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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

 Miércoles 17 de junio de 1964

 

Queridos hijos e hijas:

No podemos, en esta Basílica, y en este mes, dejar de recordar en la audiencia, que a todos nos reúne sobre la tumba del Apóstol Pedro, que está próxima su fiesta.

Os invitamos, por tanto, a todos a venerar su memoria, su sepulcro, sus reliquias, y a profesar aquí, donde es celebrada la misión que Cristo le confirió, la fe en el mensaje evangélico que él predicó y confirmó con su martirio y la fidelidad a la Iglesia que tiene a Pedro como centro y fundamento.

Este acto de adhesión al Príncipe de los Apóstoles puede despertar también en vuestra alma el deseo de tener un concepto más exacto de él y más completo que lo que su simple nombre despierta en nuestro ánimo. Es decir, fácilmente viene al pensamiento de todos esta pregunta: ¿Quién era San Pedro? A esta sencilla pregunta no es fácil dar una pronta y completa respuesta. Si indagáis en vuestra mente la respuesta os daréis cuenta que tiene dos direcciones: una, que se dirige hacia el hombre Pedro, que se llamaba Simón, hijo de Juan, que tenía como hermano a Andrés, ambos de Betsaida, en Galilea, de profesión pescadores, de temperamento vivo y entusiasta, pero impresionable, etcétera, es decir, la respuesta trata de trazar el perfil biográfico del Apóstol, y los Evangelios, con los Hechos de los Apóstoles, las Cartas de San Pablo y las dos de San Pedro, con otros reflejos en los documentos históricos nos ofrecen elementos suficientes e interesantísimos para describir su figura y su vida; tenemos libros muy bellos sobre este tema. Pero esta respuesta no es suficiente, se necesita otra que indaga sus elementos en el pensamiento y en la palabra de Cristo para saber lo que el Señor quiere realmente hacer de Simón, llamado Pedro por El. En fin, no nos interesa la biografía, sino la teología de San Pedro, ¿quién era San Pedro en la voluntad de Nuestro Señor?

La respuesta que parece fácil, era el discípulo, el primero, llamado con los otros once..., se complica al recordar las imágenes, las figuras, las metáforas con que el Señor se valió para hacernos comprender lo que debía ser su elegido. Observad. La imagen más corriente es la de la piedra, de roca; el mismo nombre de Pedro la proclama. ¿Y qué significa este término aplicado a un hombre sencillo y sensible, voluble y débil? La piedra es dura, es fuerte, es estable, es duradera; es la base del edificio, lo sostiene todo... y el edificio se llama la Iglesia: “Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Pero hay otras imágenes referidas a Pedro que merecerían explicación y meditación; imágenes empleadas por el mismo Cristo, llenas de profundo significado. Las llaves, por ejemplo; es decir, los poderes; entregadas a Pedro solamente, de entre todos los Apóstoles, para significar la plenitud de poder que se ejerce no sólo en la tierra, sino también en el cielo. ¿Y la red, la red de Pedro, dos veces lanzada en el Evangelio para conseguir una pesca milagrosa? “Te haré pescador de hombres”, decía el evangelio de San Lucas el domingo pasado (5, 10). También aquí la humilde imagen de la pesca adquiere el inmenso y majestuoso significado de la misión histórica y universal confiada al sencillo pescador del lago de Genesaret. ¿Y la figura del pastor? “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” (Jn 21, 16-17), dijo Cristo a San Pedro, como queriéndonos dar a entender que el designio de nuestra salvación implica una relación necesaria entre nosotros y él, Sumo Pastor.

Y así sucesivamente; aunque si vemos más detenidamente encontraremos otras imágenes significativas, como la de la moneda (Mt 17, 25), que por orden de Cristo pescó Pedro para pagar el tributo; la de la barca de Pedro a la que Cristo subía y desde la cual enseñaba (Lc 5, 3); la del lienzo bajado del cielo en la visión de Jope (Hch 10, 3), y la de las cadenas que caen de las muñecas de Pedro (Hch 12, 7) y la del gallo que canta para recordar a Pedro su fragilidad humana (Mc 14, 72), y la del círculo que un día, el último, para significar el martirio del Apóstol, rodeará los flancos de Pedro (Jn 21,18) ; por no decir nada de las imágenes referidas a Pedro y a los demás Apóstoles: “Vosotros sois la sal de la tierra, la luz del mundo” (Mt 5, 13 y 14).

Todas estas imágenes características del lenguaje bíblico y evangélico especialmente, encierran grandes y preciosos significados, Bajo el símbolo hay una verdad, una realidad que nuestra mente puede explorar y verla inmensa y divina. La devoción a San Pedro nos hace de esta forma encontrarnos con el pensamiento de Cristo. Este es el encuentro espiritual que deseamos podáis hacer también vosotros en este momento y siempre. San Ambrosio ha escrito las famosas palabras “Ubi Petrus ibi Ecclesia” (Donde está Pedro allí está la Iglesia) (In Ps. 40, 30; P. L. 14, 1082). Nosotros podemos añadir: Donde está Pedro y con él la Iglesia, allí está Cristo. Que así sea.

Con este pensamiento os saludamos y os bendecimos.



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