DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL VII CONGRESO DE LA UNIÓN MÉDICO LATINA
Sala del Consistorio
Sábado 21 de marzo de 1964
Estimados señores:
Muchos de vosotros, sin duda, conservaréis el recuerdo del recibimiento que dispensó nuestro predecesor Pío XII al IV Congreso de la Unión Médica Latina en 1955, y del discurso que pronuncio en estas circunstancias.
Vuestro VII Congreso os ha reunido en Roma y nos proporciona el placer de poder recibiros, también Nos. Nuestra única pena es que lo apretado del tiempo por la proximidad de las fiestas de Pascua, no nos permite dialogar con vosotros tan largo tiempo como quisiéramos, tan largo tiempo como lo merece vuestra deferente actitud y la importancia de vuestra Unión.
Al menos, quisiéramos manifestaros brevemente el profundo interés que en Nos despierta todo lo que se relaciona con la medicina, y el atento cuidado con que la Iglesia sigue su desarrollo.
Este desarrollo es hoy verdaderamente prodigioso, y despierta, con razón, la admiración general. Nada, nos atrevemos a decir, causa más alegría a la Iglesia.
Este interés de un organismo espiritual por el campo material al que se dedica la medicina por definición, puede parecer extraño a primera vista. Puede existir la tentación de oponer las competencias, aceptando, por ejemplo, una fórmula como ésta: para el médico, los cuerpos, para el sacerdote, las almas. Pero esta visión simplista no se adaptaría de ninguna forma a la realidad profunda de las cosas. El hombre es uno. Se debe, ciertamente, distinguir, pero no se puede separar lo que Dios ha unido. Iglesia y medicina tienen en realidad, por objeto, una y otra, al hombre completo. Y el médico que cuida del cuerpo, no puede dejar de tener en cuenta los aspectos morales y psicológicos del individuo, ni tampoco la Iglesia, en el interés que observa con las almas de sus hijos, puede hacer abstracción de sus condiciones físicas y corporales.
Vuestro arte —lo sabéis mejor vosotros—, vuestra ciencia, no tiene por objeto las enfermedades, sino los enfermos, Y finalmente, todo el complejo humano es el que se beneficia de vuestro conocimiento de sabios y de vuestra habilidad de prácticos. No tenemos que detallaros —son demasiado evidentes— las mil consecuencias de todo nuevo descubrimiento, de toda terapéutica, de todo proceso de curación, para el equilibrio general, psicológico, moral y espiritual del enfermo. La esperanza misma que en él despierta el conocimiento de que puede contar con los maravillosos progresos de vuestras técnicas es ya de por sí, un factor psicológico de primera importancia.
Vosotros ya veis cuánto se interesa la Iglesia por el Progreso de la medicina, en la misma medida en que se interesa por el bien del hombre. Aplicándose las célebres palabras del poeta, cree, pues, que “nada humano le es ajeno” :(Homo sum, humani nihil a me alienum puto, Teren. Heut. I, 1, 25), y, menos que todo lo demás, el campo específico de vuestra actividad, cuyas repercusiones son tan considerables sobre el estado general de la humanidad.
No es éste el único aspecto de la medicina que retiene la atención de la Iglesia. Quisiéramos tener tiempo para reflexionar sobre los múltiples centros de interés comunes a las disciplinas médicas y a las disciplinas espirituales. Un panorama particularmente rico y sugestivo se ofrece a nuestra mirada.
A falta de poder entrar en los detalles, permitidnos destacar solamente, antes de despediros, la profunda armonía que existe entre el progreso de la ciencia médica y las afirmaciones de la fe cristiana. En vano, aquí también, una ideología miope ha tratado de encontrar oposiciones e incompatibilidades.
Dios ha dado la inteligencia al hombre y le ha entregado a sus investigaciones todo lo creado “terram autem dedit filiis hominum” (Ps 113, 16). De esta forma toda la humanidad, cuya historia se desarrolla a lo largo de los siglos, ha podido ser comparada muy justamente a un solo hombre, que aprendiera y progresara sin cesar hasta ver conseguida su estatura completa (Pascal). ¿Cómo no se va a alegrar la Iglesia de todas las conquistas, de todos los perfeccionamientos, que vienen a enriquecer la experiencia de la humanidad en el curso de su largo itinerario a través del tiempo y del espacio? Todo descubrimiento científico es una gloria del hombre, ciertamente, pero con más razón es una gloria de Dios, que ha suministrado, en su bondad, la materia, las condiciones y la posibilidad de este progreso.
El médico no encuentra en la Sagrada Escritura más que elogios. Y la Iglesia, por su parte, aplaude los progresos de la ciencia médica digna de este nombre, complaciéndose en ver en ella un espléndido reflejo de la inteligencia y de la bondad infinitas del Creador.
A El imploramos, al despedirnos, las mayores luces para vosotros y vuestros preciosos trabajos, y abundantes bendiciones sobre vuestra Unión y sobre todas y cada una de vuestras personas.Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana