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 DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL NUEVO EMBAJADOR DE VENEZUELA*


Martes 26 de mayo de 1964

           

Señor Embajador:

En estos solemnes momentos, en que Vuestra Excelencia acaba de presentarnos las Cartas Credenciales como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de Venezuela ante la Santa Sede, Nos complacemos en expresarle, con Nuestra gratitud por sus nobles palabras, un saludo de bienvenida, mientras Nuestros sentimientos de afecto paternal se dirigen a toda esa hidalga Nación.

Vivo consuelo se despierta en Nuestro corazón al constatar que, desde los días lejanos de Alonso de Ojeda y Diego de Lozada —cuando se iba jalonando vuestra geografía con nombres de misterios cristianos y de Santos gloriosos, cuando los mismos nativos aprendían a invocar a la Madre de Dios bajo el término evocador de Coromoto— hasta hoy, la fe católica ha constituido un elemento básico de vuestra cultura patria, una característica fundamental de vuestra personalidad nacional y un impulso renovador para empresas grandes.

Vuestra Excelencia, hijo de tan ilustre tierra, quien después de esmerada preparación ha enriquecido su experiencia desempeñando altos cargos en su País, sobre todo en el delicado campo de la educación, conoce y aprecia el precioso e insustituible valor que, para la elevación de un Pueblo, tiene la sana formación individual, familiar y social inspirada en los principios cristianos; y la aportación que en este sector educativo ha dado a Venezuela la Iglesia, la Madre Iglesia, la cual con una longevidad siempre joven está solícitamente presente, como maestra de justicia y amor, ofreciendo a los espíritus energías inagotables que mantienen y abrillantan la valiosísima herencia del Evangelio, ahí dejada por intrépidos Sacerdotes y Religiosos.

¡Venezuela hermosa y fecunda! ¡Alta en sus cimas gigantescas, sonriente en sus vegas, abierta en sus bahías interminables, largamente bendecida por Dios en su subsuelo! Como anhelamos que todas estas características naturales continúen reflejándose y se sublimen en vuestro también rico patrimonio espiritual; con miras hacia las cumbres morales, abrazando abiertamente todo lo bueno, con ideales de integridad profesional y de religiosidad en los hogares los cuales, mediante la práctica de los postulados del cristianismo, crean un ambiente sereno para la sociedad y fértil para el florecimiento de las vocaciones religiosas y sacerdotales tan necesarias a fin de que esa Nación mantenga la trayectoria que la ha distinguido en la historia de América.

Bien conoce Vuestra Excelencia el vivo interés con que esta Sede Apostólica ha seguido siempre de cerca las preocupaciones y los acontecimientos espirituales de Venezuela. A tal respecto Nos es grato evocar la prueba de justa benevolencia que Nuestro Predecesor, de venerada memoria, dio a tan amado País honrando a uno de sus más preclaros hijos con la Púrpura Cardenalicia. No podemos tampoco dejar de recordar el Acuerdo firmado recientemente por la Santa Sede y el Gobierno Venezolano que está destinado a estrechar, entre ambos, en clima de fructífera concordia, las ya buenas relaciones existentes.

Mientras formulamos, Señor Embajador, Nuestros más cordiales votos por el feliz desempeño de su nueva misión, invocamos sobre Vuestra Excelencia, sobre el Excelentísimo Presidente de la República, su Gobierno y sobre todo el dilectísimo pueblo de Venezuela copiosas bendiciones divinas.

 


*AAS 56 (1964), p.450-451.

Insegnamenti di Paolo VI, vol. II p.352-353.

L' Osservatore Romano 27.5.1964 p.1.

 



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