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PABLO VI

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 12 de agosto de 1964

 

Queridos hijos e hijas:

Cada vez que venimos a este encuentro espiritual que nos proporciona esta audiencia general, gozamos inmensamente con la comunicación que creemos tener con vuestras almas; venimos a conversar con ellas; creemos escuchar su voz; nos parece recoger sus confidencias; creemos que cada uno de los presentes tiene algo que decirnos de sus cosas, algo profundo, secreto. Creemos también que todo el que viene aquí tiene algo que contarnos, como ofrecimiento filial, de sus penas, de sus temores de sus dudas, de su necesidad de consuelo. Y surge en Nos el deseo de poder dar a esta audiencia, tan breve, pero, lo queremos creer, tan memorable, el valor de un intimo y estable consuelo.

Sí, queremos con la bendición, que os daremos al final de esta audiencia, despediros con un nuevo y gran consuelo en vuestros corazones; un consuelo, que creemos se puede encerrar en estas palabras, que confiamos a vuestro espíritu y a vuestra memoria, ¡tened confianza! Sí, tened confianza, es el consuelo que queremos infundiros, como respuesta a las mudas confidencias que al venir a visitarnos nos descubrís, ¡tened confianza!

Tenemos motivos para exhortaros a la confianza, pues sabemos cuánto la necesita nuestra vida para afirmarse, si se trata de la juventud; para trabajar, si se trata de los que se encuentran cansados; para perseverar, si se trata de los tentados; para elevarse a Dios, en el caso de los que sufren y padecen. La confianza es sostén, estímulo, serenidad en nuestra peregrinación por la tierra, y es hoy mucho más necesaria, pues no la ofrece en modo alguno la vida moderna. Que promete muchísimo y mucho es ciertamente lo que concede: pero también despierta la facultad de ambicionar en el corazón del hombre, lo predispone para juzgar, criticar, valorar las cosas de este mundo. y lo desencanta con la misma abundancia de sus dones, y por ello es patente a todos que el hombre de hoy que se confía a la literatura o a los espectáculos, al análisis filosófico, histórico o psicológico, se encuentra íntimamente insatisfecho, con frecuencia oprimido por la duda, por el malestar, por las náuseas, por la desdicha y muchas veces también por una muda y atormentada desesperación interior.

Y se explica porque el hombre moderno ha desterrado las razones superiores —en el campo del Ser— y profundas —en el campo del corazón— que permiten una valoración optimista del mundo y de la vida.

La confianza, que resiste a las pruebas de nuestra existencia terrena, que ciertamente son muchas y muy graves, se encuentra en la confluencia de dos virtudes teologales, de las que desgraciadamente se cuida muy poco el mundo contemporáneo, la fe y la esperanza. Si tuviéramos tiempo os podríamos recordar las maravillosas palabras de la Sagrada Escritura a este respecto, como aquellas de San Pablo (por citar unas) : “Tal es la confianza que por Cristo tenemos en Dios. No que de nosotros seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, que nuestra suficiencia viene de Dios” (2 Cor 3, 4). Y Santo Tomás explicará que para tener confianza es preciso creer en Alguien que merezca crédito, y es preciso esperar en Alguien que no defraude muestra esperanza (2, 2, 129, 6).

En estos momentos se realiza aquello: venís a Nos que tenemos el encargo de Cristo de “confirmar a nuestros hermanos” (cfr. Lc 22, 32), y que vosotros, ahora, estáis en el corazón de la Iglesia, que es, como sabéis, la casa construida por Cristo, y como también dice San Pablo, esta casa “la formamos nosotros mismos si conservamos firme nuestra confianza y la gloria de la esperanza"”(Hb 3, 6). Querernos, pues, hijos e hijas, confirmaros en la confianza, con una visión buena y serena de la vida, con la certeza de que la asistencia del Señor no falta a quien se confía a Él, con el descubrimiento, propio del cristianismo, de que aún las cosas adversas y dolorosas se pueden convertir en buenas y favorables, y que todo coopera al bien para quienes viven en el amor a Dios (cfr. Rm 8, 28).

Tened confianza. Contempladlo todo con mirada cristiana, y aceptad la íntima alegría que nace de una visión de la vida como ésta.

En estos días hemos recibido una carta de un bueno y esforzado hombre de la Iglesia, en ella nos decía: la confianza del Papa comunica inmensa confianza a aquellos que están con Él. Pues bien, deseamos que este profundo y cortés augurio se realice en vosotros en este momento bendito, y que de esta audiencia podáis llevar con vosotros no sólo una lección externa, sino una provisión interior de confianza cristiana, que os haga a todos, en el camino de la vida, fuertes, serenos y felices.

Para ello os daremos nuestra bendición apostólica.

(En francés)

Entre los grupos presentes en esta audiencia, saludamos con amor a los representantes de veinticinco naciones venidos a Roma a estudiar, bajo los auspicios de la Fundación Rui y del Centro Europeo de Educación, los problemas de la asistencia técnica y de la formación de los cuadros de dirigentes en los países en vías de desarrollo.

Sois, en gran parte, queridos amigos, estudiantes universitarios, y este título ya es suficiente para haceros muy caros a nuestro corazón; pero, además, estáis dedicados al estudio de uno de los problemas más importantes de nuestro tiempo, y es, pues, una razón muy especial para recibiros con benevolencia.

En el “coloquio internacional” organizado en Roma, en mayo pasado, sobre estos problemas de la asistencia técnica, expresamos todo el interés que la Iglesia siente por ellos y su deseo de que la preocupación por los valores espirituales y humanos oriente este inmenso esfuerzo.

Gustosamente repetimos en vuestra presencia que deseamos que estas actividades adquieran un desarrollo creciente y consigan resultados cada vez más eficaces. Los que han tomado esta feliz iniciativa contribuirán de esta forma no solamente a la promoción de los países en vías de desarrollo, sino también a la creación de corrientes de amistad fraterna entre los países “asistentes” y los países “asistidos”, por el mayor bien de unos y de otros.

Con este deseo, e invocando sobre vuestras personas y sobre el futuro de vuestras naciones las mejores gracias de lo Alto, os concedemos de corazón una paternal bendición apostólica.

* * *

A vosotros también, queridos hijos e hijas del Senegal, queremos dirigiros un saludo especial. Vuestro país nos es muy querido, se lo decíamos al Presidente Senghor al recibirlo en el Vaticano, el mes pasado, y lo repetimos públicamente hace algunos días, al recibir las cartas credenciales de vuestro nuevo representante ante la Santa Sede, S. E. M. Pierre Deves.

Hemos seguido con interés la marcha del Senegal por los caminos de la independencia y las múltiples actividades de sus autoridades espirituales y temporales. Pero sobre todo apreciamos, queridos hijos e hijas, el fervor de vuestra fe que os ha conducido en peregrinación hasta aquí. Sed bienvenidos a esta casa del Padre, donde todos los hijos de la Iglesia se sienten en su casa. Que Dios os colme de gracias, a vosotros, a vuestras familias, a todos los seres queridos que allí habéis dejado. Y que la bendición que os vamos a impartir sea prenda de nuestra paternal y afectuosa benevolencia.



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