ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN XXIII
AL CLERO ORIENTAL RESIDENTE EN ROMA
EN EL XI ANIVERSARIO DE LA LLEGADA
DE LOS SANTOS CIRILO Y METODIO A LA GRAN MORAVIA
Lunes 13 de mayo de 1963
Venerables hermanos y queridos hijos:
Nuestro saludo expresa esta mañana una singular complacencia, por la festividad que celebráis en Roma, en el Instituto Pontificio Oriental: el undécimo centenario de la llegada a la Gran Moravia de los Santos Cirilo y Metodio.
El 2 de febrero pasado destacamos la significativa conmemoración, destinando parte de los cirios benditos a las iglesias catedrales de aquellas naciones, que se mantendrían en el primer plano de la atención mundial debido a este centenario. Es, por tanto, natural que, dentro de la aprobación suscitada por aquel sencillo gesto, y dentro del coro de alegría que se eleva hacia los grandes apóstoles de los pueblos eslavos, se encuentren en el primer puesto los distinguidísimos prelados y los fieles de rito oriental residentes en Roma.
También hemos bendecido ahora —Como ya ha sucedido otras veces, como augurio de ferviente cooperación eclesiástica y misionera— la primera piedra del Instituto de los Santos Cirilo y Metodio que surgirá en Roma.
Del gesto ritual se deriva en estas circunstancias un emocionante auspicio. La ceremonia de hoy subraya el puesto que en Roma, centro de la unidad católica, sede de la Cátedra de Pedro, tiene en la vida de los dos campeones de la invicta fe católica y apostólica. Ellos vinieron aquí en diciembre del 867 y trajeron al Papa Adriano II las reliquias de San Clemente, Pontífice Romano. En Roma obtuvieron la aprobación del empleo de la lengua eslava en la liturgia romana, y la institución de la jerarquía para la Gran Moravia.
En esta tierra, teñida por la púrpura de la sangre de los apóstoles y de los mártires, quedaron los despojos mortales de San Cirilo. Aquí volvió, en el 880, Metodio, cargado de méritos y de fatigas, trayendo consigo el homenaje de todos los pueblos evangelizados o aproximados con anhelo de heroica caridad: moravos, eslovacos y bohemios; polacos, ucranianos y ex blanco rutenos; rusos, rumanos y búlgaros; servios, croatas, eslovenos y también húngaros; a todos los cuales juntamente con el tesoro de la fe cristiana se les había comunicado una gran riqueza de vida cultural, que debía tener a lo largo de los siglos maravillosos desarrollos.
Con el incremento de la alegre esperanza que el Concilio Vaticano II ha suscitado en el mundo, la suplicante invocación a los Santos Cirilo y Metodio, columnas y vínculo de la ansiada unión, sube al cielo con renovado fervor, afirmándose con granítica fe sobre este fundamento, que ha unido a los pueblos eslavos a la sede de Pedro:
La que os llama tierra generosa, guarde el brillo de la fe eterna; Roma que os la dio, os dará siempre la salvación. (Del Himno de Maitines del Breviario Romano, en la fiesta de los Santos Cirilo y Melodio.)
El anhelo del Divino Redentor: que todos sean uno (Jn 17, 22), tiene resonancia de más amplia y emotiva urgencia en esta fausta celebración centenaria. Encontrará generosa respuesta en el nuevo Instituto, que formará nuevas escuadras juveniles en la responsabilidad del ministerio sacerdotal, como continuación del flujo poderoso de vida espiritual, iniciado por los dos grandes apóstoles de los pueblos eslavos.
Junto a esta finalidad sube una gran súplica hacia el Señor, para invocar los dones de perseverancia, de firmeza y de celo para todos los queridos hijos, herederos y custodios de tan alta riqueza. Ardor quiere ardor: la llama recibida de la gloriosa antigüedad cristiana —que ha sido un vehiculo insustituible de progreso cultural y social— continúa su recorrido y pasará de generación en generación, de los ancianos a los jóvenes, en servicio de los pueblos, en honor de la Santa Iglesia, cuya juventud no conoce el ocaso:
Emula de los antepasados, retoña más hermosa la fe (Breviario Romano, ibídem, Himno ad Laudes).
Hemos manifestado estos votos paternales en nuestra carta apostólica Magnifici Eventus, que lleva la fecha del 11 de mayo de 1963, fiesta de los Santos Cirilo y Metodio en el rito bizantino-eslavo.
Estos votos son la continuación de un ardiente palpitar del corazón que, siendo Visitador Apostólico en Bulgaria, expresamos en 1927 al Presidente del V Congreso Unionístico de Velehrad:
“... Podemos añadir —escribíamos entonces— que un mayor interés en el desarrollo del catolicismo en esta región, que se encuentra a mitad de camino entre Roma y Constantinopla, podría preparar, a no tardar, sorpresas consoladoras en el sentido de la verdadera fraternidad y unidad de las Iglesias en torno al sucesor del Príncipe de los Apóstoles... Nosotros nos sentimos verdaderamente como los granos de trigo esparcidos por la montaña..., que luego se reúnen para formar el pan sabroso. Bendiga el Señor por la intercesión de los Santos Cirilo y Metodio esta santa unión de nuestras almas y la selle con su gracia" (Actas del V Congreso de Velehrad, pág. 61).
La Bendición Apostólica que hoy impartimos con particular emoción sobre este selecto grupo de almas confirme el antiguo deseo, sostenga a todos en el trabajo sacerdotal y alegre con frutos preciosos nuestras esperanzas.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana