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DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN EL X CONGRESO INTERNACIONAL
DE LOS "PUERI CANTORES"


Lunes 6 de abril de 1964

 

Nos sentimos felices al saludar a los participantes en el X Congreso Internacional de los “Pueri Cantores”; y en particular, entre los presentes, expresamos nuestro saludo a monseñor Higinio Anglés, presidente del Pontificio Instituto de Música Sacra y presidente honorario de la Asociación Internacional de Música Sacra, le agradecemos la actividad, nutrida por mucha cultura y mucho fervor, que dedica a estas instituciones y a la causa de la restauración y desarrollo del arte musical religioso y eclesiástico, y su aplicación al culto litúrgico, según las normas establecidas por la Iglesia y requeridas por las necesidades espirituales de los fieles.

También recibimos lleno de gozo a los miembros del Comité de la entidad “Oficina Internacional de las Capillas musicales en honor de Nuestra Señora de Loreto”, y a los dirigentes del Instituto Gregoriano de París y del movimiento gregoriano de Francia y de las demás naciones aquí representadas.

Damos también la bienvenida a los gregorianistas y a las gregorianistas de Francia y de los demás países adscritos a esta ya ilustre y benemérita corriente del canto sacro, de la cual podemos esperar que la voz musical tradicional de la Iglesia latina reconquiste el doble mérito de su perfecta interpretación y de su amplia ejecución en numerosas masas corales y hasta en toda la asamblea de los fieles.

Pero expresamos nuestro saludo especial a los aguerridos “Pueri Cantores” de Inglaterra, de España, de Francia, de Bélgica, de Suiza, de Alemania y de Italia llegados a Roma para su Congreso y presentes en esta Basílica. Con ellos saludamos al presidente de la Federación Internacional de los “Pueri Cantores”, monseñor Florencio Romita, a los vicepresidentes y a los presidentes nacionales, a los colaboradores y colaboradoras del Secretariado permanente de esta misma Federación en Roma, y a todos los directores de los diversos grupos aquí congregados. A todos aquellos que dirigen, promueven y sostienen este movimiento, les manifestamos nuestro aplauso, nuestro agradecimiento y nuestro aliento.

Sepan que su actividad, dedicada a asociar la voz de los niños a la celebración litúrgica y a la ejecución del canto sagrado, es muy apreciada por Nos, no sólo por la nota de inocencia, de frescor y de belleza, que la participación de los “Pueri Cantores” introduce en las ceremonias sagradas, y ofrece al pueblo cristiano, sino por el exquisito homenaje que de este modo se eleva al Señor, por la piedad vital y gentil que se introduce en el culto público, y por la mejor observancia de los criterios y de las normas emanadas de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Ecuménico Vaticano II. Confiamos que esta manifestación confirme en la perseverancia a cuantos trabajan por el movimiento de los “Pueri Cantores”, y sirva de ejemplo y estímulo a otros muchos, para que cada catedral, cada parroquia, cada escuela católica y todas las iglesias y asociaciones, que tengan posibilidades y facultades para ello, puedan enorgullecerse y adornarse con las voces cándidas y armoniosas de las bellas escuadras de los “Pueri Cantores”.

Pero queremos dirigir una palabra especial a ellos precisamente, a los “Pueri Cantores”.

A vosotros, queridos niños. ¿Nos escucháis?

Os queremos decir por qué vosotros, “Pueri Cantores”, sois nuestros predilectos. Por vuestra edad; Cristo amaba mucho a los niños, y Nos, que aquí representamos a Cristo, os decimos a vosotros y a todos vuestros hermanos, hermanas y compañeros, que la Iglesia os aprecia siempre mucho; y ahora mucho más, pues la Iglesia sabe que tenéis mucho mérito y que os necesita.

Y también tenéis asegurada nuestra predilección porque estáis en torno al altar; vosotros no sois solamente asistentes, vosotros ayudáis; también sois, con el sacerdote y con los demás celebrantes, pequeños pero airosos ministros de las sagradas ceremonias. Nos gusta mucho teneros cerca en las funciones religiosas, atentos y devotos; vosotros sois las flores vivientes del altar del Señor.

Y más aún, vosotros cantáis: Vuestro canto, cuando lo hacéis bien, es una delicia, que alegra a quien os escucha. Estamos muy contentos por ello.

Quizá también los ángeles se gocen de vuestras voces. Quisiéramos que siempre vuestros cantos hicieran comprender que es hermoso orar, como vosotros lo hacéis, cantando con la Iglesia y por la Iglesia. Vosotros sois en la Iglesia lo que el Aleluya es en la liturgia, una alegría siempre nueva. Os vamos a contar también una historia que parece hecha para vosotros, la de un cantor mártir de su canto. Podría ser vuestro Patrono, lo llamaremos el santo del Aleluya.

La historia es ésta: una historia verdadera, ¿sabéis? La cuenta un escritor antiguo, un obispo del siglo V, al describir la invasión de los vándalos en el África septentrional, que entonces era una región floreciente en ciudades y en civilización, y cristiana.

En una ciudad de Mauritania, que se llamaba Regia, se celebraban (quizá en el 427) las fiestas pascuales, y los fieles estaban reunidos en la Iglesia. Y he aquí que durante las sagradas funciones los vándalos, bárbaros y herejes por añadidura, llegaron furiosos; pero no pudieron entrar, porque temiendo precisamente los fieles alguna incursión, tenían cerradas las puertas de la iglesia.

Entonces aquellos bárbaros se encaramaron sobre el tejado, llegando hasta una ventana de la misma iglesia. En aquel momento, dice el historiador, un lector, nosotros podríamos decir uno de los “Pueri Cantores” de aquel tiempo, estaba dulcemente cantando sobre el púlpito el Aleluya de la Pascua; y he aquí que uno de los invasores, desde lo alto de la ventana tomó el arco y lanzó una flecha que se fue a clavar justamente en la garganta del piadoso cantor, que dejó caer el códice de su canto, y luego cayó también él, y murió, con el Aleluya en los labios y con el Aleluya para siempre en el alma (Víctor Vitensis, De pers. van. 1, XIII, PL 58, 197).

Murió cantando la gloria y la alegría de Cristo resucitado. Os deseamos, queridos pequeños cantores, que también vosotros podáis vivir cantando el Aleluya del Señor, pero con la misma fidelidad y con la misma piedad, para gloria del Señor y alegría de la Iglesia.

Y con este deseo, hijos queridos, os bendecimos a todos.



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