PABLO VI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 4 de enero de 1978
En la Navidad hay que pensar una y otra vez, decíamos a nuestros visitantes en la precedente audiencia general. Y lo repetimos también en este encuentro que sigue a la Navidad, pues estamos convencido de que de este hecho evangélico —y será mejor definirlo como "misterio evangélico"— brota un estilo de pensar y de vivir que confiere una gozosa novedad a nuestra fidelidad a la Navidad misma, es decir, a nuestro cristianismo.
La prolongación de nuestra reflexión sobre este acontecimiento puede llevarse a cabo a través de dos caminos sustancialmente iguales, ya que el uno y el otro provienen de ese Jesús, cuyo nacimiento, esto es, su venida al mundo, celebramos. Ambos caminos tienen desarrollo diverso: uno, podemos decir, sigue el aspecto narrativo y moral de la celebración navideña que nos conduce al pesebre de Belén; el otro, en cambio, fija nuestra atención en el aspecto doctrinal y teológico de la celebración misma y nos introduce en la escuela del análisis del misterio de la Encarnación al que la Iglesia católica, con sus primeros Concilios celebrados en Oriente, aplicó principalmente su contemplación especulativa.
El primer camino está caracterizado por la liturgia de nuestra Navidad iluminada por su punto focal que es el nacimiento de Jesús en el modo, en el lugar y en el tiempo, tal como se nos describe en la narración evangélica; el segundo camino es el que encuentra su expresión característica en la Epifanía, esto es, en el "misterio" —decíamos— de la Encarnación: del Verbo de Dios que se ha hecho hombre.
Esta vez, nosotros nos detendremos en el primer camino, el descriptivo, que todos conocemos bien y que tiene para nosotros este punto de partida: el anuncio del nacimiento de Jesús como se nos narra en el Evangelio de San Lucas, y que se expresa en las inolvidables palabras del ángel a los pastores, primeros representantes de la humanidad, informados y hechos partícipes así del primer efecto de la venida de Cristo al mundo. Recordamos una vez más aquellas palabras que constituyen el anuncio programático del cristianismo. Palabras del ángel: "No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo: pues os ha nacido hoy un Salvador, que es el Mesías Señor...".
Atención. Debemos recoger este mensaje llovido del cielo, pronunciado por misteriosos labios angélicos. Es un mensaje de alegría. Primero por su fuente: viene del cielo; viene del horizonte misterioso e infinito del "reino de los cielos"; es una economía nueva, un régimen nuevo que se inaugura sobre la faz de la tierra; entre el cielo y el mundo se ha iniciado una relación sobrenatural; una relación —segundo elemento que inscribir en la primera página de la historia humana—, gozosa.
El cristianismo, cualquiera que sea el desarrollo espiritual e histórico que realice esta relación, es un hecho sustancialmente gozoso; y, además, destinado al universo, omni populo.
¡Hermanos e hijos! Demos inmediatamente importancia a esta llegada de Cristo al mundo; se trata de un hecho trascendental, en clave normativa e interpretativa, para todo el mundo religioso que se deriva de él. La vocación cristiana es vocación a un gozo esencial para quien la acoge. El cristianismo es dicha, es plenitud, es felicidad. Podemos decir más: es una bienaventuranza que no se contradice; el cristiano está elegido para una felicidad que no puede tener una fuente más auténtica. El Evangelio es una "buena nueva", es un reino en el que no puede faltar la alegría. Un cristiano, invenciblemente triste, no es auténticamente cristiano. Nosotros estamos llamados a vivir y a testimoniar este clima de vida nueva, alimentado por un gozo trascendente que el dolor y los sufrimientos de todo género de nuestra existencia presente no pueden sofocar sino más bien incitar a una expresión simultánea y victoriosa.
De esta vocación nuestra a la felicidad superior, espiritual y perenne hemos hablado ya otras veces, y solemnemente durante el Año Santo en nuestra Exhortación Apostólica Gaudete in Domino (9 de mayo de 1975). Quisiéramos que considerarais de nuevo aquella palabra que también ella —nos complace ahora decir— tiene su fuente inagotable en la Navidad recién celebrada.
