DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LA FEDERACIÓN MUNDIAL DE LA JUVENTUD FEMENINA CATÓLICA
Sábado 4 de abril de 1964
Queridas hijas de la Federación Mundial de Juventudes Femeninas Católicas:
Cuando vuestra presidenta nos pidió, hace ya algún tiempo, que os dirigiera la palabra en vuestro Congreso Mundial que actualmente se celebra en Roma, nos preguntamos si el tema de estudio que habíais elegido, “Las jóvenes en camino hacia una solidaridad cristiana”, estaba bien adaptado a la edad, a la mentalidad y a las preocupaciones de la joven, y si podría suministrar a la juventud femenina de hoy los elementos y los medios que pudieran y debieran ser aplicados en la vida práctica de cada día.
Pues los movimientos de la juventud femenina ponen su atención en otros motivos de reflexión: la formación, la vida afectiva, las amistades, el futuro de la joven... Sin embargo, considerándolo bien, se puede advertir que la elección de un tema así es del todo sabia y oportuna.
En primer lugar, porque en nuestros días se habla espontáneamente de solidaridad, de universalidad y de ecumenismo.
Nuestro tiempo está, además, caracterizado por esta tendencia generalizada a llevar y a debatir todos los problemas de mayor importancia que interesan a la vida de los hombres a un plano internacional, es decir, mundial, para encontrarles solución a escala planetaria. Estas intenciones no son exclusivas del mundo de los adultos; también participan en ella los jóvenes, y hasta se puede decir que son, en cierto sentido, más abiertos, más accesibles a esta tendencia hacia la solidaridad universal. Por esta razón no nos extraña que vuestra Federación quiera ocuparse del estudio de este fenómeno tan característico de la época en que vivimos. Extender su campo de visión a lo universal, recibir en su seno el eco del mundo entero, llevar sobre sí los intereses y las esperanzas de toda la humanidad: ¡he ahí una moda, una ley que sería preciso adoptar, que —al menos una vez— sería bueno seguir!
El tema de vuestras reflexiones os invita a contemplar la vida con una mirada católica, sin excluir a ningún pueblo, ninguna raza, ningún continente de vuestro campo de visión, Precisamente porque sois católicas vuestra mirada no debe limitarse o cerrarse a ningún horizonte. Se equivocan a todas luces quienes estiman que la educación religiosa restringe nuestra facultad de ver y comprender lo universal. El cristiano tiene sentido del todo, del conjunto; el católico no es extranjero en ninguna parte, es el ciudadano del mundo.
La vida social moderna que ha multiplicado las relaciones humanas y ha hecho a los hombres “interdependientes” como nunca, es otro motivo para que elevéis vuestro espíritu a lo universal, y deis a vuestros ideales esta amplitud y extensión sin fronteras. También aquí, la educación católica, con sus formas y sus fuerzas específicas, tiene algo que decir. Pues, si a primera vista puede parecer fácil el acceso a la riqueza de los ideales humanos que la vida moderna nos ofrece con abundancia, estas relaciones y comunicaciones no conseguirán todos sus frutos, más que con la ayuda del espíritu cristiano que es preciso infundirles. Esto supone un esfuerzo continuo para superar el egoísmo, para vencer la cerrazón sobre sí mismo; requiere, sobre todo, un corazón y un espíritu cristiano que sepan mirar a los demás no como extraños, como adversarios o enemigos, ni simplemente como “compañeros de viaje”, sino como hermanos, como personas a quienes debemos hacer el bien. Es preciso aprender a “dar”, es decir, a “amar”, y esto porque somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos de Cristo. El cristianismo de esta forma se convierte en una gran escuela de vida, forma grandes corazones, grandes almas, nos eleva a los más nobles ideales. No os será difícil, queridas hijas, sacar de estas consideraciones las aplicaciones prácticas para vuestra vida de todos los días. Os ofrece múltiples ocasiones, tanto en el ambiente familiar, como en vuestro medio de trabajo o estudio, o en el campo de vuestros movimientos apostólicos, de descubrir los aspectos diversos y enriquecedores de la solidaridad universal, más aún, de comprometeros, efectivamente, a hacer estas relaciones sociales, más humanas, a impregnarlas de los verdaderos valores, aquellos que solamente Cristo, en fin de cuentas, nos descubre y nos propone.
Hay que introducir en las humildes tareas de la vida diaria, esta dimensión de la solidaridad universal, de la verdadera catolicidad, inspiradas por la caridad cristiana.
No quisiéramos terminar, queridas hijas, sin manifestaros la gran dicha que sentimos al recibiros en nuestra casa y expresaros nuestra satisfacción de veros comprometidas en reflexiones tan profundas. ¡Qué responsabilidad se atreve a confiar la Iglesia a vuestros jóvenes años, qué misión apostólica os encarga en el mundo; cuánto confía en vosotras! Ella sabe muy bien que sois capaces de muy grandes cosas, conoce la generosidad que os anima y la llama que os arrebata.
No os avergoncéis jamás del nombre cristiano, estad orgullosas de pertenecer a la Iglesia católica. ¡Do quiera que os encontréis y trabajéis, hacedlo de forma que el mundo se renueve con vuestro contacto y que el Señor esté presente como nunca entre los hombres y que el Evangelio sea más conocido y más amado por ellos!
Permitidnos añadir unas palabras de agradecimiento y reconocimiento a vuestra presidenta, que próximamente abandonará su cargo. Se ha entregado sin tasa al servicio de vuestra Federación Mundial, afianzando sus estructuras, consolidando sus cimientos. Que se sienta felicitada y agradecida. Nuestro agradecimiento y aliento va también dedicado a todos los consiliarios que están dedicados a la animación espiritual de vuestros movimientos, A todos y a todas os concedemos de corazón, como testimonio de nuestra paternal benevolencia y en prenda de las gracias que pedimos para vosotros y vuestros trabajos, nuestra bendición apostólica.Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana