DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN LA CONFERENCIA INTERNACIONAL
SOBRE LAS LENGUAS AUXILIARES
Viernes 20 de marzo de 1964
Estimados señores:
Con ocasión de vuestra reunión en Roma, organizada por el Centro de Lingüística Aplicada, habéis manifestado el deseo de ser recibidos por el Papa. Gustoso accede él a vuestra petición y de corazón os manifiesta el contento que le proporciona el poder dialogar algunos instantes con vosotros, aunque sus numerosas ocupaciones no le permiten, desgraciadamente, el espacio para prolongar como quisiera este agradable momento.
Todos los años tenéis la costumbre de reuniros los especialistas para abordar distintos problemas lingüísticos, en particular el del estudio de las lenguas auxiliares en los países en vía de desarrollo. Estos problemas de expresión, lo sabéis, atañen mucho a la Iglesia católica. Las recientes sesiones conciliares han demostrado la importancia que tienen en el episcopado del mundo entero. Los católicos viven una religión que se apoya sobre un mensaje divino expresado en palabras humanas; precisan, pues un esfuerzo siglo tras siglo para transmitir esta revelación en una lengua que sea inteligible a todos y que al mismo tiempo traduzca fielmente el texto original tal cual ha sido recibido y transmitido por las sucesivas generaciones de creyentes.
Esto habla de la eminente dignidad y al mismo tiempo de la fragilidad de las palabras humanas, cargadas, a más de su significación inmediata, con todo un patrimonio cultural e histórico, fuera del cual no se puede comprender la lengua en toda su inteligibilidad.
De esta forma venimos al objetivo de vuestro encuentro, el problema de las lenguas auxiliares como medio indispensable de expresión. Si es evidente que una lengua determinada es, ante todo, el instrumento necesario del intercambio de ideas entre un grupo determinado, debe ser, por esto mismo, un factor de unidad de esta comunidad humana. Pero quien no ve la necesidad que esta comunidad tiene, si no quiere permanecer encerrada en sí misma, sino abierta al mundo, de utilizar también. una lengua que le permita expresarse de una forma inteligible a los demás, y recibir la comunicación enriquecedora de sus experiencias. Pues si no hay comunidad sin que haya una lengua hablada por todos los que la forman, no puede tener la autosuficiencia lingüística so pena de una condenable cerrazón en una autarquía imposible.
Todo pueblo, pues, habrá de respetar y desarrollar su lengua original, que une entre sí a sus miembros actuales y los enlaza con la cadena de generaciones, pero deberá tener también un instrumento capaz de expresar lo mejor de sí mismo y entrar en relación con los demás por medio de una lengua, para él auxiliar, pero principal en el mundo, por la considerable área geográfica de su empleo, al mismo tiempo que por la importancia de las agrupaciones humanas que la utilizan. No es esto una actitud servil con relación a los demás, sino simplemente modestia y realismo en reconocer que se necesita de los demás. Y al mismo tiempo es trabajar por anudar fructuosos intercambios y aproximar los espíritus y los corazones hacia una mayor comprensión mutua, fuente de concordia y de paz.
La Iglesia católica también, no lo desconocéis, se esfuerza en adoptar estos principios lingüísticos en su vida de todos los días. Por ello el Concilio Ecuménico acaba de reconocer la misma dignidad a las lenguas vernáculas para proclamar la palabra de Dios y para el culto litúrgico. Al mismo tiempo, la Iglesia se esfuerza en conservar en sus actos oficiales ese tradicional elemento de expresión y de cultura, la lengua latina, legítimamente tenida como un honor en la Iglesia occidental e ilustrada por sus más grandes doctores.
Os hemos confiado algunos pensamientos, apreciados señores, que han surgido en nuestro espíritu al tomar conciencia del programa de vuestros trabajos; ellos os dirán el interés que sentimos por vuestros problemas, y el placer que hemos tenido de poder ocupar unos instantes con vosotros.
Asegurando nuestra oración y nuestra simpatía por vuestras personas y por vuestros esfuerzos, invocamos de corazón sobre vosotros, sobre vuestras familias, la abundancia de las gracias divinas en prenda de las cuales os impartimos nuestra bendición apostólica.
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