PABLO VI
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 1 de marzo de 1978
Convertirse y retornar a Dios
El tiempo litúrgico en que nos encontramos, la Cuaresma, es decir, el tiempo de preparación a la Pascua, nos obliga a volver de nuevo a la consideración de uno de sus aspectos esenciales, el retorno a la consciencia religiosa, o sea, a la consideración interior y personal de nuestra relación con Dios.
Hay que dar a esta relación el lugar y la función que reclama por propia naturaleza, es decir, por el hecho mismo de nuestra existencia: Dios nos es necesario. Necesario además a nuestra conciencia; éste es el punto responsable y, para nosotros, decisivo; y es justamente lo que nos hace religiosos, o sea conscientes tanto de la existencia soberana de Dios en sí mismo, en su misterio inefable y dominador a la vez; como también de la relación que a El nos une.
De esto depende todo: la escala de deberes y la escala de valores; es éste el criterio sobre la vida confirmado por Cristo, quien ha hecho posible que sea este criterio la luz orientadora de nuestra existencia, Recordémoslo siempre con gozo interior, con energía, con propósito íntimo y práctico de entregar a esta fe fundamental en Dios la dirección superior e interior de nuestra personalidad y de nuestra actividad. Nuestro Credo, en especial el que recitamos con la Iglesia presente durante la Misa de los domingos y fiestas, debería tener esta función, semejante a la del timonel de una nave, el cual comprueba si el timón sigue la dirección justa, a fin de mantenerla o modificarla si fuera necesario.
Esta verificación y confirmación tienen su expresión maestra precisamente en la Pascua. La fórmula corriente y popular "cumplir con Pascua" tiene cabalmente esta significación práctica, la de rectificar el curso de nuestra vida dirigiéndola a su orientación suprema, que es la religiosa.
Ahora bien, todos sabemos que muchos, muchísimos por desgracia, descuidan y contestan hoy esta norma que contiene en sí toda la sabiduría de nuestra vida en el mundo. Se contesta la "sacralidad" de la vida humana, su coherente y esencial referencia religiosa; más aún, incluso entre los que siguen admitiendo una relación ontológica entre el hombre y Dios, o sea, una relación existencial religiosa, se advierte una tendencia, llamada hoy "horizontalismo", que descuida su importancia y, como consecuencia, el deber religioso, para insistir en un primer momento sobre el primado, y luego sobre la suficiencia de la relación social como fin supremo de la actividad humana. No seremos nosotros, por cierto, quienes neguemos como para desvalorizar el horizontalismo social la importancia, la dignidad, la urgencia de los deberes sociales; antes bien, éstos se inscriben en el puesto de honor, que quiere decir servicio y sacrificio, en la lista de los deberes humanos, justamente en virtud del deber que justifica y ennoblece todos los demás, el deber del culto y amor de Dios; pero estos deberes sociales alcanzarán de parte nuestra tanto mayor reconocimiento y actuación, cuanto más firme y claro sea el principio en que fundamenten su razón de ser, que es ni más ni menos que el principio religioso (cf. Santo Tomás II-IIae, 81, 1 y 5).
Recordemos una palabra del Evangelio que literariamente parece incidental, pero que tiene para quien la comprende, toda la riqueza abisal de la sicología humana perfecta; la palabra referente al "hijo pródigo" de la narración de San Lucas que cuenta cómo este hijo desgraciado que ha disipado honor y riquezas en una vida viciosa "viviendo disolutamente", en un determinado momento "volviendo en sí" quiere retornar de nuevo a la casa paterna y se dice con ímpetu valiente "surgam et ibo: me levantaré e iré" (Lc 15, 18). Es conocida y aparece llena de alegría la conclusión en la que los dos protagonistas, si bien no se puedan comparar entre sí, Dios, el Padre, y el hombre pecador, se vuelven a encontrar rebosantes de felicidad.
Es una vez más San Agustín quien esculpe dos términos igualmente imposibles de comparar, pero forjados para encontrarse y resumir la historia divina y humana del Evangelio: misericordia y miseria (cf. Enarr. in Ps., XXXII, 4; PL 36, 287; cf. De Civ. Dei, IX, 9; PL VII, 636; y cf. San Ambrosio, Evangelio de San Lucas, VII, 220).
Este, sí, es el Evangelio; el Evangelio cuaresmal, un Evangelio triunfal y Evangelio para todos: convertirse para retornar a Dios.
Con nuestra bendición apostólica.
Saludos
(A los participantes en un Congreso internacional sobre turismo)
Es también un gozo para nosotros saludar y animar a los obispos, religiosos y laicos que realizan un buen trabajo de Iglesia en el mundo del turismo internacional. Queridos amigos, tened la seguridad de que el Papa aprecia en su justo valor este apostolado del todo peculiar. Al referirme al programa de vuestro congreso romano, os decimos de todo corazón: Seguid adelante, multiplicad y reforzad los equipos de reflexión y de acción; atended tanto a los agentes y empleados del turismo como a los turistas, ampliad el acceso al turismo de quienes son pobres en dinero y en cultura. Y en esta época de nuevo florecimiento de las peregrinaciones, contribuid con todas vuestras fuerzas a conseguir que las peregrinaciones sean de verdad elementos y etapas de formación permanente de la fe. Permitidnos que mencionemos los esfuerzos de la Peregrinatio ad Petri Sedem, que no quisiera detener su buen camino. Qué trabajo tan entusiasmante para cada uno de vosotros. Pero por encima de los planes y técnicas, necesarias sin duda, qué empuje evangélico supone este trabajo. Con nuestra bendición apostólica.
(A un grupo de estudiantes de distintas nacionalidades)
Dirigimos una bienvenida especial a nuestros visitantes de la escuela graduada del Instituto ecuménico de Bossey. Confiamos en que Roma os dé algo del espíritu de los apóstoles y mártires cuya vida y testimonio han sido luz resplandeciente de los cristianos de todos los tiempos. Esperamos también que esta visita contribuya a reforzar vuestra conciencia ecuménica y a comprometeros con generosidad en favor de la unidad querida por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Estad seguros de que nuestras oraciones os acompañan al volver a vuestra patria y al reincorporares al servicio de vuestras comunidades cristianas.
(En castellano)
Amadísimos hijos e hijas: La Cuaresma en la que nos encontramos nos obliga a plantearnos un tema central: cómo van nuestras relaciones con Dios. Dios nos es necesario. Hemos de ser conscientes de su existencia y de nuestra relación con El. De ahí derivan tantos deberes y brotan tantos valores, que podemos condensar en eso que llamamos el sentido de la vida a la luz de la fe. El Credo que recitamos, sobre todo en la Misa dominical, debería ser el momento de toma de conciencia acerca del rumbo de nuestra vida. Si es correcto, para proseguirlo; si no lo es, para corregirlo. La preparación a la Pascua mediante la práctica del cumplimiento pascual debe significar una enmienda del curso de nuestra vida, para darle la oportuna orientación religiosa; sin olvidar el carácter sagrado de nuestra existencia, ni imprimirle una mera dirección horizontalista. Buena y conveniente es la preocupación por el bien social de los demás, pero sin olvidar el principio religioso que fundamenta ese esfuerzo. Con frecuencia deberemos hacer como el hijo pródigo que, consciente de su situación de pecado, entra en sí mismo y decide volver a su padre. A nuestro Padre celestial que cubre con su misericordia nuestra miseria. Este es el Evangelio de la Cuaresma, válido para cada uno: entrar en sí mismo, para volver a Dios. Con nuestra bendición apostólica, que extendemos a cuantos nos escuchan por radio.
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