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PEREGRINACIÓN DEL PAPA PABLO VI A TIERRA SANTA

DISCURSO DEL SANTO PADRE
A LAS AUTORIDADES Y A LA POBLACIÓN DE JERUSALÉN
ANTE LA PUERTA DE DAMASCO

Sábado 4 de enero de 1964

 

Señor gobernador,
señor alcalde,
habitantes de Jerusalén y todos vosotros que habéis venido desde tan lejos para rodearnos en este instante:

Recibid nuestro saludo, acoged la expresión de nuestra alegría y la emoción que llena nuestro corazón en el momento de franquear el umbral de la Santa Ciudad.

Hoy se realiza para Nos lo que ha constituido el objeto de los deseos de tantos hombres en la época de los patriarcas y de los profetas, así como de tantos peregrinos llegados desde hace veinte siglos a visitar la tumba de Cristo. Hoy podemos exclamar con el autor sagrado: “Al fin nuestros pies pisan ahora el umbral de tus puertas, Jerusalén” (Salmo 122, 2), y añadir con él, en entera verdad: “He aquí el día que Dios ha hecho, día de gloria y alegría” (Salmo 117, 24).

Desde lo más profundo de nuestro corazón agradecemos a Dios Todopoderoso habernos conducido hasta este lugar y hacia esta hora y Nos os invitamos a todos a uniros a nuestra acción de gracias.

Nuestro reconocimiento se dirige, en primer lugar, a las autoridades por su acogida plena de fervor que nos ha sido reservada en este lugar.

A los habitantes de Jerusalén les manifestamos nuestra estimación por su espíritu religioso, por sus nobles tradiciones de cortesía y de hospitalidad ante todos los peregrinos de los Santos Lugares. Les invitamos a elevar con Nosotros sus manos y sus corazones hacia el cielo para hacer descender sobre su Santa Ciudad la abundancia de las bendiciones divinas. A nuestros hijos católicos y a cuantos se honran con el nombre de cristianos les decimos: Entrad con nosotros en el espíritu de este peregrinaje, venid con nosotros a poner vuestros pasos sobre las huellas de los de Cristo, subid con El al Calvario, venerad la tumba gloriosa de donde El salió lleno de vida tras haber vencido la muerte y redimido al mundo. Venid con Nos a ofrecerle su Iglesia en los mismos lugares donde por ella vertió su sangre. Imploremos juntos la gracia tan deseada de la unión entre todos los discípulos del Evangelio.

Y todos digamos: Rogad con Nos, por medio de vuestros votos y plegarias, por la concordia y la paz en esta tierra, única en el mundo, que Dios ha visitado. Pidamos aquí juntos la gracia de una verdadera y profunda fraternidad entre todos los hombres y todos los pueblos.

Jerusalén, en el momento de entrar en tus muros, permanecen aún los acentos entusiastas del autor inspirado que se vienen a los labios:

“Que sean felices los que aman, sí.
Que la paz habite en tus muros,
la prosperidad en tus palacios...
Pido por ti la paz...
Para ti deseo la felicidad”.

 



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