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 DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
DURANTE LA VISITA OFICIAL
DEL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA*

Miércoles 24 de julio de 1963

 

Señor Presidente:

La visita con que Vuestra Excelencia nos honra, a muy pocos días de distancia de Nuestra elevación al sumo Pontificado, y las palabras con las que define el sentido y atribuye valor a este gesto de cortesía y de homenaje, llegan profundamente a Nuestro espíritu.

Nos no podemos olvidar que es esta la tercera vez, en el breve espacio de poco más de un año, que Vuestra Excelencia viene a esta morada papal por análogos y altísimos motivos: dos fueron los encuentros que en esta misma sala tuvo con Nuestro celebrado y venerado Predecesor y, no menos que el presente, caracterizados por la solemnidad del protocolo, que a los mismos convenía, así como por la sincera cordialidad que los inspiraba, y que los rasgos joviales y la paternal bondad del Papa Juan XXIII, de feliz memoria, sabía hacer tan espontánea y expansiva.

Este encuentro, precisamente por el hecho de suceder tan inmediatamente a los antes mencionados, Nos demuestra, lo mismo que a todo el que quiera captar el aspecto indudablemente más notable y saliente del mismo, la perfecta normalidad de relaciones existente entre la Sede Apostólica y el Estado italiano. Su presencia, Señor Presidente, la intención que aquí lo ha traído, el carácter oficial que reviste y el honor con que Nos deseamos acogerla y distinguirla son clara prueba del equilibrio pacífico y feliz que los Pactos Lateranenses, con tanto esfuerzo conseguidos, pero ligados ya a la historia presente y futura, han establecido entre las dos sumas Potestades, la eclesiástica y la civil, en este punto, único en el mundo, de su más característica convergencia y de su más delicada convivencia, que es Roma.

De tal manera que mientras Ud., Señor Presidente, viene a la minúsculo sede de Nuestra soberanía temporal, signo e instrumento de la independencia de Nuestra universal misión espiritual, para traerNos el saludo y el homenaje del Pueblo Italiano, Nos tenemos la satisfacción de corresponder de inmediato con el homenaje y el saludo a la misma Nación Italiana, reconociendo y honrando en Ud. a su soberano y digno Presidente y a su ilustre y también para Nos tan querido supremo Representante.

Esto, a Nuestro parecer, significa que cuando los términos jurídicos son solemnes y clarísimos para definir y distinguir respectivamente las sagradas e intangibles esferas de la Iglesia y del Estado, los términos históricos, culturales y religiosos, humanos, en una palabra, y reales de las dos mismas realidades descubren una profunda comunión moral, que sería anti-histórico y nocivo ignorar, y que será en cambio, recíproco deber y mutuo interés noblemente cultivar y promover.

En ese sentido precisamente formulamos Nuestros votos por la amadísima Italia, de la que Ud. en este momento personifica aquí su presencia; si, ¡ojalá que Italia, libre e independiente, pueda tener siempre clara conciencia de su incomparable patrimonio moral y religioso, que pueda considerarlo no ya como peso de siglos pasados, sino más bien como fuente de siempre jóvenes energías para su nueva cultura y su moderno desarrollo, casi como estímulo para su concordia nacional y guía para su renovación social, casi como orgullo y sostén para su inserción en el más vasto concierto internacional que ya el mundo reclama! ¡Sea gloria y sea fortuna para Italia no ya el decirse, sino el sentirse católica y ser verdaderamente tal!

Este será, Nos creemos y auguramos, el más alto título para su grandeza y para su prosperidad; y será siempre el motivo más cordial y más operante que Nos hará reservar, como hoy Nos nace del corazón, para Italia, para su Jefe, para sus Autoridades, para sus instituciones y para sus ciudadanos, Nuestra más sincera y paternal Bendición.

 


*ORe (Buenos Aires), año XIII, n°572, p.1.

 



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