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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS PARTICIPANTES EN EL CONSEJO INTERNACIONAL CATÓLICO
DEL APOSTOLADO RURAL
*

Sábado 8 de septiembre de 1962

 

Habéis venido a Roma para participar en el Congreso Internacional Católico de Apostolado Rural y os encontráis reunidos en la casa común para manifestar la expresión vibrante de vuestra fe. Al recibiros hoy en Audiencia nos complace testimoniaros nuestra benevolencia.

Desde la publicación de la Encíclica Mater et Magistra, es la primera vez que expertos en problemas rurales en el plano internacional se reúnen en Roma para analizar la situación y los problemas agrícolas y rurales, buscando la solución a la luz de esta Encíclica.

Queridos hijos: Nos parece que no hay nada que añadir a las enseñanzas contenidas en este documento pontificio. La doctrina está ahí, claramente expuesta, a disposición de todos los que quieran estudiarla, de todos los hombres de buena voluntad del mundo entero. Ahora lo que precisa es preparar los corazones para que se dejen influenciar. Vuestra presencia aquí demuestra que hay dispuestas a la acción muchas buenas energías. Vuestro Congreso Internacional también  —aparte de la utilidad práctica para cada uno de vosotros y para las naciones que representáis— debe ser un ejemplo a seguir y un toque de atención a las autoridades y a los organismos responsables: ejemplo de actividad diligente, una llamada a prontas y generosas intervenciones, para llevar el mundo agrícola al camino de las transformaciones necesarias e introducir las mejoras tan anheladas.

La fisonomía especial de esta reunión que se desarrolla en Roma, bajo el signo de la universalidad, Nos ofrece la ocasión de confiaros algunas ideas que alienten vuestra tarea. Nuestra época asiste a la realización de la más vasta cooperación con miras a la explotación racional de las riquezas de la tierra y a su equitativa distribución, según las leyes de la Divina Providencia. La Mater et Magistra ha comprobado esfuerzo tan laudable. “Sabemos con certeza —escribíamos sobre este tema— que en estos últimos años, de una forma más profunda y universal, ha crecido la conciencia de la necesidad de dedicarse a favorecer el desarrollo económico y el progreso social en los países que se encuentran en las mayores dificultades” (Encíclica Mater et Magistra).

Los católicos tienen un papel que jugar en esta obra de tan inmensas proporciones, cuya fecundidad se verá en un futuro próximo. Están invitados a tomar conciencia de su obligación de ser fermento para la masa, lo mismo que en todos los campos de la vida religiosa y moral, pública y privada (cf. Mt 13, 33). Su acción ha de demostrar que no hay nada ajeno a una conciencia católica de todo lo que interesa a la humanidad, de todo lo que hace reunirse a hombres competentes en empresas comunes, generosas y fecundas, como lo es la que se propone la elevación del nivel de vida de los países subdesarrollados, todavía esencialmente rurales. Lo que se espera, sobre todo, de los católicos, en este campo, son estudios especializados, ejecutados con todo el rigor científico deseable, realizando a continuación intervenciones importantes, coordinadas y concretas, Seguirán, por otra parte, ejerciendo su influencia en el seno de los organismos internacionales, que —es preciso felicitarse por ello— afrontan estos problemas con competencia y emplean las técnicas más modernas, sin prejuicio de la actividad privada, que se desarrolla con una ferviente emulación, y donde Nuestros hijos católicos, lo dijimos en nuestra Encíclica, piensan ocupar el primer puesto.

Pero hay otra posibilidad de acción para los católicos, de resonancias más concretas e inmediatas, en la elevación de la sociedad rural. “Siendo la asociación hoy una exigencia vital, en el sector agrícola como en todos los sectores de la producción” (Mater et Magistra), los católicos pueden y deben promover esta forma de colaboración, y, donde existen ya asociaciones, esforzarse en penetrarlas del espirita evangélico de solidaridad y comprensión mutua. A ellos y a todos los que alimentan nobles sentimientos corresponde introducir junto a los motivos de interés económico el valor espiritual de la caridad cristiana, que da un fundamento sólido e irreemplazable a toda manifestación de la vida social.

También la presencia activa de los católicos traerá más de una ventaja para estas asociaciones: el apostolado de testimonio que ejercerán, extenderá en torno suyo una atmósfera de sana actividad y de alegría cristiana; su ejemplo contribuirá a resistir a la tentación de reducir todo lo real a los factores económicos, y permitirá evitar al mundo rural —esperamos— la preocupante subversión de valores a que nos referíamos en nuestra Encíclica.

Esto es, queridos hijos, lo que sugiere a nuestro corazón paternal el encuentro de hoy. Habéis recogido nuestros mejores alientos y confiamos en que la asistencia divina no os faltará para realizar vuestros generosos propósitos.

En vísperas de la apertura del Concilio Ecuménico, no os extrañaréis de que os recomendemos que sigáis, en lo posible, las deliberaciones de estas sesiones solemnes de la Santa Iglesia, y que contribuyáis con vuestras oraciones a asegurar su éxito. En prenda de los favores celestiales que invocamos sobre vuestros trabajos, somos gustosos en concederos a todos vosotros, a vuestras familias, a los organismos que representáis y a todas las querida poblaciones rurales a quienes consagráis vuestra experiencia y solicitud una extensa Bendición Apostólica.

 


*  AAS 54 (1962) 670; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 508-511.

 

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