ecuménico, al que nos venirnos preparando con ininterrumpida oración, luz celestial que se derrama con la majestad y belleza Cristo Buen Pastor?
¿Qué es, pues, según las indicaciones del libro sagrado, la Iglesia de Cristo, sino la expresión de su amable dominación sobre toda la grey, formada de innumerables ovejas esparcidas por el mundo?
La mirada de Cristo está llena de ternura y de autoridad, su palabra es verdad, su mano dulce se levanta para indicar a todos el recto camino, la buena disciplina que todo lo coordina y dispone para el bien común.
Dirigiéndonos a vosotros, jóvenes alumnos del santuario, pertenecientes al clero secular y regular, a vosotros verde fronda del místico jardín de la Iglesia, llenos de dulzura por el contacto con la oración y con el misterio eucarístico, se Nos ofrece en seguida un consejo antiguo para señalar la dirección de vuestro futuro.
Dirección de vida
¡Ah! Hijitos. Vuestro futuro quiere ser, sobre todo, realidad de ministerio sagrado. Estáis destinados a ejercitarlo directamente en las parroquias, así como en los múltiples servicios que, por otra parte, en su última finalidad tienden igualmente a coadyuvar y fomentar el ministerio pastoral, ahí es donde está centrado vuestro servicio, en pro de las almas de las familias, de las poblaciones. Es ahí y no en otra parte; es ahí donde está su perfección también de sacrificio extremo. “Pastor bonus animam suam dat pro ovibus suis” (El buen pastor da su vida por sus ovejas) (Jn 10, 11).
Un eclesiástico puede sentir también la atracción de la gloria efímera y del éxito mundano. Pero todo se decolora ante las puras intenciones del orden sacerdotal, que los palabras evangélicas expresan, que los labios de Cristo repiten con persuasivo acento, como diciendo: asemejaos al buen pastor, en todas las circunstancias de la vida, en las horas más graves de pruebas y dificultades, de las incomprensiones y de los abandonos: “Bonus pastor, bonus pastor!”.
Lo repetimos. Ahí está el sacerdocio. En el ejercicio sagrado y más eminente de esta función pastoral, el sacerdote expresa su verdadera grandeza.
Jesús bendito continúa su ministerio por medio de sus sacerdotes; siempre dirigiendo a las ovejas, conduciéndolas al rebaño sobre sus espaldas.
Esta es la meta a la que desea dirigirse el Concilio la meta más alta y honorífica para todos, lo mismo para el Obispo de Roma que para el humilde y sencillo, pero muy estimado cura rural.
Pensad, queridos hijos. La primera idea que motivó el Concilio Ecuménico fue la intención de una más viva penetración de la gracia del Señor en lo íntimo de la Iglesia católica, como en los amplios horizontes de universalidad, que la providencia le ha señalado y descubierto.
Apostolado conquistador
Pero a las almas sacerdotales que se dedicaron a la realización de este designio se les ha manifestado, y sin salir de la imagen del Buen Pastor, antes contrario interpretando sus deseos, el desarrollo de esta doctrina en el mundo entero.
En el Buen Pastor, pues, está la Iglesia: la Iglesia que va a buscar las ovejas; que sabe las palabras que hay que decir, la dirección que debe dar; los alimentos de la vida espiritual, el agua pura, sacada de las fuentes del Salvador.
Por desgracia —y Nos lo reconocemos y Nos es motivo de pena— a lo largo de los siglos la grey de Cristo en parte se ha disgregado, un poco en todo el mundo. Estas separaciones, individuales y colectivas, contradicen la última oración de Cristo al Padre: “Ut unum sint” (que sean una sola cosa).
Queridos hijos, con la familiaridad paternal que se deriva de vuestra participación en los sagrados ministerios celebrados sobre el altar con vosotros y para vosotros, deseamos deciros que al mismo tiempo en que estábamos interesados en los proyectos de la reorganización pastoral, llegaron hasta nuestros oídos las voces de quienes de hecho, aún no perteneciendo a este único rebaño, primeramente con confidencial ternura, y luego manifestando un deseo generoso de escuchar, de ver, de saberse comprendidos en el abrazo de la caridad, Nos hicieron comprender lo que su espíritu puede aproximarse a la maternidad de la Iglesia universal.
