DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS ASESORES Y CONSEJEROS DE LA ADMINISTRACIÓN DE LA PROVINCIA DE MILÁN
Lunes 16 de septiembre de 1963
Señor presidente del Consejo Provincial de Milán,
señores asesores y señores consejeros provinciales:
Nos sentimos emocionados con vuestra presencia porque nos recuerda la querida y magnífica provincia de Milán, tierra extraordinariamente rica y fecunda en historia del pasado y en laboriosidad actual; porque nos confirma: las relaciones mutuamente cordiales y respetuosas entre la Administración provincial y la autoridad eclesiástica diocesana; porque quiere darnos a entender la persistencia de los nobles afectuosos sentimientos que nos unieron a usted, señor presidente, y a sus colaboradores y colegas durante nuestro ministerio pastoral en la archidiócesis ambrosiana, y que, con esta manifestación de deferencia e interés hacia Nos, separados ya de la sede milanesa, pero siempre ligados a ella profunda y espiritualmente, demuestran el deseo gentil de que se perpetúen, y, finalmente, porque nos hace comprender el valor que ustedes atribuyen a la religión católica, a la Iglesia, al Papa, en el marco sintético de la vida de nuestro pueblo, a cuyo bienestar está encaminada toda la actividad de esta Administración.
Debemos, por tanto, agradecer vivamente a usted, y con usted a estos corteses e ilustres visitantes, la presencia que tantas cosas nos dice y tantos sentimientos despierta en nuestro espíritu. Y hemos de decir a continuación que esta visita, que trata de hacer un homenaje al arzobispo de Milán, llamado de la cátedra de los santos Ambrosio y Carlos a la de San Pedro, no menos honra a quien la ha promovido y a quienes en ella participan personalmente o a ella se han adherido, porque es precisamente un testimonio de franca fe religiosa en muchas de sus personas, y de alta ciudadanía en todos sus señores. A nuestro agradecimiento sumamos, por tanto, la expresión de nuestra complacencia, y, como es obvio, de nuestros votos.
¡Nuestros votos por la provincia de Milán! Son tantos y tan grandes que no conseguimos darles la expresión adecuada. Y están tan profundamente ligados a las personas, a los lugares y a las cosas, que no nos es posible callar ninguno. En primer lugar, el sumo interés diríamos, la pasión por el bien público, por la verdadera prosperidad de nuestras gentes, por la intuición de sus necesidades y por el inmediato y generoso esfuerzo de corresponderlas con la providencial y sabia asistencia de la comunidad provincial. Creemos que este interés, esta pasión, ha animado siempre su espíritu y su trabajo, señor presidente, y nos es obligado pensar que también hay que decir esto de cuantos están dedicados a la buena dirección de esta importantísima Administración. Por tanto, auguramos que en todo y siempre sea así. Es verdad que el deseo del bien público constituye una de las más comunes y nobles tendencias de nuestra sociedad, y, por tanto, es verdad que nuestro voto no es original, aunque sí conforme con uno de los sentimientos más difundidos de nuestro tiempo; pero precisamente por ser así creemos poderlo reconocer y confortar en cada uno de ustedes, y precisamente por ser fundamental en la psicología del ciudadano moderno, quisiéramos que alcanzase siempre en Milán sus más altas, sus más calificadas y más benéficas expresiones.
Podría ser tema de un segundo voto la iluminación y fortificación del sentimiento del bien público que proporcionan la formación y profesión de nuestra maravillosa religión, encaminado a desear que las grandes líneas maestras de la actividad administrativas de una provincia-piloto, como es en Italia (y quizá también más allá de los confines italianos) la de Milán, sean trazadas con miras a esa suprema meta humana, a esos supremos criterios civiles, que caracterizan nuestra civilización como cristiana. Milán y su tierra deben conservar no ya como un monumento arqueológico, sino como un florecimiento de primavera, su inconfundible fisonomía, que es una fisonomía cristiana.
Pero no queremos ahora detenernos en este aspecto de la vida milanesa, que atañe más al oficio pastoral que al administrativo; no renunciamos, sin embargo, a colocar entre nuestros votos por esa querida y gloriosa provincia también el que se refiere al culto de su patrimonio histórico, ya en vías de realización, cuya riqueza en monumentos artísticos todos conocemos, lo mismo que su beneficiosa religiosidad y cultura, y que no puede ser dignamente conocido y honrado sin que inspire a la tierra milanesa, febril en los trabajos y negocios temporales, una animación espiritual viva y nueva capaz de darle también la primacía en la esfera de los valores superiores y de asignarle una misión original en el mundo moderno.
Grandes palabras pronunciamos; pero grandes son nuestros sentimientos de afecto, estima y esperanza por Milán; y la bondad que ha conducido a aquellos que presiden el desarrollo y el decoro de su provincia no rehusarán aceptarlas como dictadas por un corazón sincero, y agradecerán, esperamos, saberlas enriquecidas con nuestra bendición apostólica.
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