DISCURSO DEL SANTO PADRE PABLO VI
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ITALIANA*
Lunes 21 de marzo de 1966
¡Que palabras las suyas que inmediatamente, trascendiendo la esfera de este cuadro, ya por si mismo estupendo y elocuente, nos llevan a reflexiones profundas que Nos mismo no dejaremos de continuar!
Vuestra Excelencia con nobleza digna de un Jefe de Estado y de un verdadero italiano, nos recuerda cuáles son las raíces del orden constitucional italiano, que son raíces cristianas; cuál la comprensión de las Autoridades Italianas y del pueblo de este País por los valores morales y civiles que la Iglesia custodia y promueve; es una comprensión sagaz; cómo ha valorizado Italia el Concilio como acontecimiento fecundo para la causa de la fraternidad de la paz, de la libertad y de la justicia social, de la formación de la moderna conciencia espiritual y civil; ha sido una valoración exacta; cuál es el entendimiento recíproco de ideales y de sentimientos tendientes al bien de la gente italiana, vigente entre la Iglesia y el Estado, siempre en la respetuosa autonomía y en la absoluta independencia de ambas las dos partes; es un entendimiento ideal y feliz. Palabras solemnes las suyas, palabras verdaderas, palabras que trascienden el episodio de esta visita nuestra, y que sin duda se inscriben entre las fechas venturosas de nuestra doble historia, italiana y eclesiástica. Las recordaremos.
Pero ahora con voz más modesta queremos manifestarle el motivo de nuestra visita y el sentimiento que aquí nos acompaña.
Hemos venido a visitarle con vivos deseos de manifestarle nuestro agradecimiento por la cortesía, el respeto, el servicio con que las autoridades Italianas han acogido y rodeado a los Padres Conciliares, cuatro veces en los años pasados, cuando vinieron a Roma para la celebración del Concilio Ecuménico Vaticano II.
Rasgos altamente significativos de una acogida tan gentil y deferente fueron las dos recepciones: una al comienzo del Concilio Ecuménico, la otra a la clausura; las cuales abrieron estas mismas Salas a todos los Padres, aquí honrados con una exquisita y afable hospitalidad; no se pueden olvidar momentos tan bellos y de tanta importancia.
Ni Nos tampoco hemos olvidado la visita que V. E. Señor Presidente, poco después de su elección a esta su elevada magistratura, nos hizo el 12 de junio del año pasado en nuestra residencia vaticana.
Pero en este momento no somos solamente portadores de la expresión de nuestros sentimientos personales, sino que queremos ser también intérpretes de los de la Curia Romana y de la numerosa y variada multitud de los participantes en el Concilio, provenientes de todas partes del mundo y felices de haber sido considerados aquí no sólo como huéspedes gratos, sino como miembros autorizados y calificados de una única, visible y espiritual familia, a la cual todos profesaban pertenecer, la gran familia católica.
El Concilio fue un acontecimiento memorable, singular y ordenado. Jamás un Concilio Ecuménico, en los veinte siglos de la historia de la Iglesia, fue igual –por el número de los que intervinieron y por la regularidad e intensidad de los trabajos– a éste, convocado por nuestro llorado y venerado Predecesor el Papa Juan XXIII, que El abrió en octubre de 1962 y al final de la cuarta sesión fue por Nos clausurado en diciembre pasado. Fueron cerca de 2.500 los Padres Conciliares presentes en cada sesión, y fueron en total 280 los días del Concilio, 168 las Congregaciones Conciliares, 10 las Sesiones Públicas, 16 los documentos promulgados que difundirán por el mundo y en el futuro la acción y la memoria, del reciente Concilio.
