ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE PABLO VI
ALOS PARTICIPANTES EN EL XIII CAPÍTULO GENERAL DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN
Sábado 31 de agosto de 1963
Queridos hijos:
Es para Nos una alegría, y mejor un honor, el recibir a tantos egregios dirigentes y miembros de la Congregación de la Misión, una vez concluido su trigésimo tercer Capítulo general; y también manifestamos nuestro gozo por el homenaje de piedad que con esta ocasión nos tributáis, de cuya piedad han dado prueba las palabras que hace un momento nos ha dirigido vuestro prepósito general.
El origen de vuestra familia religiosa nos trae a la memoria a San Vicente de Paúl, honra preclara de la Iglesia católica, que maravillosamente impulsó la santidad del clero y las obras de caridad para con el prójimo —especialmente para con los más necesitados y desamparados—, empleando nuevas formas y medios en este apostolado entre los que destacan en primer lugar vuestra benemérita Congregación, y la divulgada y digna de no menor alabanza, la llamada Congregación de las Hijas de la Caridad.
Por tanto, no podemos menos que emocionarnos al contemplar resplandor tan radiante de virtudes, emanadas del Evangelio, y tan gran vigor de santidad activa. Y son mayores las emociones al considerar los acontecimientos, a lo largo de más de tres siglos, en los que se palpan el crecimiento y el fiel progreso de la institución vicentina, y se celebran sus méritos logrados, méritos, decimos, de insignes obras, ejemplos y ministerios, que honran no sólo a esta Congregación, sino a toda la Iglesia, y que difundieron el esplendor del nombre cristiano también por el campo profano.
En esta ocasión en que os reunís con Nos, hemos de agradeceros estos dones espirituales, que brotan de la familia vicentina de sacerdotes, cómo de una fuente clara e inagotable, para bien de la Santa Iglesia y provecho de la sociedad civil, y a la par que damos gracias a Dios por este beneficio, que tanto estimamos, suplicantes le pedimos que conserve y mire por la saludable eficacia de esta Congregación y por su apta acomodación a las inagotables necesidades modernas.
Nuestra alabanza de vuestra insigne Congregación sacerdotal no quiere detenerse en las glorias pasadas y presentes, sino que se eleva al futuro, y, por tanto, nos exige exhortaciones y votos emanados de la sincera y paternal caridad de nuestro afecto; por lo cual os abrimos nuestro corazón para exhortaron al triple oficio de fidelidad.
Y ante todo os decimos: seguid fidelísimamente las normas de vida legadas por vuestro fundador, que están empapadas de sabiduría y de imitación a Cristo; conservad indemnes los sobrenaturales tesoros de la oración, de la gracia y de la santidad, en los que siempre se destacó vuestra Congregación, haciéndola adquirir fisonomía y características peculiares; guardad. santas e íntegras las leyes ciertas, definidas y canónicas, con que esta familia se ha consolidado interiormente y ha conseguido la eficacia en las obras exteriores; no seáis ávidos de novedades y sopesad con gran prudencia los cambios en. vuestras reglas, que acaso los nuevos tiempos y formas de vida os aconsejen, que la suprema Autoridad de la Iglesia considere legítimas y providenciales para el futuro.
Así mismo no cejéis en el afán por conocer y resolver las necesidades de los hombres en su cuerpo y alma, de las que está aquejado el mundo actual. Mantened los cuidados y buena voluntad para con los pobres, enfermos, abandonados y errantes; que vuestros brazos estén abiertos a las necesidades de cada uno de los hombres y de toda la sociedad; y que no falte vuestro afán donde los hombres se esfuerzan por un orden más humano, con dolor y grandes ansias y aún en medio del error.
Mostraos siempre asiduos y ejemplares fieles de la Iglesia católica, a la que es preciso que siempre estimemos, amemos y ayudemos como hijos, soldados, apóstoles y santos. Proponeos esto que es siempre un gran honor para vosotros, no dejad que ninguno os aventaje en esta generosa profesión de amor, que la hora presente, grande, pero llena de confusionismo, está pidiendo. Y esta profesión ha de ser vuestra ansia por cuanto que es más fecunda en méritos sobrenaturales.
Que estos deseos y sentimientos los confirme la bendición apostólica, que concedemos a todos los presentes, a vuestros hermanos y a todas las obras confiadas a vuestra caridad; y que lo haga eficaz Jesucristo, en cuyo nombre la impartimos.
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