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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL ALCALDE Y A LA JUNTA MUNICIPAL
DE LA CIUDAD DE ROMA

Lunes 8 de julio de 1963

 

Nos sentimos gozosos y honrados de recibir su visita, señor alcalde de Roma, juntamente con la de la Junta municipal de la ciudad, recibiendo así el homenaje deferente y el saludo oficial de la Administración cívica, expresión cualificada de la población de Roma.

La relación que nuestra elevación al Episcopado de Roma, y por ello al Sumo Pontificado, crea entre la urbe y nuestro ministerio y nuestra persona, suscita en nuestro espíritu una onda poderosa de emoción y de admiración, reavivando en Nos la imagen majestuosa y misteriosa de la urbe, de su historia y de su misión; jamás se agota la meditación que esta ciudad engendra en la mente y en el corazón de quien apenas quiera repasar los acontecimientos y sepa descubrir en su historia cierto singular designio, súbito revelador de trascendentes significados.

Pero si Nos tratamos ahora de contener este tumulto de recuerdos, de pensamientos y de impresiones, que brota del nombre de Roma, para dejar el primer y único puesto al sentimiento dominante en nuestro ánimo, diremos que el amor por vuestra y nuestra Roma resume, simplifica y abarca cualquier otro sentimiento; ni el amor siquiera de quien conoce los títulos máximos de esta misma ciudad para ser la preferida y la exaltada, ni el de quien, por haber transcurrido en ella la mayor parte de su vida, puede considerarla suya, sino sólo el amor de quien, por arcano consejo de la Providencia, ha sido hecho Pastor de Roma, es decir, Padre, Maestro, Guía, según el Evangelio, encargado de su suerte espiritual y responsable de su vida cristiana y católica.

Nuestro afecto —quisiéramos decir nuestra pasión— por Roma quiere, por tanto, cualificarse por nuestro mandato eclesiástico y por la vocación religiosa de la urbe, que es lo mismo que decir, señor alcalde, que al considerarla nuestra —y ¡cómo nuestra!— no nos atribuimos otra función en ella que la de nuestro ministerio apostólico, y gustosos dejamos a la autoridad civil toda legítima libertad y toda consiguiente responsabilidad en orden al bien temporal de la ciudad; más aún: de corazón deseamos honrar a quien preside y a quien dedica su propio trabajo a la prosperidad civil, cultural, social, económica, artística, de la ciudad misma; alentamos su esfuerzo y bendecimos sus éxitos.

Nos devolvernos, así, con el reconocimiento de sus altas prerrogativas y funciones, el homenaje que usted, señor alcalde, nos ha expresado; así aseguramos, en cuanto está de nuestra parte, del clero y de nuestros fieles, una leal y positiva colaboración en el bienestar de la ciudad; y de esta forma prometemos seguir cada día su creciente ritmo de vida con nuestras oraciones.

Tengan por cierto que al esfuerzo de las autoridades ciudadanas para dar a Roma un aspecto nuevo y moderno, y para extender sus dimensiones de acuerdo con el aumento y la afluencia de ciudadanos, se sumará el nuestro; poderoso el suyo, señor alcalde, y complicado con cien problemas; sencillo y modesto el nuestro, pero no menos voluntarioso y generoso para conservar, más aún, para renovar el semblante cristiano de Roma y prestar a los nuevos barrios la asistencia religiosa, de la cual no deben estar privados. Tengan por cierto que la obra múltiple de la Administración ciudadana para ofrecer a la población instrucción, trabajo, asistencia, diversiones y para infundirle un alto y concorde sentimiento cívico, encontrará también nuestra humilde obra, fuertemente dirigida a infundir en los fieles los principios cristianos, las energías morales y espirituales, los sentimientos humanos y sobrehumanos que son propios de la animación católica.

Esperamos, pedimos, que estos encuentros reciban y encuentren mutua comprensión y colaboración y concurran a hacer de la Roma de hoy la ciudad coherente con su historia civil y católica de los siglos pasados y con su inmortal misión para el futuro.

Y con estos deseos, señor alcalde y señores magistrados de esta "alma ciudad", os saludamos,  os damos gracias y os bendecimos.

 



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