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 DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS GRADUADOS DE ACCIÓN CATÓLICA ITALIANA
*

Sala Clementina
Viernes 4 de enero de 1963

 

Queridos hijos e hijas:

Nos sentimos contentos de poder saludar y felicitar al XXV Congreso Nacional del Movimiento de Graduados de Acción Católica, como una especie de jubileo y de una manera especial por celebrarse este año, en nuestra ciudad de Bérgamo, el cincuentenario de la fundación del Centro de San Alejandro, para universitarios y profesionales, a cuyo nacimiento y expansión dio impulso, juntamente con otros, el Papa que os habla. Eran las primeras experiencias de los tiempos modernos, y el Señor sabe cuánto le agradecemos haber podido contribuir a ellas con nuestro pequeño granito de arena. El recibiros hoy tiene un significado esplendoroso, expresión de nuestra gran benevolencia y de la consciente vocación al apostolado de cada uno de vosotros.

El Papa aprecia y bendice de todo corazón las diversas ramas de Acción Católica de todos los países del mundo. Considera a sus miembros como preciosos colaboradores de los obispos en las diversas circunstancias del vivir social. Y si dedicamos viva atención a los sectores de mayor importancia, a vosotros de una manera especial, queridos hijos e hijas, llamados a una misión de la más extensa responsabilidad. De hecho estáis llamados a dar el testimonio de la palabra y del ejemplo en la campo de la profesión y del estudio; sois la levadura, que debe hacer fermentar para Cristo las energías vigorosas del pensamiento y de la cultura. La ambición del Apóstol Pablo que quería llevar “todos los entendimientos a la obediencia a Cristo” (2 Co 10, 5), es también vuestra.

Si esto os habla de la benevolencia de la Iglesia, abre también a vuestro afán los vastos horizontes del apostolado específico, al que estáis llamados, indicándoos las difíciles metas que lleva consigo vuestro nombre de católicos convencidos y conquistadores. La tarea que se os confía no es fácil, pero la gracia del Señor, sin el que nada podernos, está con vosotros para manteneros firmes, iluminaros y lanzaros hacia nuevas conquistas. Nunca falta a los que, poniendo únicamente su esperanza en el Señor, saben también  trabajar activamente en pro del enraizamiento del ideal cristiano en la sociedad.

Es testimonio de esta generosa voluntad el tema, tan sugestivo y rico en aplicaciones, del presente Congreso Nacional: “El sentido moral en las costumbres contemporáneas”. Vuestras comisiones de estudio han profundizado en los aspectos concretos del tema, considerando el sentido moral en la acción educativa de la familia y de la escuela, en la información para conocer los medios de comunicación, en el arte, en la política, en lo jurídico, en lo administrativo, económico y social. Toda la vida de hoy ha quedado patente a vuestra mirada, tanto en sus aspectos menos edificantes, para ponerles urgente remedio, como en sus valores positivos para subrayarlos en pro de una mayor sensibilidad moral.

No es rato escuchar opiniones  de desánimo y de presión al juzgar algunas manifestaciones de las costumbres públicas, prensa y espectáculos, que preocupan por la ausencia o por lo menos por el abandono del sentido moral.

Ya hemos indicado en otra ocasión, especialmente a los juristas y a los periodistas católicos, lo que desea la Iglesia en este campo y el inmenso dolor que le producen los insidiosos peligros de corrupción, abiertos en especial a los adolescentes y a los jóvenes. No repetimos, pues, la doctrina, ya que es patrimonio de cada uno de vosotros y de todas las conciencias rectas, pero si querernos repetir que, a pesar de todo, seguimos confiando. Personalmente —os lo podemos decir a vosotros— encerramos en nuestro corazón penas y preocupaciones a veces indecibles, de las que sólo hablamos con el Señor; pero pensamos especialmente en los hombres de buena voluntad, que son muchos, y contamos con la cooperación de las fuerzas sanas para el robustecimiento de los grandes ideales. Y vosotros sois los primeros de todos, queridos hijos e hijas; se os ha confiado un deber urgente y delicado.

El sentido moral, entendido como la aplicación integra y generosa de los Mandamientos de Dios, es condición indispensable para el desarrollo tranquilo y constructivo de los pueblos; donde está ausente, las almas se debilitan, y se resiente todo el orden social. Por tanto, al defender el patrimonio moral —fundamentado en la ley de Dios, escrita en los corazones de los hombres, y solemnemente sancionada por la ley divina positiva— la Iglesia cumple su misión salvífica y al mismo tiempo asegura a los pueblos la defensa de su eficacia en el orden natural.

Es, por tanto, preciso aunar los esfuerzos en esta gran tarea. Vosotros, queridos hijos e hijas, no estaréis solos como si defendierais preocupaciones anacrónicas, pues tendréis el apoyo de cuantos sienten la responsabilidad sincera de su propio deber. Ánimo; interesad a la opinión pública; convocad a los hombres que aman la justicia y que caminan por la senda de la rectitud.

Lo precisa la santidad de la familia, que debe templar las almas para las dificultades de la vida, dándoles una profunda conciencia; lo exigen los jóvenes, en los que ponemos toda nuestra confianza para el futuro; lo pide la sociedad, que espera hombres muy sensibles a los atractivos de una sociabilidad, amplia y comprensiva, y del todo al servicio de las exigencias comunes.

El centro de todas las preocupaciones ha de ser la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, y redimida por la Sangre preciosa de Cristo. Las actividades inmediatas hay que orientarlas al respeto a la persona: la familia, la escuela, la política y la economía, el arte y la literatura, la prensa y las diversiones. Todo ha de convergir en este centro, para respetar su dignidad inalienable, desarrollar sus posibilidades, educar sus juicios, para que se desarrolle una personalidad completa en el plano de la salvación: “Todo es vuestro, pero vosotros sois de Cristo y Cristo es de Dios” (Cf. 1 Co 3, 22-23).

Queridos hijos e hijas:

Os hemos confiado nuestras esperanzas, os estamos agradecidos por todo lo que habéis hecho y por lo que sabréis hacer, con la acostumbrada entrega para traducir en la vida lo que ahora es objeto de estudio profundo en estos días de vuestro Congreso en Roma. El esplendoroso cortejo de los Magos con dones para el Niño Redentor tiene una especial significación para vuestra vocación: también vosotros ofrecéis al Señor vuestros dones, vuestro entendimiento y voluntad, vuestro apostolado y vuestro tiempo. Dios, en su misericordiosa bondad, os regalará con mayores frutos de gracia.

Nuestra oración os acompaña durante todo el nuevo año en la difusión del ideal cristiano, en todas las modalidades de la profesión, de la cultura y de la enseñanza. Y para que sean aún mayores los dones del cielo, impartimos sobre vosotros, que tan bien representáis a la gran familia de los profesionales católicos italianos y del mundo entero, y sobre vuestras familias, nuestra generosa y propiciadora bendición apostólica.

Así sea por siempre.

 


*  AAS 55 (1963) 89; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. V, pp. 71-74.

 



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