PABLO VI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 11 de marzo de 1964
Debemos a nuestro querido y venerado hermano en el episcopado, José Carraro, obispo de Verona, cuya presencia honra y llena de júbilo esta audiencia, después de nuestro saludo cordial y obligado, el más vivo agradecimiento por haber conducido hasta aquí a estos dos grupos de peregrinos, diocesanos suyos, los cuales, de título y composición bien distinta uno de otro, ambos manifiestan algunas características idénticas, que nos son muy apreciadas y edificantes. Hablan, pues, los dos grupos aquí presentes de una común procedencia, que los califica como veroneses: “No hay elogio adecuado —habría que decir— para tan gran hombre”, si pensamos en los motivos afectivos que nos ligan, oriundo Nos de la vecina y limítrofe diócesis bresciana, a la ciudad y a la Iglesia de Verona, grande por su historia, gloriosa por sus tradiciones religiosas, civiles y artísticas, rica, como ninguna, en incomparables monumentos del más genuino y expresivo arte cristiano, venerada y sagrada por las figuras de sus santos, queridísima por nuestros amigos, sacerdotes y seglares vivos y difuntos, a cuyos ejemplos e instrucciones tanto debe nuestra vida espiritual.
Mas Verona nos es querida, por otras muchas razones, que la hacen ejemplar en la Iglesia de Dios y que ahora silenciamos por amor a la brevedad, pero que las llevamos en el corazón, y que nos inspiran plena veneración por esta bendita diócesis y por su dignísimo pastor, al que repetimos nuestro agradecimiento por esta visita y nuestro augurio para su activo y sabio ministerio.
Ved aquí dos documentos vivientes de este ministerio; son los dos grupos de visitantes que tenemos ahora ante nuestra presencia. El primero, formado por los sacerdotes del Instituto Pastoral “Juan Mateo Giberti”, nos atrae con la magia que encierra su título, el del célebre e insigne obispo, palermitano de origen, pero veronés de espíritu, que tuvo el genio y la virtud de la renovación de la vida eclesiástica antes de que el Concilio Tridentino afrontase el gran problema de la reforma católica, dando criterios y ejemplos, seguidos y admirados por el mismo San Carlos, por su necesidad y su posibilidad, y proporcionando el deber y el orgullo de hacer de su nombre, como vosotros lo hacéis, un empeño, un modelo, un símbolo y un protector de esa perenne “renovatio” de la conciencia y de las costumbres católicas, y sacerdotales en especial, que llenó el corazón de aquel famoso pastor y que es necesidad, propósito y deseo de la Iglesia en nuestros días.
Bella institución la vuestra, queridos sacerdotes veroneses; la conocemos y sabemos que se difunde ya en otras fervorosas diócesis, prolongando la asistencia y la formación de los jóvenes sacerdotes, durante cuatro años después de su ordenación, reuniéndolos semanalmente, instruyéndolos, confortándolos y confirmándolos en el ejercicio del ministerio pastoral, que después de los años intensos y tranquilos del Seminario, presenta a la experiencia del nuevo ministerio del Evangelio, problemas inmensos, nuevos y casi dramáticos desde el punto de vista espiritual. En verdad es ésta una institución tan providencial y oportuna, tan exigida por las condiciones de la vida pastoral moderna, que hoy ha de tenerse como necesaria; probablemente el Concilio Ecuménico la hará objeto de su estudio; la experiencia, que en vosotros alcanza ya al quinto año, habla con plena satisfacción de su utilidad.
Por esta razón, al mismo tiempo que nos complacemos por esta positiva y alentadora experiencia animándola a que continúe y se propague, os decimos afortunados, queridos sacerdotes, que habéis podido y os estáis aprovechando de esta experiencia, la cual os debe infundir, por lo menos, la convicción de que el ministerio sacerdotal, hoy necesario como nunca, exige ser ejercido con plenitud de entrega, con sabiduría de arte pastoral, con fecundidad de iniciativas y de experiencias, y siempre con profunda, total e interior unión con ese Cristo, cuyo “mandato desempeñamos” (2 Cor 5, 20). Sea éste nuestro voto y el fruto de nuestra bendición.