En pro de la vida del mundo
La caridad es la fuerza Misteriosa que prepara el día del Señor.
El Congreso Eucarístico Internacional celebrarlo en Munich hace dos años sacó del capitulo de San Juan, el punto luminoso de su programa y lo hizo resonar en toda la tierra: Pro mundi vita (v. 51).
Cristo se hizo hombre, murió en la cruz y resucitó, dejó en la Eucaristía el memorial de su pasión, para que todos los hombres, hechos hijos adoptivos de Dios, fueran participes de la divina naturaleza, y de esta manera reflejaran en toda ocasión y actividad humana los esplendores de su más alta vocación.
“Pro mundi vita”, sí, para la santificación de los fieles católicos, para el progreso de la verdadera civilización y para la concordia de los naciones, el Concilio quiere tomar el largo camino, el camino de los pueblos y de las gentes, los caminos entrevistos los por los profetas y señalados por Cristo: "Euntes in mundum universum” (marchando a todo el mundo) (Mc 16,15).
No hay equívocos de clase en esta misión sacerdotal y apostólica. La doctrina no se adecua a las debilidades humanas, pero la verdad revelada brilla desde lo alto en todo su fulgor, al paso que la acción del Buen Pastor siempre presente en su Iglesia, continúa indicando el camino real de la salvación y difundiendo en las almas y en los pueblos la luz y la virtud de su Evangelio, la gracia que corresponde a su voluntad salvífica y redentora del género humano, del que Cristo es justamente saludado como Rey glorioso e inmortal.
Una obra ingente
Queridos hijos. El 12 de septiembre de 1960, hace ahora dos años, terminados ya los trabajos preparatorios del Concilio Vaticano II, Nuestro Buen Ángel Custodio —que deseamos tanto recordar cuando recitamos el Angelus Domini, privadamente o ante la multitud que al mediodía de las fiestas se reúne en la plaza de San Pedro, en el Vaticano—, nos sugirió la idea de dirigirnos personalmente a Sabina, donde los alumnos de nuestro querido Seminario Romano Mayor, pasan como en los tiempos lejanos de nuestra juventud, los meses de verano. Lo hicimos para dirigir a los jóvenes corazones una especial invitación a la oración por la preparación del mundo católico al gran acontecimiento.
La súplica recibió vibrante y fervorosa entonación en los pechos gallardos de los futuros sacerdotes de Cristo, llamados a preparar y a recoger los frutos del Concilio. A aquellas voces, como resulta de numerosas informaciones llegadas de todo el mundo, respondieron con eco pronto y conmovedor alumnos sin número, de Seminarios y colegios, que constituyen la visible juventud de la Iglesia esparcida por toda la tierra.
A dos años de distancia de aquella manifestación de votos y de oraciones, henos aquí, hoy, en los umbrales del Concilio. La basílica vaticana se está preparando como aula de la asamblea mundial. La preparación del trabajo en todos sus aspectos está a punto. La certeza del "opus magnum" que espera el Papa y los obispos, es una vibración constante de santos pensamientos, de firmes propósitos, de suplicante oración.
Atrayente irradiación del mártir San Lorenzo
Los corazones se ensanchan con la confianza de la ayuda celestial, de la que el Señor querrá ciertamente llenar nuestras almas y nuestras energías, que con humildad de espíritu tendremos siempre abiertas cooperando al éxito más alto que nosotros esperamos de su bondad misericordiosa, por la gloria de su Nombre y de su Reino, por el cumplimiento de su Voluntad, para salud y vida del mundo entero.
La festividad de hoy, de San Lorenzo, es particularmente solemne en la liturgia de la Iglesia romana; y es conocidísima en la Iglesia universal.
Todo da viveza y dignidad a las páginas del misal y del breviario de este día: el nombre del mártir, su juventud, su procedencia y cultura, el orden sagrado diaconal, el servicio dedicado al Papa y a los pobres. La luz del martirio ensalza la figura y consagra para los siglos el carácter generoso de Lorenzo, la inocencia de sus costumbres, la sonriente prontitud para hacer todo, y luchar por los Derechos de Dios y el honor de su Iglesia, madre de las gentes, Madre especialmente entregada a los humildes, abandonados e indefensos.
