PABLO VI
ÁNGELUS
Solemnidad de la Santísima Trinidad
Domingo 21 de mayo de 1978
Tendríamos tantas cosas que deciros, tantos problemas que proponeros, tantos gozos y dolores que comunicaros; pero dejadnos que nos atrevamos hoy a hablaros del tema más alto y más difícil, y al mismo tiempo más hermoso que ninguno: el tema de Dios, el tema religioso por excelencia, el tema de nuestra fe, el tema de nuestra vida.
Sí, hablar de Dios es nuestro primer deber y nuestra dicha.
Sabemos que el pensamiento moderno se declara ateo; es decir, sin Dios, en algunos de los niveles oficiales; y sabemos que precisamente de esta postura negativa nace la noche del hombre; si la negación de Dios se inserta en las raíces de la inteligencia y en lo profundo del corazón humano, la luz y la lógica del pensamiento no resisten; el ser y la vida carecen entonces de su suprema razón de existir; en cambio nosotros sabemos que ¡Dios existe!, y que sin El no podemos razonar de verdad ni tener concepto aceptable del orden y del bien; motivos para orar y para amar.
Más aún, creemos en Dios.
Sostenga esta certeza nuestro camino en el tiempo, en el trabajo, en la alegría y en el dolor; en la vida y en la muerte.
Además, según nos enseña la fiesta que hoy celebra la Iglesia y como nos enseña la religión en la que hemos sido bautizados, sabemos que Dios es uno, uno solo en su naturaleza, pero su existencia consiste en tres Personas iguales y distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El misterio de la unidad de Dios en la Trinidad de Personas es un océano sin orillas. Pero justamente éste es el misterio que se ha revelado en Cristo y ha sido confirmado por la meditación atenta y humilde de la Iglesia; es el sol de nuestra sabiduría; es el hilo de nuestra comunicación con el Dios único de la verdad y del amor; es la invitación a nuestra unión con el Dios inefable, nuestro Padre, nuestro Hermano en su Hijo, nuestro consolador e inspirador en el Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. No es un teorema inútil e inexplicable.
Hijos y hermanos: es nuestra felicidad suma que celebraremos con el signo de la cruz, con nuestra bendición.
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