RADIOMENSAJE DE SU SANTIDAD PÍO XII
AL CONGRESO INTERNACIONAL DE LAS CONGREGACIONES MARIANAS REUNIDO EN BARCELONA *
Domingo 7 de diciembre de 1947
Nos sentimos animados de un sincero gozo siempre que podemos dirigirnos a un Congreso, donde se hallan reunidos tantos amados hijos Nuestros venidos de todos los confines del mundo, y que Nos profesan filial afecto y adhesión incondicional. Por ello es hoy grande Nuestra alegría, al hablar a representantes de las Congregaciones Marianas, a las cuales profesamos entrañable amor, no solamente con el paterno afecto del Pastor Supremo de la Iglesia hacia una de sus más escogidas milicias, sino también porque renováis en Nos dulcísimos recuerdos personales de Nuestra juventud, cuando Nos fue concedida la gracia de consagrarnos a la Madre de Dios, en la Congregación Mariana.
Nos satisface además saber que os habéis juntado en torno a la ejemplar Congregación de Barcelona, que, no sólo es modelo de viva espiritualidad y de eficaz actividad, mas también ejemplo perspicuo de lo que pudo y puede, con la gracia de Dios y la ayuda de la Madre Inmaculada, el esfuerzo confiado y constante de sus celosos Directores en procurar el florecimiento de una Congregación Mariana.
Mas no se trata tan sólo de la benemérita Congregación de Barcelona, sino de todas las del mundo, especialmente las de España. En las Congregaciones de esa católica Nación, que os ha acogido con tanto amor, tenéis el ejemplo de la gran variedad, dentro de la unidad esencial, que éstas pueden revestir, adaptándose de día en día con notable flexibilidad a las más diversas necesidades de la Iglesia, y a las circunstancias más diferentes del momento actual, aunque permaneciendo siempre fieles a sus formas esenciales de espiritualidad y apostolado.
Cuantas veces, tanto Nuestro Predecesor, de gloriosa memoria, cuanto Nos mismo, hemos recordado la rica tradición y la actual eficacia de las Congregaciones Marianas; así como los imperiosos deberes, que en la hora presente pesan sobre ellas y sobre las demás organizaciones semejantes para la formación espiritual de sus miembros, y para el intenso ejercido del apostolado, tantas otras veces hemos también declarado que la Congregación Mariana, al colaborar fraternalmente con todos por la causa de Dios y el bien de las almas, puede conservarse siempre fiel a sus formas y características propias.
Pues en este magnífico movimiento mundial de seglar apostolado, tan caro a Nuestro corazón, precisa evitar dos engaños, que pueden insinuarse aun en almas de buena voluntad. Uno es el peligro de exclusivismo, ya del elemento externo, de un trabajo superficial y naturalista, que Nos hemos llamado en otro lugar «la herejía de la acción »[1], ya del elemento interior, con una excesiva y tímida limitación a la piedad, que se compagina poco con aquellas palabras del Señor: «Fuego he venido a traer a la tierra, ¿y qué quiero sino que prenda?» (Lc 12, 19). En segundo lugar, es necesario prevenir el error, que algunos, impulsados de buen celo, pueden tener, de querer uniformar las actividades, en pro de las almas y someterlas todas a una forma común, con miopía de concepción del todo ajena a las tradiciones y al suave espíritu de la Iglesia, heredera de la doctrina de San Pablo : «Unos tienen un don, y otros, otro: pero todos el mismo Espíritu» (1Cor 12,4). Y, como en los ejércitos de la, tierra, diversas armas y cuerpos aseguran con su diferencia la armónica cooperación común que lleva a la victoria, del mismo modo, junto a otras formas de celo, por importantes y aun principales que sean, la Iglesia desea y alienta la existencia de organizaciones de apostolado seglar, como las Congregaciones Marianas, y que prosperen y se desarrollen en sus formas y métodos, siendo dentro del ejército de Cristo una bella muestra de la fecunda multiplicidad del apostolado católico, manifestado en diversas obras y organizaciones, que trabajan todas intensamente bajo la guía y protección de la Cabeza Suprema de la Iglesia.
Nos conmueve además el saber cómo en estos momentos, en esa hermosa ciudad española, se han reunido Congregantes de todo el mundo, que, llevados de su fervoroso sentimiento filial para con su Madre y Reina, se unen en un haz apretado de amor y confianza, y están rogando a Dios, Supremo Glorificador, se digne añadir un nuevo florón a los privilegios de Nuestra Señora. Ello Nos recuerda el espectáculo impresionante de hace casi un siglo, cuando también las Congregaciones Marianas, uniéndose a las súplicas de toda la Cristiandad, se volvían a Nuestro Predecesor, de santa memoria, y asimismo Congregante Mariano, en humilde demanda de la. proclamación del Dogma de la Inmaculada: y después de tan instantes ruegos, parecían callar en actitud expectante, como diciendo en sus corazones : « Et nunc, Petre, doce nos ».
Con paternal benevolencia os auguramos nuevos progresos en la vida espiritual y en las obras de celo, elementos esenciales de vuestras Congregaciones, para que ese pacífico ejército de María esté dispuesto a la defensa abnegada, y heroica de la Iglesia de Jesucristo. Nos pedimos a vuestra Madre Inmaculada, que reina gloriosa en cuerpo y alma desde el cielo, que, por su intercesión, la gracia sobreabundante de lo alto descienda, sobre las dignas Autoridades Eclesiásticas y Civiles, que aun desde los más eminentes cargos han querido realzar este Congreso con su presencia o adhesión, sobre vosotros, amados Congregantes, que unís en el suave lazo del amor a María todas las condiciones humanas, las más diversas clases sociales y las más apartadas naciones, sobre aquéllos que amáis y sobre las almas que se benefician de vuestro celo, mientras que, en prenda de Nuestro particular amor, os impartimos de todo corazón Nuestra Bendición Apostólica.
* AAS 39 (1947) 632-634.
[1] Epist. Apost. saeculo exeunte a Precationis Apostolatus constitutione, 16 iunii 1944, Acta Apostolicac Sedis, XXXVI, p. 239.
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