DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
A LOS SEMINARISTAS DE VARIAS DIÓCESIS DE ITALIA*
Jueves 6 de abril de 1961
Queridos seminaristas:
El encuentro de esta mañana nos trae el encanto de la juventud que se prepara para el sacerdocio y suscita en nuestro corazón alegres impresiones y dulces esperanzas.
Hijos de Florencia; ante todo el pensamiento se dirige a vuestra ciudad, confiada a la protección especial de su glorioso Patrono, el primer Juan. Un lejano recuerdo, que se remonta a las primicias de nuestro sacerdocio, nos vincula a ella, como nos complacimos en recordarlo en la carta que enviamos con motivo de la Misión de la ciudad.
La última vez que nos detuvimos algunas horas en Florencia fue el 29 de abril de 1954. Íbamos directamente a Sena para presidir la oblación del aceite de la región véneta a los santuarios de Santa Catalina. El motivo de detenernos fue un gesto de respeto y fraternidad episcopal hacia vuestro Cardenal Arzobispo, que nos acogió con alegría y nos agradó con su conversación rica en útiles observaciones de vida pastoral. El venerable Prelado nos era conocido desde 1922, cuando se celebró en Vicenza un encuentro de sacerdotes cooperadores de las obras misionales.
Florencia aparece hoy ante Nos como una florecida primavera, cuya imagen y símbolo son sus encantadoras y armoniosas colinas.
El vibrante eco de la reciente Misión de la ciudad, por lo que usted, señor Arzobispo Coadjutor, siempre tan celoso y tan querido de Nos, nos ha hecho saber, es de buen augurio para el futuro de la diócesis, corazón de la región toscana, de aquella antigua Etruria, rica en civilización y en historia, que fue singularmente bendecida por Dios con todos los dones de naturaleza y gracia.
Y ¿qué os diremos a vosotros, hijos de Monreal? Llevamos en los ojos vuestra encantadora ciudad, que visitamos los primeros días de mayo de 1923. Pero sobre todo la llevamos en el corazón por las nuevas que se nos han dado sobre el prometedor desarrollo de sus actividades apostólicas. Parece que descienden, como de su principio inspirador, de aquellos encantadores mosaicos que adornan las bóvedas de vuestra catedral y exaltan la grandeza del cristianismo.
El Antiguo y Nuevo Testamento —como en Ravena y Venecia— han penetrado en el espíritu humano con el poder del arte, vivificado por la armonía de la fe. Esta es la riqueza de un pueblo; esta es la primera escuela de un joven llamado al sacerdocio.
También nos alegramos de ver unidos los florentinos y monrealeses a los alumnos del seminario regional de Sena dedicado a nuestro Predecesor, Pío XII, de venerable memoria, y los seminaristas de la Congregación de los Hijos del Sagrado Corazón de Jesús, llamados Combonianos.
Sena "fiel y gentil... despierta gallarda en sus tradiciones cívicas y religiosas" (A. G. Roncalli, Escritos y Discursos, I, 1954, pág. 199), como la llamamos en la alegre circunstancia del 29 de abril de 1954 a que hemos aludido, nos está siempre presente en el recuerdo de su más noble hija, cuyo nombre lleva por el mundo, místicamente asociado a aquel amor por Cristo y su sangre preciosísima, cuya ardiente defensora fue. Asimismo nos sirve de vivo consuelo la presencia de jóvenes de diversas procedencias, que se preparan para ser sacerdotes misioneros, portadores de la alegre nueva a los pueblos en cooperación fraternal en el sagrado ministerio con ese clero local cada vez más numeroso para consuelo de la Iglesia santa y bien de las almas.
Aprovechamos la ocasión del encuentro de hoy, queridos seminaristas, para ofrecer a vuestra consideración dos pensamientos tal y como brotan del corazón en este especial momento.
I.—Visión clara pero serena de la realidad presente.
II.—Acción apostólica siempre pronta y generosa.
I. Visión clara pero serena de la realidad presente
En el mensaje de Pascua alguno ha notado la alusión del Papa a las preocupaciones presentes como si ello fuese una novedad, cuando siempre la hemos mencionado y repetidas veces explícitamente.
Pero tal vez sea verdad. La nota característica del mensaje de Pascua ha sido como la manifestación de una mayor confidencia de lo que aflige nuestro corazón, incluso cuando nos imponemos la disciplina y discreción del silencio.
¡Queridos hijos! Es muy natural que no falten las preocupaciones. Siempre las hubo en los pasados siglos.
La historia se repite. No faltarán en todo tiempo pruebas a la Iglesia. El Papa debe preceder a todos en el Vía Crucis que es el de Nuestro Señor, Sacerdos in aeternum. Y, como sabéis, el camino del Calvario tiene como punto de partida la agonía de Getsemaní.
Pues bien, queridos hijos, vosotros sois los llamados y elegidos para este camino con la Iglesia perseguida y paciente.
Vuestra vida de seminaristas de hoy no está en función de preparación para un servicio que pueda y quiera ejercerse en un mundo ideal y quimérico. ¡Ay de vosotros si pensáis así! Tropezaríais con amargas desilusiones.
