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JUAN XXIII

MENSAJE URBI ET ORBI*

Sala Clementina
Lunes 25 de diciembre de 19
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Venerables hermanos y amados hijos:

Las variaciones meteorológicas de esta jornada no aconsejan ni permiten las manifestaciones a cielo abierto. Pero un gran hecho nuevo se ha inscrito esta mañana no sólo en la historia de los hombres, no sólo en la historia de la Iglesia, sino en el ejercicio de aquella piedad cristiana que caracteriza ese amor de nuestro Padre celestial por nosotros, que es elevación de nuestro amor de hijos hacia Él.

La conmemoración de Navidad se ha hecho este año todavía más alegre y promete un orden nuevo, no como decía el poeta "iam novus incipit orlo", sino como decía Jesús y como repite a cada momento en favor de su Iglesia: "Ecce nova facio omnia".

Siempre la levadura divina quiere fermentar más a fondo y más ampliamente nuestros corazones humanos.

Sí, queridos hijos, sí. El Concilio Ecuménico Vaticano II ha sido publicado esta mañana mediante la bula Humanae salutis. Así, pues, los pastores de toda la grey cristiana, todos, seguidos de la espera afectuosa incluso de los no cristianos, llegarán a estas colinas romanas donde esta el Pastor, el pastor que, al suceder a San Pedro, hace las veces de aquel que es llamado Episcopus animarum nostrarum.

Los obispos, en unión con Pedro, vendrán aquí a hablar de aquella cosa única y santa, y sólo necesaria, que es el amor de los hombres como hermanos en la adoración del único Padre, en la participación más viva de la vida y de la gracia de Cristo. Esta Navidad, por tanto, con el nacimiento de Jesús señala el nacimiento no sólo de nuevas esperanzas, sino de nuevas realidades divinas.

Donde Pedro habla, vosotros lo sabéis, es Jesús quien habla y en nuestra palabra humilde pero, a la vez, solemne palabra con la que hemos publicado el Concilio, es un auspicio más que una invocación, para que este nuevo año pueda ver acabadas todas las guerras, eliminadas todas las discordias y reunida la tierra ante el cielo en un solo clamor: el clamor del amor fraterno y filial: "Padre nuestro que estás en los cielos".

En la plegaria de la Iglesia está el alma del Concilio; está la bendición invocada del cielo sobre toda la tierra.

Venerables hermanos, queridos hijos: en la Natividad del Señor este es nuestro voto, nuestro anhelo ardiente. Y será, una vez más, fuente de inefables bendiciones. Enviándoos desde aquí, ya que no podemos hacerlo desde el balcón central del máximo templo de la cristiandad, sino que la hemos de confiar a las alas de los nuevos medios de transmisión universal, la bendición de Jesús por labios de su Vicario, quiere revestirse de un triple significado y descender sobre todos los que os reunís ahí abajo y sobre todos los pueblos de la tierra.

Jesús que nace, nace como nuestro Redentor. Señalándolo a las muchedumbres sedientas de luz y de interior consolación, Juan el Bautista decía: "Ecce qui tollit peccata mundi". Es la primera y la gran bendición de esta Navidad: Cada hombre se purifica, ve más claro delante de sí, se dispone a servir mas cumplidamente sus responsabilidades no inspirado ni movido por otro ideal que no sea éste que se resume en la obra de la redención.

Jesús que nace, nace como nuestra gloria. Ipse dat maiestatem populo suo. Lo mismo la historia de los siglos pasados que la del siglo presente, se endereza a Él. Sin Él es un esfuerzo ineficaz pretender dar orientación segura a los pueblos; sin Él en vano se esfuerzan los pueblos y los individuos en una edificación individual, familiar y social

Como ayer, así en el futuro: las construcciones que no tengan en Jesús, que hoy nace en la historia, la piedra fundamental, que no aceptan la palabra, los ejemplos, la redención operada por Cristo o la rechazan están destinadas todas, al primer soplo, seguido del huracán, a ceder y perecer.

Jesús que nace, nace como nuestra paz. Deus fortis, dominator, princeps pacis. Los poderosos apenas si distinguen la debilidad del Niño en una gruta fuera de la población; los humildes, llamados, en cambio, y conducidos a Él por la fe, reconocen su fuerza y le adoran. Su pacifico principado presupone en el hombre la cooperación más vigilante y más pronta que se inicia en e! dominio de sí mismos, en la disciplina del espíritu y del cuerpo, en la dignidad de la vida y en la firmeza de los propósitos.

Una vez mas, pues, abierto el ánimo a la mayor confianza, invitamos a nuestros hijos esparcidos por toda la tierra y con ellos invitamos a todos los hombres que aman la bondad a dirigir sus pasos hacia Belén. Como el Padre celestial, Nos que representarnos sobre la tierra su universal paternidad, no os decimos: Ipsum audite, porque Jesús no habla todavía; os decimos, sin embargo: Ipsum videte. Pensadlo bien, queridos hijos. Esta es la Navidad: Jesús que nos redime, Jesús que nos da la gloria, Jesús que nos da 1a paz; y esto es todo. Viendo a Jesús, el omnipotente y humilde, infinito y pobre, Verbo de Dios y callado, todo hombre puede ver la salvación que viene de Dios, tomar alientos para reformar su vida, para hacer meritorio para sí y beneficioso para sus semejantes este misterioso y providencial trance que es nuestra humana existencia.

Como el Padre celestial os invita hacia su Hijo, hecho nuestro hermano, así la Iglesia, repitiendo el gesto santo de María, os presenta a Jesús a través del ministerio sacerdotal que nosotros continuamos.

Venid, venid a Jesús; venid todos cuantos estáis en el mundo, cuantos sufrís y tenéis penas; É os llama con nuestra palabra, Él os alarga los brazos, como hacemos Nos en este momento, Él os bendice en las palabras de nuestra bendición.


* AAS 54 (1962) 46-48; Discorsi, messaggi, colloqui, vol. IV, págs. 123-126.

 

 



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