DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL SR. JOHN KENNEDY,
PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA*
Martes 2 de julio de 1963
Excelencia,
Con gran alegría damos la bienvenida al Vaticano a Vuestra Excelencia, recordando con verdadero placer Nuestro primer encuentro de hace unos 25 años, cuando, todavía joven, acompañaba a sus padres en la Coronación del Papa Pío XII, Nuestro venerado Predecesor de feliz memoria. Recordamos asimismo con especial complacencia las muchas agradables ocasiones en que estuvimos con su padre.
Vuestra Excelencia viene de nuevo ahorra, esta vez como Presidente de la noble Nación de los Estados Unidos de América. Nos visitamos su espléndido País y, viajando de una a otra ciudad, estuvimos en condiciones de comprobar personalmente las muchas admirables cualidades que han hecho del vuestro un País guía de la familia de las Naciones. La cálida y sincera hospitalidad que en todas partes a donde fuimos Nos fue ofrecida, ha dejado en Nos una impresión indeleble. Las muchas iglesias que se encuentran diseminadas por el territorio americano y los campanarios que se elevan sobre las ciudades manifiestan la espiritual sensibilidad y la fe de vuestro pueblo. Nos hemos admirado la laboriosidad, la imaginación y la rapidez que han transformado las vastas riquezas de vuestros recursos naturales, hasta el punto de ofrecer un elevado tenor de vida a vuestros ciudadanos. Sin embargo, en medio de esta abundancia, tan duramente conquistada, vuestro País no ha olvidado los altos ideales de sus primeros comienzos, ni ha descuidado a las Naciones más pobres especialmente a los nuevos Estados que tratan de procurar a sus pueblos los beneficios de la libertad dentro de la ley. Con no pequeño sacrificio, los Estados Unidos han acudido en ayuda de estos pueblos. Esta amistosa comprensión y generosidad no puede dejar de producir una amistad duradera basada en el mutuo respeto y procurar nuevas bendiciones sobre los ciudadanos de vuestro País.
En estos últimos años se han visto impresionantes progresos en la exploración del espacio, a los que los Estados Unidos han dado una notable aportación. Ojalá que estas empresas puedan tener un significado de homenaje tributado a Dios, Creador y supremo Legislador, ya que ellas son de buen auspicio para el bien de la humanidad y deben contribuir al verdadero y pacífico progreso que una a los hombres en estrecha relación de fraternidad universal.
Esto es todo lo que Nos escuchamos a menudo en los discursos de Vuestra Excelencia: ¡con qué claridad evocan los altos principios morales de verdad, de justicia y de libertad! Nos vemos en ellos una espontánea armonía con lo que Nuestro venerable Predecesor, el Papa Juan XXIII, dijo en su última Encíclica Pacem in terris, cuando presentó al mundo la constante enseñanza de la Iglesia sobre la dignidad de la persona humana, dignidad que Dios confirió al hombre al crearlo a su imagen, semejanza. Nos recordamos siempre en Nuestras oraciones los esfuerzos que lleváis a cabo para asegurar a todos vuestros compatriotas los mismos beneficios de la ciudadanía, que tienen como fundamento la igualdad de todos, los hombres debido a su dignidad como personas y como hijos de Dios.
Es sumamente de elogiar vuestra incansable actividad para conseguir la paz del mundo. Y Nos tenemos la confianza de que estos esfuerzos tendrán pronto respuesta, por parte de todos los hombres de buena voluntad. La paz universal, en la caridad y en la justicia, puede ser alcanzada y Nos pensamos que los esfuerzos de los Estados Unidos serán fecundos y contribuirán a asegurar a todos los pueblos de este agitado mundo esa paz que los ponga en condiciones de prosperar y de gozar de las bendiciones que Dios les ha reservado. A ese fin, siguiendo el ejemplo de Nuestros Predecesores, también Nos consagramos Nuestras oraciones y Nuestras energías y Nuestra vida.
Os damos una cordial bienvenida y, por medio de Vuestra Excelencia, deseamos presentar Nuestro saludo a vuestra Esposa, Señora Kennedy, a vuestra familia y a todos los ciudadanos de vuestra Nación, invocando sobre todos la abundancia de las bendiciones celestiales.
*ORe (Buenos Aires), año XIII, n°569, p.1, 2.
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