DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ÁRABE DE EGIPTO,
MOHAMED ANWAR EL SADAT*
Jueves 8 de abril de 1976
Excelencia:
Nos proporciona una gran alegría el hecho de poder dirigiros hoy nuestro saludo cordial. Vuestra visita es muy significativa para nosotros, ya que es la primera vez que un Presidente egipcio llega a esta Sede Apostólica.
Os damos la bienvenida, además, como a digno representante de un gran país, dotado de una cultura multimilenaria, que ha enriquecido de hecho a todo el mundo.
Nos agrada también recordar la aportación cristiana a la historia de Egipto, así como la de Egipto a la historia de la Iglesia, especialmente en las regiones de África.
Incluso hoy, en el Egipto moderno, los cristianos – y nos referimos especialmente a los católicos – desean colaborar con sus conciudadanos musulmanes en el progreso del propio país. Nos alegra notar y alentar la actividad católica, sobre todo en la esfera de la educación y en el campo de los servicios sociales; sabemos que tal actividad, sostenida por motivos desinteresados, se desarrolla generosamente para el bien común.
En esta ocasión manifestamos la esperanza de que vuestro país experimente un continuo desarrollo para provecho del pueblo egipcio y para su constante progreso en condiciones verdaderamente acordes con su dignidad humana y sus aspiraciones.
Expresamos también en este momento, nuestro ferviente deseo de que, en vuestro país, el diálogo cristiano-musulmán continúe y progrese en ese espíritu de hermandad que debe caracterizar a quienes adoran al Dios único, justo y misericordioso.
Vuestra Excelencia conoce nuestro profundo interés por el problema de la paz en el Oriente Medio. Con honda preocupación por la presente generación y por las futuras, animamos con sinceridad a continuar buscando una solución pacífica y justa a la crisis árabe-israelí. Esta debe incluir igualmente una solución equitativa al problema del pueblo palestino, sobre cuya dignidad y derechos hemos reiteradamente expresado un interés humanitario y amistoso. El problema de Jerusalén y de los Santos Lugares debe resolverse con la atención debida a los millones de miembros de las tres grandes religiones monoteístas, para quienes los Santos Lugares representan valores tan elevados.
No quisiéramos dejar de repetir, aprovechando esta ocasión, nuestra angustia y preocupación por los destinos del Líbano. Este conflicto se encuadra trágicamente en el problema de la paz en el Oriente Medio. Además de la deplorable destrucción de vidas humanas, esta guerra civil está causando un daño incalculable en la coexistencia fraterna y puede afectar negativamente a las relaciones cristiano-musulmanas de toda la región.
Estas son, Excelencia, algunas de nuestras esperanzas y preocupaciones. Son el objeto de nuestra oración y la constante solicitud de nuestro ministerio.
Reiteramos nuestra satisfacción por vuestra visita, mientras expresamos la confianza de que, bajo vuestra guía, el pueblo egipcio contribuirá con su inigualable aportación a la construcción de un mundo más equitativo, un mundo de hermandad, justicia y paz, o lo que frecuentemente hemos denominado: "la civilización del amor".
Invocamos sobre Vuestra Excelencia y sobre todo el querido pueblo de la República Árabe de Egipto, para la consecución de estas metas, las mejores bendiciones del Dios Todopoderoso.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.16, p.2.
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