PABLO VI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 11 de noviembre de 1964
Queridos hijos e hijas:
Vuestra visita de hoy coincide con el día en que la Iglesia celebra la fiesta de uno de sus santos más populares y gloriosos, San Martín, obispo de Tours, muerto al final del siglo IV (en el 397, el mismo año de la muerte de San Ambrosio) y famoso por el episodio de Amiens. Martín era entonces oficial de caballería de la Guardia Imperial, y quizá no tuviera todavía veinte años; se encontró un día de invierno a las puertas de la ciudad con un pobre mendigo, aterido y medio desnudo, al que nadie le hacía caso. Martín no llevaba dinero, pero ya entonces tenía un gran corazón. ¿Qué hacer? Con un magnífico mandoble de su espada rasga en dos su clámide, es decir, la capa militar, y le da la mitad al mendigo. Por la noche, Martín (que todavía no estaba bautizado) vio en sueños a Cristo cubierto con el trozo de su capa que él había dado al pobre desconocido, y oyó a Cristo que decía: “Martín, el catecúmeno, me ha cubierto con esta ropa” (Cf. Sulpicio Severo, Vita Beati Martini, P. L. 20, 162). Esta escena ha hecho las delicias de los artistas, y más todavía de los cristianos, que han visto en ella un reflejo anticipado de las palabras de Cristo en el juicio final: “Cuando socorristeis a uno de mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”.
Palabras magníficas y formidables; Cristo se pone en el lugar de todo hombre que sufre; quien le socorre, socorre a Cristo.
Conocemos muy bien esa sentencia de Cristo, que tiene valor de una revelación: Cristo está presente en el pobre, en el que sufre, en el desnudo, en el encarcelado. Donde la humanidad padece, Cristo padece. Donde el rostro humano llora, se puede descubrir detrás el rostro lloroso de Cristo. El hombre pobre resulta una suerte de sacramento, es decir, de signo sagrado de Cristo (Cf. Bossuet, Oeuvres, III, 192 y 477). Aquí la mística se convierte en principio de la sociología cristiana.
Pero lo que ahora interesa es descubrir una doble representación humana de Cristo, que la actualiza en la historia y nos lo hace, en cierto modo, visible y cercano. Esto es: el pobre es representante de Cristo, como San Martín nos enseña, y con él todo seguidor del Evangelio. Pero ¿no es también el Papa representante de Cristo? Sí; la comparación de estas dos formas de representación detiene unos instantes nuestra atención. Diciendo las cosas llana y brevemente, podemos concluir: el pobre y el Papa son dos representantes de Cristo. Y surge inmediatamente la pregunta: ¿Qué diferencia existe entre las dos formas de representación? Es evidente; la representación de Cristo en el pobre es universal, todo pobre refleja a Cristo; la del Papa es personal. El pobre tiene, por así decirlo, una representación pasiva; es una imagen del Señor, mientras que el Papa tiene una representación activa; el pobre es signo humano del rostro de Cristo, su reflejo, su imagen; Pedro, en cambio, es Vicario de la autoridad de Cristo; Cristo vive en el pobre para recibir, y en Pedro, para dar. Jesús se tendrá como deudor por la misericordia empleada con el pobre; y Cristo se llamará Pastor, que guía y dirige, acreedor y deudor, en el ministerio confiado a Pedro.
La meditación cristiana puede encontrar pábulo inmenso en esta comparación; y al final la comparación se convertirá en relación. ¿Qué relación existe entre los dos representantes de Cristo? Ahora quizá sea más difícil responder, y habrá que simplificar la respuesta en estos dos párrafos: 1) El pobre y Pedro pueden coincidir, pueden ser la misma persona, revestida de una doble representación: la de la pobreza y la de la autoridad. Aquella forma de beneficencia filial, que desde el siglo pasado se viene llamando óbolo de San Pedro, pretende precisamente honrar este doble aspecto que Cristo asume en su Vicario, sucesor de San Pedro. 2) Una de las primerísimas funciones de la autoridad pontificia, es el ejercicio de la caridad, la cual, como es sabido, no se ejerce solamente mediante las obras de misericordia corporales, sino también, y de forma especial, mediante las espirituales; y éstas son precisamente el contenido específico de la misión benéfica y salvadora del ministerio apostólico. Pero esto nos recuerda, a Nos en primer término, que si somos seguidores auténticos de Cristo, hemos de tener suma preocupación por socorrer a nuestros hermanos que viven en la indigencia y en el sufrimiento. Debemos conocer las necesidades ajenas, y por el conocimiento, compadecerlas, venerarlas, y con la veneración ha de surgir el propósito de darle remedio. Y como San Martín nos enseña, aun a costa de nuestro sacrificio; superando audaz y caballerosamente las prudencias económicas que quisieran frenarnos (muy prudentemente desde su punto de vista) en nuestra marcha hacia Cristo, que se cruza en nuestro camino, bajo el aspecto del hermano, suyo y nuestro, afligido por la necesidad y el dolor. Recordemos a un antiguo doctor: “¿Has visto a tu hermano? Has visto a tu Señor” (Tertuliano, De Orat., 26).
Que esta audiencia vivifique en nosotros estos buenos pensamientos y que los fecundice con magníficos frutos nuestra bendición apostólica.
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