DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LA TERCERA REUNIÓN NACIONAL DE LOS "ROVERS" ITALIANOS
Domingo 16 de agosto de 1964
Excelencia reverendísima,
carísimos Rovers,
jefes y asistentes scouts:
Agradecemos a monseñor Cunial sus hermosas y prometedoras palabras, las recordaremos para prolongar esta audiencia al seguir vuestras actividades y para acompañaros con nuestros votos y nuestras oraciones.
Vuestra visita nos proporciona una gran alegría, la de reunirnos con jóvenes auténticos. Nos complace la firmeza con que confiáis en vuestro método, en vuestra pedagogía, en vuestra promesa de rancios exploradores católicos. La juventud, sin embargo, al pasar de la adolescencia a la madurez juvenil descuida la línea de su propia formación, malgasta los esfuerzos y conquistas de su primera educación, confunde la libertad de los años de crecimiento con el abandono caprichoso a las pasiones, dilapida el sentido de responsabilidad y de finalidad que debe guiar la vida, se entrega al más conformista gregarismo, creyendo así subir al nivel de hombres nuevos y superiores. Vuestra firmeza, vuestra fidelidad es ya una victoria.
Nos gusta el idealismo que gobierna vuestra psicología. No se vive sin ideas, como tampoco se camina sin luz. Que vuestro idealismo esté construido sobre el esquema de un juego leal y formativo, sabiamente disciplinado y organizado, sin menosprecio de su valor objetivo. Conocemos los principios éticos sobre los que se funda; sabemos las energías morales que pone en tensión y en acción; sabemos la gran escuela en la que se desarrolla, es decir, el contacto reverente, apasionado, y corroborante con la naturaleza; conocemos la espiritualidad con que interiormente se alimenta, la verdad de la fe y la gracia de Cristo, y sabemos la sencillez y franqueza con que demostráis lo que sois: creyentes y católicos. Sois gente que “cree”; muchachos que actúan en serio, jóvenes inmunes a las debilidades de la duda, del hastío, del escepticismo, del placer deshonesto; hombres verdaderos, cristianos sinceros. Esta forma de concebir la vida, fuertemente idealizada, plena, austera, militante, enérgica, merece nuestra admiración y nuestro aliento; Nos hace recordar las palabras del apóstol Juan en su primera carta: “Os escribo a vosotros, jóvenes —Nos podríamos decir: os hablo a vosotros, jóvenes, os admiro, os amo, jóvenes— porque sois fuertes, y porque la palabra de Dios permanece en vosotros” (1 Jn 2, 14).
También Nos gusta vuestro número. Disfrutamos al saber que aumenta. Indica que estáis bien organizados; que sois muchos los que queréis la afirmación y desarrollo de vuestro movimiento; que sabéis sumar las fuerzas, hermanar los espíritus, pensar, obrar y orar a una; indica que cultiváis la amistad entre vosotros; todo esto es muy significativo, y Nos proporciona una viva satisfacción; Nos ofrece una visión de belleza moral, juvenil y viril, extraordinaria; Nos consuela. con una gran esperanza al pensar en nuestro tiempo y en nuestra sociedad; Nos hace bendecir al Señor que adorna y vivifica a su Iglesia con una escuadra de magníficos hijos como vosotros. Os estamos Muy agradecidos.
Por ello os confiaremos, queridos jóvenes, que una de las impresiones más amargas que observamos en la vida contemporánea es la imagen de tantos rostros tristes, macilentos, cansados, somnolientos, de los jóvenes presentados como tipos característicos de la generación actual; no me refiero solamente a los rostros desdichados de los “teddy boys” o de los “mods and rockers”, que descubren dramas profundos, dignos de piedad y precoces en el dolor, de desconfianza, de vicio, de maldad y delincuencia, sino también de muchos otros rostros juveniles caracterizados por las extravagancias existencialistas, intranquilos y jubilosos, ávidos de gozar la vida como una experiencia sin sentido, un espectáculo falso y efímero, o una tentativa de premeditada locura; y no un don sublime y único, un noble y grave deber, y un amor puro y sagrado. Por desgracia, de estos tipos habla la literatura, el cine, las reuniones de exhibición y disipación mundanas; se hacen abusivamente representativos, campeones y maestros, y encuentran en gran parte de la juventud superficial fáciles imitadores y seguidores, con la complicidad de quienes los rodean de curiosidad y publicidad.
Por fortuna, la realidad es distinta; o mejor, no es sólo ésta. También la juventud actual tiene otro rostro y otro valor; de los más antiguos, algunos tienen la mirada fuerte y grave, surcada por las huellas de la guerra y de la resistencia; los más jóvenes han perdido ya el semblante macilento y desconfiado de quienes han visto caer sobre ellos la implacable retórica de las sociedades de ayer; muchos han recuperado ya el aspecto transparente de los bravos hijos, que ponen alegría, entusiasmo y pasión en lo que les interesa, y lo que les interesa es, con frecuencia, ideas nuevas y grandes.
