DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
A LOS OBSERVADORES QUE PARTICIPAN EN LA TERCERA SESIÓN
DEL CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II
Martes 29 de septiembre de 1964
Ilustres señores, queridos y venerados hermanos;
1. Este nuevo encuentro vuestro con el obispo de Roma y sucesor del apóstol Pedro, en ocasión de la tercera sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II, constituye un nuevo motivo de gozo espiritual, que creemos es recíproco. Nos alegramos y honramos con vuestra presencia, y las palabras ahora pronunciadas nos aseguran que vuestros sentimientos son semejantes a los nuestros. Sentimos la necesidad de expresaros nuestro reconocimiento por la acogida hecha a nuestra invitación y por vuestra asistencia, tan digna y edificante, a las congregaciones conciliares. El hecho de que esta mutua satisfacción por el nuevo encuentro de hoy no aparezca cansada o defraudada, sino precisamente más viva y confiada, es de suyo, parécenos así, un óptimo resultado: es éste un hecho histórico, y no puede ser sino positivo su valor en orden al objetivo común y supremo, el de la verdadera y plena unidad en Jesucristo. Un abismo —de desconfianza y de escepticismo— ha sido en gran parte colmado: esta cercanía física muestra y favorece una cercanía espiritual que antes no conocíamos. Un método nuevo se ha afianzado. Ha nacido una amistad. Se ha encendida una esperanza. En marcha está un nuevo movimiento, Alabado sea Dios, que queremos creerlo así: “Dedit Spiritum suum sanctum in nobis” (1 Thess., 4, 8).
2. Henos aquí, pues, de nuevo a la búsqueda, por una parte y por otra, de la definición de nuestras respectivas posturas. Por lo que a nuestra postura se refiere, ya la conocéis bastante.
a) Habréis notado que el Concilio no ha tenido sino palabras de respeto y de gozo para con vuestra presencia y para con las comunidades cristianas que vosotros representáis. Más aún, palabras de honor, de caridad y de esperanza hacia vosotros. No es esto poca cosa si pensamos en las polémicas del pasado y si observamos que esta nuestra cambiada actitud es sincera y cordial, piadosa y profunda.
b) Además, podéis observar cómo la Iglesia católica está dispuesta a un diálogo honroso y sereno. No tiene prisas, sino sólo deseos de iniciarlo, dejando a la bondad divina su conclusión, cuando y como sea de su beneplácito. Recordamos aún la propuesta que nos hicisteis el año pasado, en una circunstancia semejante a ésta, de fundar un instituto de estudios sobre la historia de la salvación, que se habrían de realizar con alguna colaboración común; esperamos llevar a cabo esta iniciativa como recuerdo de nuestro viaje a Tierra Santa en el pasado mes de enero; estamos estudiando su posibilidad.
c) Esto os dice, señores y hermanos, que la Iglesia católica, si bien no puede salirse de ciertas exigencias doctrinales a las que por deber, en Cristo, ha de permanecer fiel, está dispuesta a estudiar cómo puedan ser superadas las dificultadas, disipadas las incomprensiones, respetados los tesoros auténticos de verdad y de espiritualidad que vosotros poseéis, ampliadas y adaptadas algunas formas canónicas, para facilitar la recomposición en la unidad de las grandes y seculares comunidades cristianas todavía separadas. de nosotros. Amor y no egoísmo nos empuja: “Caritas enim Christi urget nos” (2 Cor., 5,44).
d) En este sentido estamos agradecidos y contentos de que nuestro Secretariado para la unidad haya sido invitado, en varias ocasiones, a enviar observadores a las conferencias, y a las reuniones de vuestras Iglesias y de vuestras organizaciones. Nosotros continuaremos haciéndolo para que nuestras instituciones católicas y nuestras personas representativas puedan por su parte adquirir un conocimiento que responda a la verdad y a la caridad, las cuales constituyen una premisa de unión cada vez más profunda en el Señor.
3. Y en cuanto a vosotros, señores y hermanos, os rogamos que continuéis en vuestra función de observadores sinceros y amables, y que, por tanto, no os contentéis con una presencia simplemente pasiva, sino que procuréis también comprender y rezar con nosotros para poder después comunicar a vuestras respectivas comunidades las mejores y más exactas noticias sobre este Concilio, favoreciendo así un progresivo acercamiento de los espíritus en Cristo nuestro Señor.
Queremos, por esto, rogaros desde ahora que llevéis a vuestras comunidades y a vuestras instituciones nuestro agradecimiento, nuestro saludo, nuestros votos de los bienes mejores en el Señor.
Todo esto, como veis, no es más que el principio; pero para que sea recto en su inspiración y, un día, fecundo en sus resultados, os invitamos a terminar este nuestro encuentro recitando en común la oración que Jesús nos ha enseñado: el “Padre nuestro”.
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