El segundo grupo, se nos ha dicho, está constituido por las buenas y generosas “Cruzadas de la Caridad”, las numerosas hijas que están fundando los “Pequeños Asilos”, destinados unos a recoger y a fomentar la recuperación de almas desdichadas, necesitadas de estima, de afecto, y reeducación cristiana: gran caridad, gran servicio, gran mérito; y otros destinados al cuidado y rehabilitación física, escolar y social, de los pequeños enfermos menoscabados en sus facultades de una forma grave y permanente; también ésta una gran caridad, un gran servicio y un gran mérito. No pide menos la oblación voluntaria y heroica en el ejercicio de estas obras de misericordia; nos alegra saber que esta nueva escuadra de almas generosas se está formando, preparando y ejercitando en tamaña concepción y tan generosa entrega a la caridad. Que el Señor os asista, os conforte y os bendiga. Sabemos que con estas “Cruzadas de la Caridad” están presentes también damas y camilleras de la UNITALSI, que llegue también a ellas nuestro saludo animoso y lleno de bendiciones.
¿Y qué decir a estos queridos peregrinos, que la enfermedad nos los trae en sus dolorosas camillas? ¡Hijos queridos del dolor!, uno a uno os saludamos y os bendecimos. Os repetimos a todos la lección que ciertamente os da quien diariamente os asiste, no os preguntéis las razones misteriosas de vuestro dolor; fijaos más bien en los objetivos a que providencialmente podéis dirigirlo; mirad a Cristo crucificado, con quien os asemeja y os hermana vuestra enfermedad; y recordad, no es vano vuestro sufrimiento, si la oblación y la paciencia lo espiritualizan y lo santifican, puede ser para vosotros, para vuestros seres queridos, para muchas almas, para la Iglesia y para el mundo entero, para Nos mismo que os hablamos, fuente de gracias, de méritos y de salvación. ¡Que nuestra bendición haga elocuentes y válidos en vuestras almas nuestros votos!
Queridísimos hijos e hijas: Si el tiempo y las circunstancias nos lo permitieran, quisiéramos dirigir a todos una palabra, en particular, cada uno de vosotros tiene derecho a nuestro afecto; cada uno de vuestros grupos tiene para Nos un interés especial. Maestros y alumnos de diversas escuelas, os saludamos con todo el corazón, os agradecemos vuestra visita, os deseamos que deje en vuestras almas un gran recuerdo, el del Papa que os ama y que ora por vosotros, el de la Iglesia católica, pues pertenecéis a ella, es gloria, fortuna, alegría y salvación. Lo mismo quisiéramos decir a los dirigentes, a los empleados y a los familiares del Comercio, hoy aquí representados, recibid y llevad con vosotros, a vuestras casas y a vuestros trabajos, nuestro saludo cordial lleno de bendiciones. También a los militares presentes en esta audiencia; nos sentimos honrados y agradecidos por este acto de homenaje y os respondemos con un saludo afectuoso a vuestra bandera, que representa al país al que servís con sentido de fidelidad, de honor y de sacrificio y de corazón os bendecimos en esta condición actual y para toda vuestra vida futura.
Bendecimos luego de una manera especial a los sacerdotes, religiosos, religiosas aquí presentes, y quisiéramos que este momento de especial comunión de vuestras almas con la nuestra, con el Vicario de Cristo, confirmara en vuestros corazones el gozo y la firmeza de vuestra vocación, y os consiguiese del Señor abundancia de nuevas gracias para seguirlo y para servirlo con nueva fidelidad y nueva energía.
Queremos extender nuestra bendición a todos los grupos y a todas las personas aquí presentes, para que todos partan felices de esta audiencia, llevando consigo no sólo el recuerdo externo de este encuentro con el Papa, sino también el consuelo interior de haber recibido de él la prenda de las gracias de Aquél, que él representa, Cristo Jesús.
Nuestra bendición se extiende también a todos vuestros seres queridos lejanos y a todos los objetos de devoción que traigáis con vosotros.
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