DISCURSO DEL PAPA PABLO VI
A LOS MIEMBROS DE «THE TRILATERAL COMMISSION»*
Sábado 25 de septiembre de 1976
Estimados señores:
Nos complace recibir vuestra visita con ocasión de la reunión en Roma de vuestro Comité director. La ciencia y la experiencia de los miembros de "The Trilateral Commission" les permite abordar, con rara competencia, temas que son de vital importancia para la planificación de la sociedad en los campos político, económico, profesional y social. Y esto equivale a decir que vuestras discusiones, vuestras publicaciones y vuestra actividad pueden tener una fuerte influencia en quienes ejercen directamente los más altos cargos en los campos citados.
En modo alguno dudamos de que vosotros intentáis poner esta "técnica" al servicio de los pueblos, con vistas a un desarrollo que sea plenamente humano, y que no sólo permita el crecimiento de las riquezas, sino también su distribución equitativa y la participación responsable más amplia posible; no dudamos de que no sólo buscáis el progreso material y el bienestar que resulta del mismo, sino también el despliegue de las cualidades morales y espirituales que constituyen la grandeza de una civilización: el acceso a una cultura y a una sabiduría, que introducen en el sentido de la vida, el creciente respeto de la dignidad del otro y de su libertad, la colaboración voluntaria y generosa al bien común, la voluntad de paz, la intangibilidad de la vida humana bajo todas sus formas, la fidelidad en el amor, el interés por una sana educación de los jóvenes, que subraye el valor de la propia entrega, y el reconocimiento de los valores supremos y de Dios, que es su fuente y su término. En este punto, os manifestamos nuestra estima y nuestro aliento.
Esperamos que vuestros trabajos resulten positivos no sólo para los países o continentes que representáis, – América del Norte, Europa y el Japón, muy privilegiados en lo tocante a ciertas condiciones de vida – sino también, y en igual medida, para los otros países, en particular para aquellos que se encuentran realmente necesitados y que piden con justicia a las instituciones internacionales, una ayuda solidaria que respete su dignidad. Como discípulo de Cristo, estamos particularmente convencido de la necesidad de concebir el poder como un servicio. Y sabemos que también vosotros sois sensibles a este punto de vista. Rogamos a Dios que os inspire y bendiga vuestras familias y a todas las personas que os son queridas.
*L'Osservatore Romano, edición en lengua española, n.40, p.10.
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