En este mismo día, en el año de gracia de 1904, Nos, recibimos la ordenación sacerdotal en Roma, en Santa María in Monte Santo.
Hijos queridísimos. Esta fiesta litúrgica, podéis bien comprenderlo, ¡cómo queda ligada a los recuerdos de nuestra juventud, y como os aproxima a vosotros que vas a gustar de las dulzuras del santo sacerdocio!
Recordamos todas las circunstancias de la ordenación que nos confirió el vicegerente de Roma, monseñor Ceppetelli, patriarca titular de Constantinopla: volvemos a ver a nuestros compañeros de aquel rito, uno detrás de otro llamados por el nombre y prontos a aquel "adsum" que salía de la profundidad del alma. Pero un velo de tristeza se extiende sobre aquellos tiernos recuerdos. Mas, para suavizarlo, permanece en Nos la impresión dulce y suave del momento final de la sagrada ceremonia. Durante todo el rito, no quitamos por un instante la mirada del misal y del celebrante. Pero luego al final, levantamos los ojos, y sólo entonces descubrimos entre las luces y las flores la imagen de nuestra querida Madre celestial.
María, ¡qué consuelo Nos vino de Vos en aquel instante!, el alma juvenil toda abierta a vuestra bondad acogedora. Y, Nos, experimentamos las delicias de sentirnos envueltos por vuestra mirada que nos invitaba a tener ánimo, a proseguir serenamente el camino, a no temer el clamor que en aquellos años armaban, también en Roma, los adversarios de la santa Iglesia.
Queridos hijos. Han pasado cincuenta y ocho años, pero el corazón no ha envejecido, y la ternura de aquel día, de aquellas impresiones, el recuerdo claro de los propósitos realizados, y por la bondad del Señor mantenidos, son todavía alegría inefable e inenarrable.
En aquel día veneramos a San Lorenzo en su basílica romana la más insigne y antigua. Al día siguiente celebramos la primera misa en la cripta de San Pedro, en el Vaticano, suplicando a Dios concediera a la santa Iglesia y a sus hijos, esparcidos por el mundo, unidad, libertad y paz.
Luego fuimos a cantar la misa en nuestro pueblo natal, en la fiesta de la Asunción.
Confidente oración a María
Aquí, queridísimos hijos, se cierran Nuestros labios. Pero imaginad la ternura que embarga Nuestro ánimo, mientras pasan ante nuestros ojos las figuras de tantas almas tan queridas, ante las cuales no cesamos de sentirnos deudores de gratitud, de oración y de afecto, almas que poco a poco Nos han precedido en el gran viaje final, después de haber dado testimonio de Cristo, y que ahora en los cielos hacen fiesta con vosotros y con Nos.
¡Oh, María! Una vez más nos encontrarnos en la proximidad de la fiesta que celebra vuestra asunción al cielo.
Nuestra manera de abrirnos con vos, de honraras, no ha cambiado. La misma confianza y sencillez de los días lejanos de la infancia y de la vida de seminarista. Pero las responsabilidades han crecido con el paso de los años. Sentimos toda Nuestra responsabilidad de una manera especial en la formación de los futuros sacerdotes.
Aquí está una selecta porción de los alumnos de Propaganda. La diversidad de sus procedencias exalta la catolicidad de la Iglesia. Su presencia es testimonio del anhelo misionero y del favor de sus familias y diócesis.
¡Reina de las Misiones, volveos maternal sobre el Colegio Urbano; sobre todos los Institutos que son el honor y la riqueza de la Iglesia católica en Roma y el mundo!
Ellos y Nos os pedimos que obtengáis de vuestro divino Hijo, piedad ferviente, inocencia de costumbres, profundidad de doctrina y caridad ardiente, para que en cada uno de estos jóvenes Él aparezca al mundo como transfigurado, siempre operante y bendiciente. Amén. Amén.
* AAS 54 (1962) 581; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 460-469.
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