CEREMONIA DE LA OFRENDA DE LOS CIRIOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE PABLO VI
Fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo
Domingo 2 de febrero de 1964
Aceptamos complacidos la ofrenda de los cirios que nos presenta el Clero romano, las familias religiosas de la urbe y otras venerandas instituciones de nuestra Roma piadosa y fiel, y al paso que meditamos en el significado simbólico de esta ofrenda colectiva, que nos presenta la historia compleja y secular de la fiesta de hoy, apreciamos su alto valor espiritual, por la referencia que tiene con la celebración del misterio navideño y con el culto a María Santísima, y por el signo de devoción afectuosa y filial para con nuestro apostólico oficio, y por la augural iluminación al mundo de las almas, de las que quiere ser al mismo tiempo figura viva y gentil.
Dejaremos desarrollarse y prolongarse en el silencio de nuestro espíritu esta meditación, a la cual los ritos y las palabras de la liturgia de la Presentación de Cristo y de la Purificación de la Virgen, juntamente con la bendición de los cirios, ofrecen una singular abundancia de temas religiosos, para limitar nuestras brevísimas palabras a un paternal y sincero agradecimiento a cuantos han querido honrar esta festividad anual trayéndonos estos espléndidos cirios, mereciendo para sí y para las diversas corporaciones así representadas las gracias del Señor y la protección de María Santísima, como se lo merecen, y ganándose nuestra bendición.
Añadiremos otra palabra para que gocen con nosotros los oferentes a propósito del destino que este año pretendemos dar a estos hermosísimos cirios. Pues es legítima la tácita pregunta que nos parece leer en vuestro ánimo: “¿Qué es lo que va a hacer el Papa con todos estos cirios monumentales? ¿Dónde se consumirán?” Nos parece buena la intención que se ha venido siguiendo estos últimos años de asignar a estos cirios, algunos al menos, destinos particulares, que, al paso que acrecientan su simbolismo, hace que los destinatarios les presten más grata acogida y sea más significativo su valor espiritual.
Así, pues, ante todo, conservaremos el destino habitual de muchos de estos cirios para los jefes de las misiones diplomáticas, que durante el año han estado acreditados ante la Santa Sede. De esta forma la luz bendita adquiere ya un aspecto especial y extiende, en un círculo internacional, sus rayos pacíficos y amistosos.
Tendremos también en cuenta en la distribución algunos santuarios dignos de nuestro devoto y particular recuerdo, y asimismo algunas humildes iglesias, cuya piedad pretendemos encender honrando su pobreza.
Pero este año el destino especial de estos cirios benditos serán los patriarcas católicos, en primer lugar, a quienes hemos visitado en nuestra peregrinación a Tierra Santa y para las iglesias que allí conocimos, Y luego, también, para los patriarcas “ortodoxos”, que hemos saludado en esta memorable ocasión, y extenderemos nuestro modesto, pero cordial, regalo como mensaje de recuerdo cortés y como auspicio de amistad cristiana a las diversas comunidades cristianas que han enviado observadores a la segunda sesión del Concilio Ecuménico.
Ved, por tanto, cómo la distribución de estos cirios adquiere un significado ecuménico. Por lo demás, está dentro de la intención precisa de la fiesta. Los griegos la llaman “ipapante” el encuentro, y el personaje bíblico Simeón, que la llena con su voz profética, exclama levantando al Niño Jesús en sus brazos temblorosos de anciano: “Ved a la luz que ha de iluminar a las naciones” (Lc 2,32).
Cristo es, en verdad, la Luz de la tierra, la Luz de las almas. Y es para darnos a Nos mismo, para dar a los demás, a todos, el gozo de poder fijar la mirada en esta única luz de salvación, por lo que, contento de recibirlos de vuestras manos devotas, mandamos al mundo estos cirios para que, en todas partes donde sean acogidos con llaneza, brille cada vez más la luz benéfica de Cristo.
Como dice la oración de la liturgia de hoy: “para que ilustrados y advertidos por la gracia del Espíritu Santo, te reconozcamos [Cristo] y te amemos fielmente”.
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