También conocemos, por ejemplo, familias de oro, donde los hijos mayores permanecen junto a los menores y hacen con ellos de educadores en el juego, en el estudio y en la vida. Hemos conocido ambientes magníficos de juventud trabajadora, que no sólo soporta y, conoce la dura seriedad de la vida, con sus inevitables fatigas, sus compromisos y sus privaciones, sino que ama esta seriedad, cree un deshonor faltar a sus exigencias, las llena de pensamientos precisos y humanos, les imprime, como puede, un designio personal, les infunde un alma religiosa que la sostiene, ennoblece y santifica. También conocemos a una juventud estudiantil que hace del estudio su vocación, su pasión y se plantea, en primer término, el problema de la verdad cristiana; se desvincula de la cómoda pereza y de la hipocresía convencional, y encuentra posibilidades y gusto en elevarse a la comprensión de los demás y al análisis de los problemas reales e inmensos de nuestro tiempo; y rotos los lazos del egoísmo juvenil goza entregándose a una experiencia comunitaria de fe, de amistad, de laboriosidad y de servicio. Conocemos también bellas expresiones de la juventud deportiva que sabe encontrar en el ejercicio estilizado de las fuerzas físicas magníficos elementos de educación personal y social. Hemos frecuentado, siempre con admiración y consuelo, muchos oratorios nuestros maravillosos, modestos algunos, pero llenos de alegría pura y buena; conocemos muchas de nuestras bellas asociaciones juveniles, de nuestros modernos colegios plenos de vida, de orden, de esperanza, semilleros de jóvenes perfectos, cenáculos de amigos cautivados todos por exploraciones ideales, espirituales, artísticas y turísticas. También tenemos que decir que hemos descubierto con estupor, con encanto, en muchos de nuestros seminarios escuadras conmovedoras de una juventud fresca y sublimada por el ideal supremo de una consagración heroica y total a Cristo y al mundo. Visiones éstas que son increíbles para quienes jamás se han acercado a ellas interiormente.
Pero es muy raro que la opinión pública tenga una digna y adecuada documentación de esta juventud. Al contrario, con frecuencia los jóvenes, que recorren estos caminos ásperos y rectos, son poco estimados, considerados como muchachos vulgares, gente de poca monta, sin originalidad y sin belleza. Hay quien se ríe de ellos, y con la sonrisa los dilapida. Y sin embargo son verdaderos jóvenes, con plenitud de conciencia y de fuerza. Como lo sois vosotros, bravos Rovers, auténticos, repletos de intactas energías espirituales, morales, físicas y profesionales; jóvenes hechos a orar, a pensar, a amar, a trabajar, a combatir, a servir y a construir.
Gustoso reconocemos en vosotros este potencial de virtudes cristianas, familiares y civiles, y podéis imaginar con qué corazón las elogiamos, las sostenemos y las bendecimos. Nuestro mundo necesita una juventud como la vuestra. Debéis regalar vuestra franqueza, vuestra sencillez y vuestra espiritualidad a nuestra sociedad, y en especial a nuestra juventud.
Decimos esto con la satisfacción de poder sumar una nueva alabanza a vuestro palmarés. Sabemos que os habéis propuesto algunos nuevos puntos en vuestro programa, ayer el de vuestra “apertura al mundo de los jóvenes”, hoy el de vuestra participación en la vida de la “Iglesia en pequeño”, es decir, de la parroquia. Hermosos propósitos. Os defendéis así de la fácil acusación de algunos críticos que, aunque admiran en vosotros una formación metódica y eficaz, os juzgan como un grupo un poco apartado y como cerrado a los profanos; un grupo de iniciados, sociales solamente con los que están dentro del círculo de vuestro movimiento; dotados de un lenguaje técnico y simbólico; aparentemente reacios a contaminaros con los demás movimientos juveniles, y con frecuencia ausentes de los actos litúrgicos o culturales de la comunidad familiar y parroquial, es decir, magníficos para vosotros mismos, pero inútiles para los demás. Verdaderamente que no es cierto que sea así; sabido es lo disponible y providencial de vuestra presencia, más aún vuestra prestación en las manifestaciones de la vida católica civil. Nos mismo somos testigo de ello. El elogio que se os tributó por vuestro esfuerzo con motivo del desastre de Vajont lo demuestra altamente. Pero existe el hecho de que con frecuencia la norma misma que gobierna vuestro movimiento parece haceros como indiferentes, extraños al ambiente en el que se desarrolla vuestra actividad. Estos propósitos de abriros a la juventud que no pertenece a vuestras filas y de injertaros en la comunidad eclesial; estas “ideas-fuerza”, como vosotros las habéis llamado, os pueden hacer mucho bien a vosotros y al mundo juvenil que os rodea. Mucho bien a vosotros, porque aumentan el amor al prójimo, del que queréis ser generosos cultivadores; porque aumentan el conocimiento de la realidad humana, de las necesidades morales, de las desgracias sociales, de las posibilidades de influjo, que se encuentran a lo largo de vuestro camino; y porque injertan vuestro movimiento en la solidaridad del esfuerzo apostólico que la Iglesia promueve y exige de todos sus hijos para la renovación cristiana de la sociedad contemporánea. Y mucho bien podréis hacer a la juventud que os rodea. Los fenómenos de decadencia que se descubren en ella, vosotros lo sabéis, dependen, en gran parte, del hecho de que no ha tenido buenos compañeros, prudentes amigos, maestros pacientes y esforzados, diversiones tranquilas, buenos libros, es decir, experiencias positivas de la vida. Sed vosotros amigos, guías, educadores, compañeros alegres y rectos de muchos jóvenes necesitados de vuestra ayuda. Daréis a vuestras almas nuevas virtudes y nuevos beneficios. Daréis a vuestro movimiento la mejor apología. Ofreceréis a la sociedad una preciosa contribución de salud moral. Habréis profesado a Cristo un testimonio de incomparable valor. Habréis merecido que una vez más la Iglesia vea en vosotros hijos fuertes, fieles, generosos y militantes. Así será, hijos queridos; ciertamente lo será; que Dios os proteja. Que os asista la Virgen y vuestro patrono San Jorge.
Con gran corazón y con estos votos os bendecimos a todos.
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