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MENSAJE DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LOS LEPROSOS DE ITALIA

Miércoles 8 de abril de 1964

 

Al comenzar la primera misión para los enfermos leprosos hemos deseado con viva solicitud dirigir unas palabras de particular benevolencia a los queridos enfermos, para testimoniarles nuestro paternal afecto e interés.

No nos pasa desapercibido que su espíritu está angustiado, con pruebas muy dolorosas, por las condiciones en que se encuentran; tampoco ignoramos sus sufrimientos físicos, a los que por otra parte la medicina procura ahora un alivio eficaz y fundadas esperanzas de restablecimiento.

Pero precisamente por estas pruebas físicas y espirituales sabemos que ellos, aceptando por amor a Cristo el sufrimiento, están más cerca de él, dolorido y crucificado, y por tanto llamados, a pesar de la aparente inutilidad de su sacrificio, a prestar al Divino Salvador la colaboración más preciosa y benéfica para todo el género humano, la del sufrimiento.

Acertadamente, el título que se ha querido dar a las próximas misiones reza así: “La vocación del enfermo en la doctrina del Divino Crucificado”. Desde luego es ésta una verdadera, grande e inequívoca llamada a “cumplir en nuestras carnes lo que falta a los padecimientos de Cristo en su cuerpo que es la Iglesia” (Cfr. Col 1, 24).

Llamamiento que va dirigido especialmente a quien sufre más porque —como dijimos en la tarde doliente del Viernes Santo, 27 de marzo— “Cristo invita al dolor a que salga de su desesperada inutilidad y sea fuente positiva de bien, fuente no sólo de las más sublimes virtudes —desde la paciencia al heroísmo y a la sabiduría—, sino también de capacidad expiatoria, redentora y bienhechora”.

Nos dirigimos, pues, con particular afecto a los queridos leprosos, para recordarles que no están solos en sus sufrimientos, sino que tienen a su lado al Divino Modelo de todos los hombres, el único que les da no sólo el coraje, la resignación y la paz indestructible, sino que también les pide el ofrecimiento de estas pruebas para cumplir sus misteriosos designios de salvación y de santificación de las almas.

Sepan también que el Papa los ama enormemente, que piensa en ellos, y los sigue con su oración diaria, para que alcancen su deseada curación, que les permita volver entre sus seres queridos.

También se dirige nuestra mirada en este momento a aquellos enfermos, postrados en las casas de salud desde hace años, objetivo principal de estas misiones, Que salgan estos hijos queridos del aislamiento espiritual; la sociedad cristiana tiene necesidad de ellos.

Dirigimos un elogio y un aliento especial para los diligentes “Silenciosos Operarios de la Cruz”, a quienes se debe esta magnífica idea de las misiones. Que sea para ellos un motivo de gozo el poderse prodigar entre los hermanos enfermos: “ut non evacuetur Crux Christi” (Cfr. 1 Cor 1, 17).

Que la Virgen Santa, Reina de los Mártires, les sea propicia a los queridos enfermos y maternalmente sostenga a cuantos colaboran en esta noble empresa; que a todos abra los amplios horizontes del “camino real de la Cruz”, que deseamos confortar con nuestra especial bendición apostólica.

 

PABLO PP. VI.



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