DISCURSO DE SU SANTIDAD PABLO VI
AL PRIMER EMBAJADOR DEL REINO DE MARRUECOS
ANTE LA SANTA SEDE*
Viernes 4 de junio de 1976
Señor Embajador:
Mucho nos alegra poder hoy recibir en la persona de Vuestra Excelencia al primer Representante del Reino de Marruecos ante la Santa Sede.
En efecto, la Santa Sede y vuestro país han decidido, de común acuerdo, procurarse los medios de un diálogo permanente, de una colaboración concreta y ciertamente fructuosa, estableciendo entre sí relaciones diplomáticas.
No se puede, es cierto, comparar la Santa Sede con ninguna potencia política, con ningún Estado. Pues la Iglesia católica es una comunidad de cristianos, cuyos miembros pertenecen a una patria temporal y, allí donde la Providencia les ha hecho nacer, tratan de cumplir su deber de buenos ciudadanos. Ciertamente, dos realidades muy diferentes.
Pero pensamos que, en el concierto de los pueblos, todos los que ejercen una responsabilidad deben unir sus voces para recordar los derechos y libertades fundamentales de la persona humana, promover los valores espirituales y estimular la construcción de la paz. Por eso, nos llena de satisfacción que Marruecos y la Santa Sede hayan llegado a sellar oficialmente los lazos de amistad y de confianza recíproca. También os rogamos que llevéis un testimonio de ello a Su Majestad el Rey Hassan II, presentándole nuestros respetuosos saludos y votos.
Recordabais hace unos instantes, que el Soberano Chérifien es el Jefe de una importante comunidad musulmana. Quisiéramos, por consiguiente, que a través de su persona, nuestros votos se extiendan a todos los musulmanes marroquíes, herederos de una larga tradición espiritual, hermanos nuestros en la fe en el Dios único. En un mundo fuertemente caracterizado por el materialismo ambiente es de capital importancia que los creyentes se atrevan a afirmar, tanto en sus palabras como en sus acciones, la transcendencia de la Verdad divina, que sobrepasa toda concepción terrena. Por nuestra parte, estamos seguro de que los católicos residentes en Marruecos seguirán mostrando, en fidelidad a sus creencias religiosas, en qué grado comparten este elevado ideal. Y nos alegramos ante la feliz perspectiva que se abre ante nosotros para el futuro.
Además, no queremos dejar pasar esta ocasión sin manifestar de nuevo nuestro vivo anhelo y deseo, que sin cesar concretamos en la oración a Dios, respecto al Oriente Medio: que todos se comprometan con decisión y sin tardanza en el camino de la paz, que se encuentre una solución digna al importante problema de Jerusalén y al problema palestino, que cesen definitivamente los combates en el Líbano, el cual debe volver a ser un país que manifieste, con su modo típico, la posibilidad de vida común y colaboración entre musulmanes y cristianos.
En el momento de comenzar vuestra misión, os aseguramos, señor Embajador, nuestra simpatía y la de nuestros colaboradores. Siempre os estará reservada la mejor acogida, y aquí encontraréis estima y comprensión. Que el Todopoderoso os conceda sus dones y permita que estas nuevas relaciones se desarrollen para bien de todos.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.24, p.8.
Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana