RADIOMENSAJE DEL SANTO PADRE PÍO XII
AL CONGRESO INTERAMERICANO DE EDUCACIÓN CATÓLICA*
Miércoles 6 de octubre de 1948
Venerables Hermanos y amados hijos:
Entre los graves y múltiples cuidados, que Nuestra universal paternidad Nos impone, hemos considerado siempre como uno de los principales el consagrar particular atención a cuanto, de una manera o de otra, se refiere a la juventud. ¿Cómo, pues, hubiéramos podido dejar de dedicaros unas palabras precisamente a vosotros, educadores de las futuras generaciones de todo un continente llamado a jugar tan importante papel en la historia de nuestro atormentado siglo; a vosotros, reunidos en una Asamblea que, por los muchos países representados, por la calidad de los representantes y por la finalidad que se propone, puede ser considerada, ya desde ahora, como jalón fundamental en la historia de la pedagogía católica en el Mundo Nuevo?
Suban hasta el trono del Altísimo Nuestras más fervientes plegarias para que de este Congreso salga definitivamente plasmada esa Confederación, cuyo fin es conseguir que la educación de la juventud en todos los países americanos sea llevada a cabo, consciente y eficazmente, en consonancia con la sabiduría y la experiencia de la Iglesia en materia de enseñanza y especialmente con las normas promulgadas por esta Sede Apostólica, alcanzando así aquella dignidad y aquel esplendor que han de mover a los gobernantes y a los ciudadanos de vuestros respectivos pueblos a reconocer la libertad y a otorgar el respeto a que las instituciones docentes de la Iglesia católica tienen derecho.
Pero este Congreso vuestro goza todavía de otro atractivo: el tema que tan sabiamente habéis elegido para vuestras deliberaciones, que es «educación y ambiente moderno».
La esencia y el blanco de la educación —para expresarnos con las palabras de Nuestro inmediato Predecesor— consisten en la colaboración con la divina gracia parada formación del verdadero y perfecto cristiano. En esta perfección va incluido que el cristiano, en cuanto tal, se halle en condiciones de afrontar y superar las dificultades y corresponder a las exigencias de los tiempos en que le ha tocado vivir. Esto quiere decir que la labor educativa, al tener que realizarse en un ambiente determinado y para un determinado medio, tendrá que irse adaptando constantemente a las circunstancias de ese medio, y de ese ambiente donde la perfección ha de conseguirse y para el cual se destina.
Oponed, pues, a los perniciosos esfuerzos, que querrían apartar completamente la religión de la educación y de la escuela o por lo menos fundar la escuela y la educación sobre una base puramente naturalista, el ideal de una labor docente enriquecida con el tesoro inestimable de una fe sentida y vivificada, por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.
Procurad que vuestros niños y vuestros jóvenes, a medida que van progresando en el camino de los años, reciban también una instrucción religiosa cada vez más amplia y más fundamentada; sin dejar de tener en cuenta que tanto la conciencia plena y profunda de las verdades religiosas cuanto las dudas y las dificultades suelen de ordinario presentarse en los últimos años de los estudios superiores, especialmente si el educando ha de hallarse en contacto, cosa hoy difícilmente evitable, con personas o con doctrinas adversas al Cristianismo; y que por eso la instrucción religiosa exige con todo derecho un puesto de honor en los programas de las universidades y de los centros de estudios superiores.
Haced de manera que con esta instrucción vayan estrechamente unidos el santo temor de Dios, la costumbre de recogerse en la oración, y la participación plena y consciente en el espíritu del Año litúrgico de la Santa Madre Iglesia, fuente de incontables gracias; pero en esta labor actuad con cautela y con prudencia, a fin de que sea el mismo joven quien siempre busque algo más y poco a poco, obrando por sí mismo, vaya aprendiendo a vivir y a actuar su vida de fe.
Contraponed a la escasez de principios de este siglo, que todo lo mide por el criterio del éxito, una educación que haga al joven capaz de discernir entre la verdad y el error, el bien y el mal, el derecho y la injusticia, plantando firmemente en su alma los puros sentimientos del amor, de la fraternidad y de la fidelidad. Si las peligrosas películas de hoy día, hablando tan sólo a los sentidos y de una manera excesivamente unilateral, traen consigo el riesgo de producir en las almas un estado de superficialidad y de pasividad anímica, el libro bueno puede completar lo que aquí falta desempeñando en la labor educativa un papel de importancia cada vez mayor.
Responded a la exagerada importancia hoy concedida a cuanto es puramente técnico y material con una educación que reconozca siempre el primer lugar a los valores espirituales y morales, a los naturales y, sobre todo, a los sobrenaturales. La Iglesia, sin duda ninguna, aprueba la cultura física, si es ordenada; y será ordenada cuando no se encamine al culto del cuerpo, cuando sea útil para fortalecerlo y no para despilfarrar sus energías, cuando sirva también de recreo al espíritu y no sea causa de debilitación y de rudeza espiritual, cuando procure nuevos estímulos para el estudio y para el trabajo profesional y cuando no conduzca a su abandono, a su descuido o a la perturbación de la paz que debe presidir el santuario del hogar.
