PEREGRINACIÓN DEL PAPA PABLO VI A TIERRA SANTA
SALUDO DEL SANTO PADRE
A SU BEATITUD ATENÁGORAS,
PATRIARCA ECUMÉNICO DE CONSTANTINOPLA
Delegación Apostólica de Jerusalén
Domingo 5 de enero de 1964
Grande es nuestra emoción, profundo nuestro gozo en esta hora verdaderamente histórica en que después de siglos y de espera, las Iglesias católica y ortodoxa se hacen nuevamente presentes en la persona de sus representantes más aptos. Grande y profundo es también nuestro reconocimiento hacia vuestra beatitud, que ha querido dejar un instante su sede patriarcal para venir aquí a nuestro encuentro, pero ante todo es hacia Dios, Señor de la Iglesia, hacia quien suben los acentos de nuestra humilde gratitud. Una antigua tradición cristiana quiere ver el centro del mundo en el lugar en que fue plantada la cruz de nuestro Salvador, desde la cual El, alzado sobre la tierra, lo trae todo a Sí mismo. Era conveniente, y la Providencia lo ha permitido, que en este lugar, en este centro siempre sagrado y bendito, nosotros, peregrinos de Roma y Constantinopla, pudiéramos encontrarnos y unirnos en una oración común. Vuestra beatitud ha deseado este encuentro desde el tiempo de nuestro inolvidable predecesor Juan XXIII, por el cual no escondía sus simpatías, su estima, aplicándole, con una estupenda intuición, la palabra del Evangelio: “Hubo un hombre enviado por Dios que se llamó Juan”.
El también había deseado este encuentro, como vuestra beatitud sabe tan bien como Nos. Su muerte repentina no le permitió traducir este anhelo de su corazón. Las palabras de Cristo; “Que ellos sean una misma cosa” volviendo repetidamente a sus labios de moribundo, no permiten dudar de que ésta fue una de sus intenciones más queridas, por la cual ofreció a Dios una larga agonía y su preciosa vida. Ciertamente, los caminos que por una parte y por otra conducen a la unión pueden ser largos y llenos de dificultades, pero los dos caminos convergen el uno hacia el otro y llegan a la fuente del Evangelio. ¿Y no será ya un buen auspicio el que el encuentro de hoy se realice en esta tierra donde Cristo ha fundado su Iglesia y derramado por ella su sangre? De todos modos, ésta es una manifestación elocuente de la profunda voluntad que gracias a Dios inspira siempre y cada vez más a todos los cristianos dignos de este nombre. La voluntad de trabajar con el fin de superar las divisiones y abatir las barreras; la voluntad de avanzar resueltamente por los caminos que conducen a la reconciliación. Las divergencias de orden doctrinal, litúrgico y disciplinar deberán ser examinadas en su tiempo y lugar con espíritu de fidelidad a la verdad y de comprensión en la caridad. Pero lo ya desde ahora puede crecer es esta caridad fraterna, ingeniosa, en hallar nuevas formas de manifestarse; una caridad que, sacando las enseñanzas del pasado, esté dispuesta a perdonar, propensa a creer con más gusto en el bien que en el mal, cuidadosa, sobre todo, de conformarse con el Divino Maestro, dejarse atraer y transformar por El.
Que sea símbolo de esta caridad y ejemplo de ella el beso de paz que el Señor nos ha concedido darnos en esta tierra bendita y las oraciones que Jesucristo nos ha enseñado y que ahora vamos a rezar juntos. No podemos expresar como se debe hasta qué punto su gesto nos ha conmovido y no solamente a Nos personalmente, sino a la Iglesia romana; el pueblo y todo entero el Concilio Ecuménico tomarán nota con alegría profunda de este acontecimiento histórico. Por lo que a Nos toca, elevamos a Dios una plegaria de acción de gracias y le pedimos que nos ayude para seguir por este camino, y que derrame sobre vuestra beatitud y sobre Nos, que lo hemos emprendido con fe y con confianza, la bendición que nos asegurará un resultado feliz. Con estos sentimientos no os decimos un adiós, sino, si lo permitís, hasta la vista.
Fundados en la esperanza de nuevos y fecundos encuentros, “in nomine Domine” (en el nombre del Señor).
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