DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
AL COMITÉ GENERAL DE PROGRAMACIÓN
ENTRE LA FAO Y LAS INDUSTRIAS*
Jueves 20 de marzo de 1969
Señores:
Nos deseamos en primer lugar agradecer a vuestro dignísimo intérprete, el doctor Victor Umbricht, las palabras que acaba de pronunciar. Ellas manifiestan de una forma clara la nobleza de los sentimientos que os animan, y definen muy bien la naturaleza y la amplitud de la aportación que vuestro grupo de grandes industriales puede ofrecer, en colaboración con la FAO, a la causa del progreso de los pueblos en vías de desarrollo.
Esta causa –lo sabéis muy bien– ocupa un lugar importante en las preocupaciones de la Iglesia actual. Así, pues, Nos acogemos con viva satisfacción a un grupo de personalidades tan altamente cualificadas y Nos agradecemos el hecho de haber sustraído algunos instantes al cargado programa de vuestra Asamblea General para venir a visitarnos.
Todo lo que interesa al bien de la humanidad y a su futuro encuentra un eco inmediato y profundo en el corazón de la Iglesia.
Con razón vuestro portavoz ha evocado los nombres de Nuestros más inmediatos predecesores y ha recordado sus enseñanzas en el campo social. Ha evocado también el « espectro del hambre ». Esta palabra terrible indica suficientemente hasta qué punto resulta agudo, grave y urgente el problema del desarrollo, al que Nos consagramos nuestra encíclica Populorum Progressio, y al que nos hemos referido después muchas veces. Para Nos, como para muchas otras personas, es éste el problema clave del que depende sin duda el porvenir temporal de la humanidad.
Teniendo en cuenta las estadísticas más serias, si se dejaran las cosas avanzar por el camino que actualmente llevan, el abismo existente entre los países industrializados y los países en vías de desarrollo aumentaría sin cesar, de suerte que, por una especie de fatalidad en el dinamismo actual de la producción, las naciones ricas serían cada vez más ricas y las pobres cada vez más pobres (cfr. Populorum Progressio, n. 8), con el agravante de las tensiones sociales que conllevarían necesariamente.
Vuestra acción se propone a luchar contra esta fatalidad, y podría revelarse capital para el porvenir de los pueblos pobres y, en consecuencia, para la paz del mundo y para el bienestar de los hombres.
Sois conscientes de que el problema no se resolverá con la asistencia exterior a los países pobres, sino poniendo en sus manos los instrumentos necesarios para que ellos mismos puedan proceder a mejorar su producción « y a descubrir, en la fidelidad a su genio propio, los medios de su progreso social y humano » (Populorum Progressio, n. 64).
Habéis comprendido que se trata de una verdadera misión que se impone a los países industrializados en nombre de la fraternidad humana. Vuestro intérprete ha puesto de relieve, como un elemento positivo y estimulante, el hecho de que los países industrializados vayan tomando una conciencia cada vez más viva de la importancia de esta misión que les incumbe.
Vosotros queréis ser los pioneros de esta misión acelerando el ritmo de expansión de las industrias relacionadas con la agricultura en los países en vías de desarrollo. Nos creemos que todo hombre de buena voluntad debe aplaudir este programa. « Porque esa es la meta a la que hay que llegar. La solidaridad mundial, cada día más eficiente, debe permitir a todos los pueblos el llegar a ser por si mismos artífices de su destino » (Populorum Progressio, n. 65).
Pero toda misión supone un ideal y unos móviles de acción siempre elevados y desinteresados. Toda consideración de provecho personal, de concurrencia, de cálculo interesado, debe desaparecer ante la nobleza y la urgencia del fin: ayudar a nuestros hermanos menos favorecidos a salir finalmente de su humillante miseria y a situarse en condiciones de vida dignas del hombre. Vosotros, señores, lo comprendéis perfectamente y Nos os estimulamos con todo interés a proseguir por este camino.
Algunos se extrañarán de que una sociedad de orden sobrenatural, como la Iglesia, dé tanta importancia a estas realizaciones de orden temporal.
Hace bastantes años nuestro predecesor, Pío XII, respondía ya a esta objeción, no dudando en afirmar que « un sobrenaturalismo que aleja la religión de las necesidades y de los deberes económicos y políticos, como si no tuvieran nada que ver con el cristiano y con el católico, es malsano y extraño al pensamiento de la Iglesia » (A.A.S., XLIV, 1952, p. 819).
Esto nos manifiesta hasta qué punto es coherente con la fe una actitud «comprometida» – como suele decirse hoy – en las realizaciones temporales en favor de la humanidad.
Nos deseamos de todo corazón que vuestros esfuerzos, los de la FAO y los de los Poderes públicos en favor del « Tercer Mundo » no cesen de intensificarse. Con estos sentimientos, como testimonio de nuestra benevolencia y en prenda de la protección divina, Nos impartimos a todos nuestra bendición apostólica.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.14 p.7.
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