ALOCUCIÓN DEL PAPA PABLO VI
AL CONSEJO PERMANENTE DE LA CONFERENCIA
DE LAS ORGANIZACIONES INTERNACIONALES CATÓLICAS
Lunes 11 de noviembre de 1963
Estimados señores:
Gustosos recibimos hoy a vuestro “Comité permanente”; es decir, a un grupo particularmente distinguido y representativo de las organizaciones internacionales católicas. Aprovechamos con gusto esta ocasión que nos ofrecéis para manifestaros la estima de la Iglesia por el trabajo que estas organizaciones han realizado y continúan realizando en el campo del apostolado seglar.
Hace tiempo que seguimos vuestras actividades. Creemos también poder decir con justicia que Nos fuimos, según las directrices del Papa Pío XII, de venerada memoria, uno de los primeros en defender la necesidad de los movimientos del laicado católico, organizado en el plano internacional. Y entonces alentamos calurosamente sus primeros pasos en este nuevo campo, que nos parecía muy conforme con el carácter universal de la Iglesia y, al mismo tiempo, muy de acuerdo con la evolución de las estructuras y del ritmo de la sociedad moderna.
La experiencia no ha desmentido las esperanzas que la Iglesia ponía en esta nueva forma de apostolado, y con alegría y emoción contempla hoy cerca de cuarenta organizaciones internacionales católicas trabajando a escala mundial.
Tuvimos recientemente la ocasión de decirlo con insistencia a propósito de ese gran precursor de la Acción Católica que fue San Vicente Pallotti: hoy es, más que nunca, la hora de los seglares. Ellos han de venir en ayuda de la Iglesia en sus trabajos; suplir la insuficiencia numérica de clero; descubrir los modernos caminos por los que se puede hacer avanzar el mensaje de Cristo. (Cfr. L'Osservatore Romano del 2 de septiembre de 1963).
Su papel nos ha parecido tan importante que en este momento histórico en que la Iglesia, reunida en Concilio, hace, en cierto sentido, su examen de conciencia y se dispone a efectuar un extenso recuento de sus fuerzas apostólicas, creímos, de acuerdo con nuestro inolvidable predecesor Juan XXIII, que algunos representantes calificados del laicado podrían y deberían ser asociados, a título de “oyentes”, a esta gran “revisión de vida”, admitidos a sentarse en el Concilio. Y nos dirigimos a los movimientos que los representan con más autoridad y a mayor escala: las organizaciones internacionales católicas.
Hemos notado complacidos el eco que despertó en el mundo esta designación de “auditores”. Las discusiones que se desarrollan bajo las bóvedas de la basílica vaticana sobre el papel de los laicos en la Iglesia han permitido advertir lo feliz y oportuno de esta iniciativa, y estimamos posible que pueda experimentar en el futuro mayor desarrollo.
Con esto os manifestamos, apreciados señores, con qué afecto sois recibidos hoy aquí y con qué fervor deseamos ver extenderse cada vez más vuestra acción bienhechora al servicio de la Iglesia y de vuestros hermanos. Nuestro apoyo, nos sentimos obligados a manifestarlo, no os faltará jamás. Y en cuanto a nosotros, sabemos que podemos contar con la entrega y el espíritu sobrenatural que os animan, y que por ello sabréis responder a la confianza que la Iglesia os demuestra.
Con estos sentimientos invocamos sobre vosotros y sobre todos aquellos a quienes aquí representáis la abundancia de los favores divinos, y os concedernos a vosotros, lo mismo que a todas las organizaciones católicas internacionales, una grande y paternal bendición apostólica.
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