CARTA DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
CON OCASIÓN DEL PRIMER CENTENARIO
DE LA IGLESIA EN UGANDA
A nuestro venerable hermano
James Robert Knox,
cardenal de la Santa Iglesia Romana.
Venerable hermano nuestro: Salud y bendición apostólica.
Miramos de corazón a África que se abre al Evangelio, especialmente a Uganda, que recibió con interés la verdad cristiana en el siglo pasado, y aún más, ofreció preclaros gérmenes de santidad. Pues allí, como es sabido, muchos prefirieron morir por testimoniar la fe antes que mancharse, y confirmaron la observancia de la ley divina con el derramamiento de su sangre. Entre ellos, nuestro predecesor Pablo VI, en el año 1964 decidió agregar al honor de los santos a Carlos Lwanga, Matías KaleMba Murumba o Mulumba y a 20 compañeros, en solemne ceremonia durante la cual pronunció estas palabras: «Estos mártires africanos vienen a añadir a ese catálogo de vencedores, que es el martirologio, una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros, modernos, hombres de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación. ¿Quién podía suponer, por ejemplo, que a las emocionadísimas historias de los mártires escilitanos, de los mártires cartaginenses, de los mártires de la "Masa Cándida" de Utica —de quienes los Santos Agustín y Prudencio nos han dejado el recuerdo—; de los mártires de Egipto —cuyo elogio trazó San Juan Crisóstomo—, de los mártires de la persecución vandálica, hubieran venido a añadirse nuevos episodios no menos heroicos, no menos espléndidos, en nuestros días?» (AAS 56, 1964, pág. 905).
Debemos recordar que ocurrió este martirio pocos años después de que se introdujera la religión católica en Uganda. Por lo tanto hay que pensar justamente que aquella tierra era propicia, en cierto modo, a recibir la religión cristiana, es decir, como si esperara la semilla evangélica, y una vez sembrada, creció rápidamente y dio fecundos frutos.
Es, pues, muy digna de alabar la decisión de los obispos de Uganda que han determinado celebrar el centenario de la llegada de los primeros misioneros a aquella región con solemnidades religiosas y realizar un Congreso Eucarístico Nacional. Hemos sabido que nuestro venerable hermano, el cardenal Emmanuel Nsubuga, arzobispo de Kampala, y sus colaboradores se han dedicado diligentemente a preparar estas solemnidades, igual que todos los obispos de Uganda, con una carta colectiva dirigida al clero, religiosos y fieles, exhortando celosamente a esta preparación.
Recordamos ciertamente que el mismo predecesor nuestro Pablo VI, en el año 1969, fue el primero de los Supremos Pastores de la Iglesia que se trasladó a África, y en concreto a Uganda, para estar presente en la Conferencia Episcopal de aquella tierra, rendir honor en su misma patria a los mártires antes citados, y llevar a cabo otros asuntos referentes al catolicismo. También Nos deseamos participar, al menos por medio de un padre cardenal que nos represente, en las solemnidades que próximamente tendrán lugar allí. Para lo cual, venerado hermano nuestro, te constituimos y nombramos nuestro Enviado Extraordinario, encargándote que presidas en nuestro nombre las solemnidades establecidas. Conociendo bien las dotes de alma e inteligencia de que estás adornado, no dudamos que desempeñarás esta misión de manera que sirva para aumento de la gloria de Dios y redunde en muchos y grandes beneficios para la Iglesia en aquella región.
«¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien!» (Rom 10, 15). Los primeros hombres que habían de anunciar a Cristo en Uganda fueron el sacerdote Simeón Lourdel y el hermano Amans Delmas, miembros de la Sociedad de Misioneros de África, o de los "Padres Blancos", que el día 17 de febrero de 1879, después de navegar por el Lago Victoria, atracaron en el lugar llamado "Entebbe"; pasados algunos meses llegaron otros tres heraldos del Evangelio, de la misma familia religiosa.
Establecieron su sede en Nabulagala, donde celebraron el primer sacrificio eucarístico en Uganda. y al año siguiente bautizaron a cuatro indígenas. En este lugar, pues. fue implantada la cruz y desde allí irradió su luz. A pesar de que muchas veces surgieron gravísimas dificultades, no obstante el catolicismo crecía gozosa y firmemente, porque además llegaron nuevos obreros a aquella viña. Procuraron también asociar ministros sagrados de entre los mismos ugandeses. Y así sucedió que en el año 1953, por providencia de nuestro predecesor Pío XII. se pudo establecer la jerarquía sagrada en aquella región.
Por lo tanto, mirando a este siglo, insigne por tantos progresos, a todos nuestros hijos tan queridos que viven allí les recordamos que guarden siempre el precioso don de la fe, estimulados por este jubileo, que procuren vivir de ella cada día más diligentemente, teniendo presente que se alimenta con la palabra de los legítimos predicadores y de la vida litúrgica, por medio de la cual «las almas se elevan hacia Dios para tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia» (Sacrosanctum Concilium, 33). Pero hay que ir más lejos, es decir, hay que procurar que el Evangelio se propague con mayor amplitud, porque «la responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo según su capacidad» (Lumen gentium, 17); evidentemente es necesario que la Iglesia de Uganda, fundada por misioneros, ahora ya sea ella también misionera.
Con decisión plausible, como antes dijimos, se prepara el Congreso Eucarístico con motivo de esta solemne fiesta centenaria. Con toda razón se tributa el honor de un culto social a este augusto Sacramento en el que no sólo se contiene la gracia divina, sino al mismo Autor de la gracia, Cristo el Señor. La Eucaristía es vínculo de caridad, puesto que «porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan» (1Cor 10, 17); con razón San Juan Crisóstomo añade: «Si pues por él todos somos hechos El mismo, ¿por qué no manifestamos la misma caridad, y por esta razón nos hacemos uno"? (In Epist. 1 ad Cor., Hom. 24, 2; PG 61, 200). Ciertamente se ha de anhelar muchísimo que en este Congreso Eucarístico se encienda la llama de la verdadera fraternidad, con la que se inflamen los cristianos, para curar las heridas de alma y cuerpo de los demás, confortar a los afligidos por tribulaciones y aliviar a los oprimidos por la miseria.
Para que todo esto tan admirable y excelso se lleve a efecto, habrá que implorar también el auxilio de la Santísima Virgen María, que es Madre de la Iglesia: a su cuidado entregamos confiadamente la vida presente y la suerte futura de toda la comunidad católica de Uganda.
Esto es lo que teníamos que escribir en la proximidad de estas solemnidades, llevados por el amor y la solicitud pastoral. La bendición apostólica que generosamente impartimos en el Señor a ti, venerable hermano nuestro, así corno al citado cardenal arzobispo de Kampala, a los demás obispos, autoridades, sacerdotes, religiosos y a todos los fieles que se reunirán con motivo de este jubileo, confirme los votos que hacemos para que se perciban los más ubérrimos frutos.
Dado en Roma, junto a San Pedro, el 17 de enero de 1979, primer año de nuestro pontificado.
IOANNES PAULUS PP. II
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