Y quisiéramos que en esta misma fuente encontrase remedio y consuelo la tristeza presente del tiempo, que las dificultades de todo género que confluyen en la vida de nuestros días hacen renacer con resultados bien tristes: o inclinando hacia un pesimismo desconfiado la insipiente sabiduría del mundo, resignado a una incurable desesperación interior, o bien, sugiriendo a la sicología moderna el recurso a remedios falaces, como son los del hedonismo o el egoísmo, presentados frecuentemente a la juventud actual, que los acoge con ilusoria y siempre amarga experiencia...; remedio y consuelo especialmente para esa nueva generación de jóvenes, de los que celebramos su aproximarse al pesebre de Belén cantando con poesía nueva el saludo, siempre antiguo y siempre nuevo, al Salvador del mundo.
Así sea. Con nuestra bendición apostólica.
Saludos
Una vez más feliz Navidad, felices fiestas y feliz año nuevo, y nuevos años felices. Nos sentimos dichoso al encontrarnos con una audiencia tan numerosa, tan variada y tan rica en expresiones sinceramente católicas. Os saludamos a todos de corazón y os bendecimos. Os confirmamos nuestra oración y nuestra bendición, así como la comprensión para todos los visitantes, para estos grupos que nacen de la Iglesia y en la Iglesia y que vienen aquí a presentarse, a hacerse conocer y a recibir estímulo para el cumplimiento de sus deberes cristianos, para su profesión de fidelidad y apostolado en las diversas formas prescritas por las respectivas instituciones. Os saludamos de todo corazón. Esta mañana ya hemos rezado por vosotros en la Misa y seguiremos orando para confirmar el efecto espiritual de este encuentro que para nosotros es un momento de gran alegría y casi de visión de la Iglesia universal que se abre ante nosotros en esta reunión. De nuevo, ¡muchos saludos!.
(A un grupo de religiosos del PIME)
Nos alegra mucho dar la bienvenida cordial al grupo de religiosos del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras, presidido por el nuevo superior general, el p. Fedele Giannini, que han querido rendirnos homenaje al finalizar el VIII capítulo general. Os estamos agradecido, carísimos hijos, por el consuelo que nos proporcionáis al ponernos al corriente de la obra de revisión de vuestras constituciones con objeto de adecuarlas mejor a las nuevas condiciones de los tiempos. Fieles a vuestra vocación misionera, habéis reafirmado vuestra tarea específica de evangelizar a los no cristianos; una actividad que si siempre ha requerido disponibilidad generosa al mandato del Redentor Jesús, se ha hecho hoy más laboriosa por las dificultades crecientes de la transmisión del mensaje de salvación en algunas regiones de misiones. De aquí la necesidad de que el futuro misionero se prepare más esmeradamente en lo espiritual y en lo cultural, y de aquí también la urgencia de actualizar los problemas misioneros que afrontan los heraldos del Evangelio. Por ello, seguimos vuestro trabajo deseándoos entrega perseverante y fructífera, al mismo tiempo que os bendecimos juntamente con vuestros hermanos y vuestras familias respectivas.
(Al Movimiento internacional "Grail")
Es un gozo especial para nosotros recibir al presidente y miembros del Consejo internacional del Movimiento Grail. Conocemos bien vuestras valiosas actividades en veinte países, actividades de naturaleza social, educadora, médica y catequética. Que el Señor os ayude en vuestro servicio a la Iglesia y al mundo, y os dé luces en estas reuniones de vuestro Consejo.