Oponed a la busca inmoderada del placer y a la indisciplina moral, —que querrían igualmente invadir hasta las filas de los jóvenes católicos, haciéndoles olvidar que llevan consigo una naturaleza caída cargada con la triste herencia de una culpa original—, la educación del dominio de sí mismo, del sacrificio y de la renuncia, empezando con lo más pequeño para pasar luego a lo mayor; la educación de la fidelidad al cumplimiento de los propios deberes, de la sinceridad, serenidad y pureza, especialmente en los años en que el desarrollo va llegando a la madurez. Pero nunca se os olvide que a esta meta no se puede llegar sin la potente ayuda de los Sacramentos de la Confesión y de la Santísima Eucaristía, cuyo sobrenatural valor educativo jamás podrá ser apreciado debidamente.
Desarrollad, en las almas de los niños y de los jóvenes, el espíritu jerárquico, que no niega a cada edad su debido desenvolvimiento, para disipar, en lo posible, ese atmósfera de independencia y de excesiva libertad que en nuestros días respira la juventud y que la llevaría a rechazar toda autoridad y todo freno, procurando suscitar y formar el sentido de la responsabilidad y recordando que la libertad no es el único entre todos los valores humanos, aunque se cuente entre los primeros, sino que tiene sus límites intrínsecos en las normas ineludibles de la honestidad y extrínsecos en los derechos correlativos de los demás, tanto de cada uno en particular cuanto de la sociedad tomada en su conjunto.
Finalmente, puesto que la educación del niño y del joven ha de ser la resultante del esfuerzo común de muchos elementos concordados, dad toda la importancia que se merece a la cooperación y al acuerdo entre los padres de familia, la escuela, y las obras que la ayudan y que continúan su labor cuando se sale de ella, como son la Acción Católica, las Congregaciones marianas, los centros de estudio y otras instituciones semejantes. Ayuda especial podrán necesitar no raramente los mismos padres de familia, que muchas veces no cuentan con la debida preparación para el ejercicio de sus deberes educativos; y de la buena inteligencia con ellos dependerá. de ordinario el éxito de la educación, aunque sean buenos los colegios y mejores los maestros.
Nos aprovechamos esta oportunidad, amados hijos, para: expresaros Nuestra paternal satisfacción por los serios progresos realizados en el camino hacia vuestro ideal ; y con placer proponemos a todos como ejemplo y como estímulo aquellos países que van a la cabeza en esta empresa, de la educación cristiana de la juventud. Manifestamos al mismo tiempo Nuestra esperanza de que los gobiernos de vuestros países irán reconociendo cada vez mejor el valor y más aún el carácter casi insustituible de vuestro trabajo en la educación y en la enseñanza, concediéndoos gustosos todas las posibilidades y facilidades para que podáis formar un buen núcleo de maestros y maestras, tan fieles católicos como excelentes profesionales, así religiosos, como también seglares. Igualmente confiamos en que las autoridades públicas, en cordial colaboración con vosotros, destierren de la prensa y de la pantalla todo lo que pudiera ser causa de escándalo o de perdición para la juventud.
Así, el ideal cristiano de la educación se identifica con los últimos hallazgos de la ciencia psicopedagógica, rodeándola de una luz que la perfecciona y facilitando el proceso educativo con el desarrollo unitario y fecundo de la personalidad.
Vuestra reunión ha tenido lugar en La Paz, la «noble, valerosa y fiel», la «ilustre y denodada», y precisamente coincidiendo con una fecha tan notable, come el cuarto centenario de su fundación. ¡La Paz! ¡Educad, amadísimos congresistas de la Paz, y educad para la paz! En vuestras manos están las almas de vuestros alumnos como cera moldeable; hacedlos cristianos íntegros y conscientes y habréis contribuido del mejor modo posible a la paz futura!
Alzad los ojos a esas blancas cimas del Illimani, que os señalan el cielo; esparcid la mirada por ese tranquilo, riente y abundoso valle donde La Paz se asienta como en un pequeño paraíso; mirad correr serenas las aguas ligeras del Choqueyapu, que bajan frescas de la montaña al mar. Dejad que vuestras almas se embeban a fondo en estos sentimientos de elevación, de serenidad, de amor y de paz y llevádselos luego a vuestros Institutos, a vuestras aulas, a vuestros jóvenes y pequeñuelos para que sean mejores que sus hermanos de ayer y para que finalmente reinen en el mundo la caridad y la concordia.
Con estos sentimientos y con estos deseos os bendecimos con especial efusión de Nuestro afecto paternal, para que la mansedumbre y la bondad de la Virgen Santísima y la caridad ardiente del Corazón Sacratísimo de Jesús desciendan sobre todos los presentes, y de modo especial sobre los llamados a la altísima vocación de la enseñanza, confortando sus voluntades e iluminando sus inteligencias a lo largo del sendero, a veces áspero, de su abnegada labor.
* AAS 40 (1948) 414-417
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