DISCURSO DEL SANTO PADRE PÍO XII
A UNA PEREGRINACIÓN ORGANIZADA
POR LA OBRA DE EJERCICIOS PARROQUIALES DE ESPAÑA*
Domingo 24 de octubre de 1948
Desde las orillas del Urola y del Cardoner, hijos amadísimos, y desde otras regiones de España, habéis venido a las riberas del Tíber, para clausurar junto a Nos las fiestas conmemorativas de la aprobación pontificia. del Libro de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola, al mismo tiempo que para solemnizar las bodas de plata de vuestra Obra de Ejercicios parroquiales de Barcelona.
El peregrino de los Ejercicios es natural que vaya a Loyola, que suba a Montserrat y que baje a Manresa, para visitar los lugares santificados por la conversión, por las austeridades y por las iluminaciones del gran Patriarca; pero no es menos razonable que venga a Roma, como vino Ignacio —cojeando acaso y con su librito modesto en la escarcela—, como deseó venir Francisco de Borja, para arrojarse a los pies de Nuestro insigne Predecesor Paulo III y pedirle humildemente el refrendo de la Iglesia a favor del manualito de Manresa. Lo que no pudo hacer personalmente, lo logró por medio de su legado en la Ciudad Eterna. Las batallas que aquellas pocas y sencillas páginas habían provocado hasta aquel momento, ya no tendrían razón de ser. Había hablado Roma y había dicho que el Libro rezumaba piedad y santidad, era útil y provechoso; y por eso el Vicario de Cristo lo aprobaba, alababa y corroboraba. Más de treinta Sumos Pontífices, en numerosos documentos, repetirían. poco más o menos, otro tanto; y Nos mismo, cuando ha sido oportuno, no hemos dejado de hacerlo. Por eso vosotros, como se Nos ha informado, estáis ahora aquí para conmemorar y agradecer tan solemnes documentos.
Sed, pues, bienvenidos; pero sabed que vuestra presencia tiene también otro aspecto, que podríamos llamar complementario. Venís a agradecer estas aprobaciones; pero, sin quererlo, venís también a demostrar que, a juzgar por los frutos que han producido, han sido y son oportunísimas.
Porque, efectivamente, ¿qué sois vosotros en estos momentos sino la representación de un pueblo profundamente católico cuya perseverancia en la fe —ardiente y viva— acaso se explique también, entre otras razones, por el florecimiento que los Ejercicios de San Ignacio tienen en vuestro patrio solar?; ¿qué sois vosotros —hijos amadísimos de la Obra de Ejercicios parroquiales de Barcelona— con vuestros sesenta y tres mil Ejercitantes y vuestras mil setecientas tandas en completo retiro, sino el cuerpo mismo de una organización, que puede presentarse como modelo de fervor y vida cristiana? Bien alto fue su valor a la hora de la prueba, cuando, en medio de la persecución, vuestra fidelidad y vuestro espíritu de sacrificio quedaron escritos con la sangre de vuestros heroicos hermanos. ¡Buena práctica de los propósitos de los Ejercicios, demostrada no con la vida, sino con la muerte!
Pero vuestro ejemplo Nos sirve también para encarecer la eficacia de los Ejercicios de San Ignacio, cuando se conserva la fidelidad al espíritu y al método, como gracias a Dios sucede entre vosotros. No es cierto que el método haya perdido eficacia o que no corresponda a las exigencias del hombre moderno. En cambio es una triste realidad que el licor pierde fuerza y la máquina potencia, cuando se diluye en las aguas incoloras de la superadaptación o cuando se desmontan algunas piezas fundamentales del engranaje ignaciano. Los Ejercicios de San Ignacio serán siempre uno de los medios más eficaces para la regeneración espiritual del mundo y para su recta ordenación, pero con la condición de que sigan siendo auténticamente ignacianos.
Habéis recorrido en Roma los lugares donde la naciente Compañía de Jesús ensayaba sus primeras armas, dando los Ejercicios; habéis orado ante la tumba gloriosa de su Autor. Y ahora, habéis querido estrecharos en torno a Nos, para consolar Nuestro atribulado corazón de Padre y pedirnos una bendición. Que Dios os bendiga, como Nos os bendecimos. Y que a la invocación de Nuestra voz desciendan de lo más alto —por la intercesión del Santo que nos dio los Ejercicios y de los muchos Santos que los Ejercicios nos dieron— las gracias mejores: gracias de prosperidad para vuestras organizaciones, gracias de fecundidad para vuestro apostolado, gracias de santificación para los Ejercitantes; y gracias de paz y de todos los bienes, que deseáis para vosotros, para cuantos amáis y para vuestra dilectísima patria.
* Discorsi e Radiomessaggi, vol. X, págs. 261-262.
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