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DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ CONSULTIVO
DE LAS NACIONES UNIDAS
PARA LA APLICACIÓN DE LA CIENCIA Y
DE LA TECNOLOGÍA AL D
ESARROLLO*

Lunes 24 de octubre de 1966

 

Es para Nos una alegría y un honor recibir aquí al grupo de eminentes especialistas que componen el Comité Consultivo de las Naciones Unidas para la aplicación de la ciencia y de la tecnología al desarrollo. Nos notamos con complacencia la feliz coincidencia de que este encuentro tiene lugar el 24 de octubre, es decir, el día del aniversario de las Naciones Unidas.

Vosotros estáis en Roma, Señores, para estudiar en especial dos cuestiones: cómo aumentar la producción y el uso de proteínas en los alimentos, para combatir la desnutrición; y cómo obtener, para ese mismo fin, el rendimiento máximo de los recursos naturales, agrícolas y no agrícolas.

Estas son cuestiones técnicas sobre las que vosotros no esperáis de Nos una opinión. Nos lo dijimos recientemente a propósito de América Latina: nadie pretende que la Iglesia se convierta en especialista de tal o cual disciplina especial, como la economía o la sociología.

Sin embargo, vosotros habéis expresado vuestro deseo de verNos y escucharNos por razones que están por encima de los estudios especializados, ámbito de vuestros esfuerzos, porque tenéis conciencia de que vosotros, hombres de la ciencia y de la técnica, y Nos, representante de fuerzas morales y religiosas, coincidimos en un terreno común. Este terreno común es la voluntad de ir en ayuda de nuestros hermanos desdichados, de esos millones de hombres que no pueden satisfacer su hambre.

Problema inmenso, al cual el grito de alarma lanzado recientemente por el Director General de la F.A.O. acaba de hacer convergir nuevamente la opinión pública.

¡Problema inmenso! O más bien, conjunto de problemas de toda clase, pero que son, para quien los observa atentamente, tanto de orden técnico como de orden moral.

Esas víctimas desdichadas de la desnutrición tienen derecho a esperar, por una parte, que los recursos de la inteligencia y de la ciencia humana se movilicen para sacarlas de su estado de infortunio. Pero también tienen derecho a reclamar que se considere ante todo en ellas la dignidad humana y a que la ayuda que se les proporciona consista en un desarrollo integral, no solamente económico, y en una elevación de la persona con todas sus facultades y no únicamente de su nivel de vida material.

La Iglesia presta especial atención a este aspecto del vasto problema del desarrollo. Para ella la humanidad debe progresar a la vez material y espiritualmente; debe perfeccionarse en el orden moral y al mismo, tiempo en el orden económico. Porque no hay perspectivas verdaderas de progreso, de equilibrio y de paz para la humanidad sin la intervención de los factores morales y espirituales.

Nos creemos no equivocarnos, Señores, pensando que vosotros opináis de igual manera. Igualmente estamos convencidos de que las iniciativas amplias y generosas emprendidas por las Naciones Unidas en este terreno están inspiradas por la preocupación por el verdadero bien de la humanidad. Por eso, siguiendo el ejemplo de Nuestros predecesores inmediatos, Nos no hemos dudado en alentarlas en la medida de Nuestras fuerzas. Nos sentimos también impulsados a ello por los decretos recientes del Concilio Ecuménico Vaticano II, que ha reafirmado frente al mundo con una solemnidad excepcional, que la Iglesia desea el progreso humano y se encuentra dispuesta a ofrecer sus servicios y su apoyo a todos los que trabajan en pro del mismo.

Vosotros os contáis entre ellos, Señores, y los medios de que disponéis os posibilitan hacer evolucionar felizmente la situación de los miembros menos favorecidos de la gran familia humana. Como se repite hoy a menudo, la ciencia y la técnica son valores ambivalentes, susceptibles de engendrar grandes bienes o grandes males, según el uso que se hace de ellas.

¡Que en vuestras hábiles manos sirvan solamente para el bien, para el progreso, para el desarrollo en su sentido más completo: económico, social y moral!

Este es el voto que Nos complacemos en formularos al recibiros hoy, mientras Nos invocamos de corazón por el éxito futuro de vuestros trabajos y para vuestras personas y patrias, abundantes bendiciones celestiales.

[El Santo Padre agregó en inglés: ]

Nos damos la bienvenida a vuestra gentil visita, Señores, deseándoos toda clase de éxitos en vuestras deliberaciones sobre la aplicación de la ciencia y de la técnica al desarrollo. La Iglesia Católica sigue con interés y solicitud todos estos esfuerzos por la elevación del nivel de vida y otorga su aliento para que estas iniciativas puedan alcanzar su pleno desarrollo y su integración, contribuyendo a la elevación moral de los pueblos y de las razas.

Nos rogamos para que podáis realizar esta labor de asistencia completa a las naciones más pobres, para el progreso de la humanidad, en todos los campos, económico, técnico, moral y espiritual. Sobre vosotros, vuestras familias, vuestros colaboradores y asociados, Nos invocamos con placer las más escogidas gracias y bendiciones celestiales.


*ORe (Buenos Aires), año XVI, n°730, p.1.

 



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