Bien lo sabéis. El verdadero sacerdote del Señor no vive persiguiendo sueños de irrealizable prosperidad terrena, de comodidad y bienestar el sacerdote no se muestra triste con el recuerdo de felices edades pasadas que jamás existieron.
Ayer, hoy y siempre tenemos que combatir para permanecer firmes en la fe y en la caridad, para no ceder a las seducciones de la vida efímera y sin perturbaciones.
Ante el hombre, el cristiano y con mayor razón ante el sacerdote está el enemigo del bien, quaerens quem devoret (1 Petr. 5, 8). El intenta perturbar el orden querido por Dios. Para él todas las armas valen: desde el desprecio de las leyes eternas, como si fuesen supersticiones de ignorantes, a la más mezquina pereza espiritual; de la insistencia desordenada en los intereses personales a la demagogia fácil y rebelde; de las tentaciones de la soledad a las del orgullo intelectual y de la intolerancia de la disciplina.
Pero nuestras armas son más fuertes que las del princeps huius mundi dispuestas contra nosotros. Exigen continua vigilancia: "sobrii estote et vigilate... resistite fortes in fide" (ibid. 5, 8, 9). In fide, queridos hijos, in fide. Como en tiempos de Santa Catalina y de San Antonino. Entonces también las dificultades y rebeliones fueron vencidas con la santidad. Este es el secreto, esta es la consigna que os confiamos: vuestra vida debe desarrollarse en el ocultamiento espiritual con Cristo en Dios (Col. 3, 3). Ella está llamada a superar todas las insidias y dificultades luchando vigorosamente en ejercicio de celo, pureza de intención y colaboración con Dios en la salvación del mundo.
Y ahora he aquí el segundo pensamiento:
II. Acción apostólica
Aquí es donde encaja la aportación del sacerdote al plan del Señor. Aquí está la esencia y explicación del ministerio sacerdotal: ministerium, es decir, servicio humilde y fervoroso, que da sin pedir, sin pensar en uno mismo, como ministerio de siervos aparentemente inútiles pero, de hecho, valerosos e intrépidos: "quod debuimus facere, fecimus" (Luc. 17, 10).
El apostolado al servicio del Señor y de las almas se inspira en muy distintos principios que los mundanos; no en la presunción, por tanto, sino en la vocación, no en improvisaciones sentimentales, sino en el estudio sólido, en la piedad convencida, en la constante disciplina.
El joven sacerdote de los tiempos modernos se vale de los progresos de la metodología de conquista y de los auxilios de doctrinas pastorales bien organizadas, pero ante todo se guarda de concebir el apostolado como una técnica, y conforma su pensamiento y su vida con la sinceridad, generosidad y sacrificio que enseña el cristianismo y en el que debemos todos sentirnos comprometidos.
Fijaos en el pasaje de hoy de los Hechos de los Apóstoles, leído durante la Santa Misa, en el episodio del diácono Felipe. Es una escena desbordante de alegría espiritual y de encanto apostólico (Act. 8, 26-40). Así va por los caminos del mundo el siervo de Dios y de las almas; como Felipe recogido en oración, siempre confiado, siempre abandonado totalmente a las inspiraciones del Paráclito, a la acción de la gracia; dispuesto a cumplir su misión que es secundar a la gracia y no anticiparse a ella; salir a su encuentro en el momento oportuno, así coma retirarse en silencio cuando se ha realizado la obra, dejando en el corazón de los favorecidos una gran paz y alegría inenarrable.
Vuestro apostolado será tanto más provechoso si sabéis haceros dóciles instrumentos de la gracia de Dios, que no buscan palabras de alabanza humana y de aprobaciones efímeras sino que abren un camino profundo par donde pasará el Señor. Entonces el Espíritu Santo podrá apoderarse de vosotros y realizar por vuestro medio milagros de renovación y transformación de las almas.
¡Queridos hijos! Nuestro espíritu exulta al confiaros estos pensamientos presintiendo el bien que el Señor quiere obtener de cada uno de vosotros, conforme a un designio de amor infinito; al pensar que vuestro sacerdocio recogerá las primicias del Concilio Ecuménico ante la conmoción de almas que tales solemnes acontecimientos han suscitado en la Iglesia, siempre que se celebraron. Y pedimos al eterno Sacerdote Jesucristo por intercesión de María Santísima, Madre suya y nuestra, que vuestra preparación para el Altar prosiga serena, generosa, modesta y alegre. En estos años tan preciosos para toda la vida, de hecho, se decide vuestra futura fidelidad.
En prueba de nuestros paternos deseos y en prenda del afecto vivísimo que os tenemos nos complacemos en acompañaros a vuestro regreso al seminario con una especial y reconfortante Bendición Apostólica que de corazón hacemos extensiva a vuestros Obispos, Rectores, Superiores y Profesores, a vuestras familias y parroquias, para que así como Nos presentimos la alegría prometida a los siervos y fieles también la presientan ellos.
* Discorsi, messaggi, colloqui, vol. III, págs. 198-203.
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