(A las participantes en un congreso organizado oor la Federación Italiana de Religiosas Educadoras)
Toman parte en esta audiencia 600 religiosas dedicadas a la enseñanza, reunidas en Roma en un congreso organizado por la Federación Italiana de Religiosas educadoras, a fin de estudiar el documento sobre "La escuela católica", promulgado recientemente por la competente Sagrada Congregación. Esperamos, hijas carísimas, que dicho estudio, junto con el aporte de vuestras experiencias, reafirme en cada una la consciencia de la importancia y nobleza de la causa en la que gastáis vuestras energías. La obra educadora es tarea sublime en sí, en cuanto que va dirigida a modelar es, obra maestra de la creación que es el ser humano. Y con la escuela católica, gracias al ambiente homogéneo que consigue crear con la convergencia armónica de principios doctrinales y estructuras disciplinares, garantiza la unidad del saber en la enseñanza y la unidad de vida en la educación, fomentando un clima espiritual en el que la personalidad joven de los alumnos pueda orientarse hacia responsables opciones de coherencia cristiana. Perseverad, pues, con entusiasmo (no obstante las dificultades, a veces incluso graves) en la obra emprendida, con la seguridad de que vuestra labor es útil no sólo a la Iglesia, sino también a la sociedad, a cuyo progreso cívico vuestra presencia aporta una contribución de importancia fundamental. Acompañamos nuestra exhortación y aliento con la bendición apostólica que extendemos complacido a todas vuestras hermanas y a las alumnas y alumnos que caminan con vosotros por los senderos difíciles y a la vez apasionantes del saber, en cuyo horizonte se vislumbra la Verdad trascendente y que sacia, Dios mismo.
(A las Religiosas Franciscanas Misioneras de María)
Saludamos paternamente al nutrido grupo de Religiosas Franciscanas Misioneras de María, de la provincia de Italia, que desean clausurar la conmemoración del I centenario del instituto con su presencia en esta audiencia. Queridas hijas, ciertamente cien años de vida han acreditado vuestra congregación en la fidelidad generosa al Evangelio y a esta Sede de Pedro, y os estimulan a nuevas metas obligadas de cooperación misionera. Por ello, a la vez que pedimos al Señor su necesaria asistencia de gracia continua, os dirigimos una invitación cordial a esforzaros siempre y renovadamente en continuar las actividades apostólicas características de vuestra familia religiosa, con particular atención a la valiosa educación de la juventud en las escuelas católicas que os están confiadas. Con este objeto, impartimos complacido la bendición apostólica propiciatoria a cada una de vosotras, y la extendemos igualmente a todas vuestras hermanas.
(En castellano)
Amadísimos hijos e hijas:
Pensemos de nuevo en el misterio evangélico de la Navidad, de la cual brota una forma de pensar y de vivir que califica la fidelidad a nuestro cristianismo como una novedad gozosa. Nuestra reflexión acerca del nacimiento de Cristo puede seguir dos caminos, sustancialmente iguales. El primero contempla el aspecto narrativo y moral de la celebración navideña, que nos conduce al pesebre de Belén; el segundo nos lleva a analizar el aspecto doctrinal y teológico de la Navidad. Hoy nos fijaremos en el primer aspecto, recordando el anuncio del nacimiento de Jesús que recibieron los pastores: "No temáis, os traigo una buena nueva, una gran alegría, que es para todo el pueblo; pues os ha nacido hoy el Salvador, que es el Mesías Señor". Hagamos aquí una pausa. Es éste un mensaje de alegría; un mensaje que viene del cielo por medio del ángel; un mensaje que inicia una relación sobrenatural entre el cielo y el mundo. Sí, un mensaje de alegría; en efecto, el cristianismo es un hecho gozoso para toda la humanidad. Hermanos e hijos: Demos la importancia debida a la venida de Cristo al mundo. La vocación cristiana, si la entendemos bien, es una vocación a la alegría esencial, a la felicidad: somos llamados a un gozo trascendente, que ni el dolor ni el sufrimiento pueden sofocar. Vivamos en esa alegría superior, espiritual. Y para confirmaros en ella, leed de nuevo nuestra Exhortación Gaudete in Domino, sobre la alegría cristiana. Con nuestra bendición apostólica para vosotros y cuantos nos escuchan por radio.
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