Para común satisfacción debemos hacer notar que jamás ningún incidente, ni externo ni interno turbó el desarrollo de las magnas Asambleas, y por lo que concierne a la cooperación por parte de Italia, de buen grado reconocemos el perfecto funcionamiento de los transportes, de los servicios de orden, de la libre circulación de las solícitas informaciones trasmitidas por la Radio y la Televisión. Y estamos aún más agradecidos por el clima de reverencia y simpatía que el Pueblo Italiano supo formar alrededor del Concilio, de sus múltiples manifestaciones y también a cada una de las personas que por varios títulos participaron en él: Cardenales, Arzobispos y Obispos, Prelados y Abades, Sacerdotes y Religiosos, Peritos e Estudiosos, Auditores y Auditoras, Diplomáticos y Personalidades, Observadores de muchas y diversas denominaciones cristianas, Secretarios, Agregados, Periodistas, Huéspedes y Visitantes, y todo género de colaboradores.
Esto, en lo que se refiere al aspecto exterior del Concilio. Hubiéramos querido referirnos al interior, que ha ocupado a la Jerarquía de la Iglesia en los mayores problemas que interesan al bien del mundo: la fe religiosa, la esencia y la misión de la Iglesia, la promoción ecuménica y pacífica de las relaciones humanas, la actitud del catolicismo frente al mundo moderno, pero éste no es el lugar ni el momento para tal evocación; su discurso; Señor Presidente, suple nuestra breve exposición y nos da la viva satisfacción de notar cómo el alma del Pueblo Italiano ha sido y es sensible al estudio que el Concilio ha hecho de estos problemas y advierte no solamente su importancia intrínseca, sino especialmente el saludable reflejo que de las soluciones conciliares se proyecta sobre Italia y el mundo.
Por eso, nos complacemos particularmente en subrayar, para dar testimonio y honor a Vuestra Excelencia, Señor Presidente, y para que se motive de común esperanza, la prueba de madurez que el Pueblo Italiano ha dado cumpliendo dignamente sus deberes de hospitalidad y además Nos notamos también con agrado, la confirmación de la validez del sistema de relaciones establecido entre la Iglesia e Italia, sistema que justamente por el alto respeto recíproco de las respectivas soberanías, por el tenor vigente de las libertades civiles y por el firme y mutuo propósito de armoniosa convivencia, ha tenido también en esta excepcional ocasión una substancial confirmación, satisfactoria y memorable. La Iglesia ha podido celebrar un momento como nunca importante y delicado de su historia en un ambiente de libertad y de seguridad y esto ha sido para ella un gran beneficio. Pero con justicia se ha subrayado que no pocas ni pequeñas ventajas han recibido al mismo tiempo los intereses y el prestigio de la Nación Italiana por el desarrollo regular y digno del Concilio Ecuménico, celebrado en el corazón de Roma, su capital y Nuestra diócesis; la fidelidad a la misión espiritual e histórica de Italia se ha visto realzada; su nombre resuena estimado y honrado en el mundo.
La Iglesia en Italia se dedica ahora a la aplicación de las deliberaciones conciliares y lo está haciendo con una seriedad de propósitos que hace presagiar buenos resultados. En la línea de las tradiciones católicas que se identifican con el espíritu genuino del Pueblo Italiano, la promoción de la revitalización y de la actualización deseadas por el Concilio, permitirá sin duda a Italia que se abra nuevas vías para proseguir su valeroso camino de justicia y de progreso.
Y Nos expresamos a V. E., Señor Presidente, que con tanta elevación de sentimientos y con tan diligente actividad, guía constitucionalmente la vida de la Nación, nuestros fervientes votos por su prosperidad personal y por toda mejor suerte del Pueblo italiano. Acompañamos estos votos con nuestra oración a Dios en este día consagrado a la memoria y al culto de una de la más grandes figuras en la secular historia de Italia, San Benito, quien a la sabiduría latina y a la gravedad romana, supo admirablemente asociar la bondad evangélica y la piedad católica. Votos, aún con la casi seguridad de que la fuerte y bondadosa gente de Italia, en el sincero deseo de paz y justicia, en la continua búsqueda del bien común, en la adhesión a la fe de sus mayores, buscará gradualmente la solución de los problemas concernientes a la formación de una moderna y floreciente sociedad. La Iglesia, por su parte, en el campo de su competencia, no dejará de dar a este generoso esfuerzo su renovada, leal y afectuosa contribución.
*ORe (Buenos Aires), año XVI, n°699, p.5.
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