RADIOMENSAJE DEL SANTO PADRE PABLO VI
A LOS PARTICIPANTES EN LA «MARCHA A JAVIER»
Domingo 7 de marzo de 1965
¡Amadísimos Hijos de Navarra y de España, peregrinos a Javier!
A todos va Nuestro saludo cordial. Para todos un aplauso ferviente por el grandioso espectáculo de fervor religioso que ofrecéis.¡Loor a Navarra!
Al ir a la India tuvimos el consuelo —no el menor ciertamente de cuantos allí nos deparó el Señor— de percibir los frutos de la semilla buena que con su palabra de fuego sembrara vuestro paisano San Francisco Javier. Y nos parece en este día, al veros peregrinar a su casa solariega, como si su brazo, trasladado de Roma bajo la custodia del dilectísimo Cardenal Larraona, ese brazo, otrora fatigado por tanto bautizar (cfr. «Cartas y Escritos de San Francisco Javier», BAC, 1953, p. 113), marcara una ruta a vuestra vida de hombres en gracia, de cristianos en actitud de servicio a la Iglesia, y de apóstoles de Cristo en vanguardia.
En esta Marcha de carácter orante y sentido penitencial templáis vuestras almas que se embellecen con la gracia y amistad divinas; con ella queréis también sostener los brazos y dar vigor a los pasos de los mensajeros del evangelio. Cuentan los Misioneros —como escribía Javier— «con la ayuda de Dios y de los devotos y santos sacrificios y oraciones vuestras» (ibid., p. 287).
Es edificante la hospitalidad y la hermandad que dan tono a la convivencia de estas jornadas. ¡Qué hermosa es esta solidaridad cristiana en el tejido del quehacer parroquial, en el seno de la familia diocesana, en todos los sectores de la convivencia humana! Con visión de Iglesia sabréis siempre colocar vuestras situaciones y problemas en un horizonte universal, en un plano superior a cualquier particularismo contrario al bien común. ¿No es ésta la ruta luminosa que pasa por el Castillo de Javier? Tal es la lección de una existencia consumada por la dilatación del reino de Cristo hasta los confines más lejanos del mundo.
«¡Cuántas almas, escribía el Apóstol de las Indias, dejan de ir a la gloria y van al infierno por la negligencia» de los cristianos! Al buen católico no le basta el encuentro personal con Dios en la intimidad de la propia conciencia.
El reino de los cielos es como la levadura que trasforma la masa (cfr. Matth. 13, 33); la fe se beneficia de su misma proyección misionera y apostólica. Es del catolicismo vivo y operante, de la santidad del santuario del hogar navarro, de donde ha brotado y brota, en continua primavera, esa pléyade de heraldos del evangelio que en todo el mundo pregonan el nombre de Cristo. Vuestra generosa colaboración, en auténtico sentido universalista, a las Obras Misionales Pontificias dentro de su ámbito nacional o internacional, es gloria que os pertenece y alegría nuestra. ¡Qué Dios os lo premie!
¡Amadísimos todos! Ante el lamento desgarrador de Cristo: «Tengo otras ovejas que no son de este redil» (Io. 10, 16); ante su recomendación insoslayable: «Rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su campo» (Luc. 10, 2), inflame vuestro pecho y propáguese por todos los rincones de vuestra Patria el fuego que hizo del corazón de Javier un holocausto por las almas. A todos cuantos tomáis parte en la vigésima quinta Marcha penitencial, con el dignísimo Cardenal Larraona y vuestro querido Arzobispo, a España entera, damos Nuestra más amplia y efusiva Bendición Apostólica.
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