DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A EL EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA SOCIALISTA
FEDERATIVA DE YUGOSLAVIA ANTE LA SANTA SEDE*
Lunes 28 de febrero de 1972
Señor Embajador:
Agradecemos a Su Excelencia sus amables palabras y nos sentimos feliz de desearle la bienvenida en esta solemne circunstancia en que nos presenta las Cartas que lo acreditan como Embajador extraordinario y plenipotenciario de la República Socialista Federativa de Yugoslavia ante la Santa Sede.
Conocemos la larga experiencia que habéis tenido ocasión de adquirir y de ejercitar en los puestos diplomáticos que os fueron confiados. Este, al que accedéis ahora, presenta un carácter muy particular en el concierto de las naciones. Vuestra misión, a la que deseamos el mayor éxito, se abre bajo felices auspicios, a continuación de un periodo que ha registrado notables desarrollos en las relaciones mutuas entre vuestro país y la Santa Sede.
Recibimos con satisfacción los sentimientos de los que su Excelencia, el Presidente de la República, os ha encomendado ser intérprete. No podemos olvidar su visita, y os confiamos el encargo de expresarle los votos más sinceros que hacemos por él y por la prosperidad y felicidad de todas las poblaciones yugoslavas. Estas, como usted sabe, nos son muy queridas por muchas razones. Profesamos gran estima hacia su historia pasada, tan rica de valores humanos, culturales y religiosos; y tenemos también muy presente en nuestro espíritu los acontecimientos que marcan su vida presente. Nos es grato, en esta circunstancia, manifestar, por medio de su persona, la estima y la benevolencia que probamos hacia su país.
Estamos muy atento también a las preocupaciones de vuestro gobierno, especialmente en lo concerniente al arreglo pacifico y al establecimiento de una paz duradera entre las naciones. Es evidente que tal paz sólo puede fundarse en la justicia, en el respeto a los derechos inalienables de las personas y de las minorías y con la preocupación de armonizar la expansión de cada uno con el bien común del país, de Europa o del conjunto de los pueblos.
Entre estos derechos y estos elementos de paz, la Iglesia esta preocupada, sobre todo, por el respeto a las conciencias y a las comunidades religiosas. Por otra parte, es nuestra convicción y experiencia que la paz religiosa que resulta de tal respeto constituye un signo, un estimulo, un factor importante del progreso en todos los campos, ya que ésta está unida, de la manera más profunda, a la dignidad, a la libertad, al dinamismo íntimo de las personas.
Interesa a la Iglesia de la misma manera, todo lo que es bueno y grande, todo lo que es honesto y justo, todo lo que ha contribuido y contribuye hoy al verdadero desarrollo humano, en el piano económico, social, cultural, artístico, moral, espiritual: la Iglesia está pronta a defenderlo, a valorizarlo, a promoverlo. En este sentido ella invita a sus hijos, los creyentes, a cooperar lealmente con todos los hombres de buena voluntad, para la construcción de un mundo siempre mejor, más justo y más fraterno. En esta construcción, en una civilización digna de éste nombre, todas las personas y todos los elementos constitutivos de los pueblos encuentran su puesto, aportando libremente su parte original de trabajo, de responsabilidad, de humanismo, de cultura, de fe y están asociados a la obra común. Y es en este espíritu en el que hacemos votos cordiales por la paz y el bienestar de cada nación y de cada asociación internacional, esperando ver esta cooperación fecunda extenderse y realizarse en las dimensiones mismas del universo, según el plan del Creador sobre la familia humana.
Tales son, como sabe su Excelencia, las preocupaciones constantes de la Santa Sede, tal es el ideal que nos anima en nuestras relaciones con los que tienen en sus manos el destino de los pueblos y con sus representantes. Dichoso de la comprensión que hemos encontrado anteriormente ante las autoridades de vuestro país no dudamos, señor Embajador, que vuestra misión contribuirá a instaurar relaciones cada vez mas fructuosas para la República Socialista Federativa de Yugoslavia y para la Iglesia católica. Y repitiendo nuestros mejores deseos, imploramos los beneficios de Dios sobre su persona, sobre sus seres queridos, y sobre todas las poblaciones yugoslavas.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.10 p.10.
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