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DISCURSO DEL PAPA JUAN XXIII
CON MOTIVO DEL DÉCIMO ANIVERSARIO DE LA “EXSUL FAMILIA”
*

Domingo 5 de agosto de 1962

 

Señor cardenal:

Le quedamos agradecidos por haber reunido en San Pedro a esta asamblea de emigrantes y exilados de miembros del “Apostolatus Maris” y del “Apostolatus Coeli”. La Sagrada Congregación Consistorial, juntamente con el Consejo Supremo de Emigración, quiere de esta forma conmemorar el décimo aniversario de la “Exsul Familia”.

Nos alegramos, ante todo, de expresarle Nuestra satisfacción por la posibilidad que Nos ha ofrecido de  exteriorizar los sentimientos de Nuestra benevolencia para con los trabajadores, hijos del continente europeo, que se han injertado noblemente en las estructuras sociales de muchos otros países del mundo.

Queridos hijos e hijas:

La audiencia de hoy brilla con luminoso esplendor de contenida y trepidante emoción. Es la luz que proviene de la Santa Familia, que se dirige desde Belén a las desconocidas tierras de Egipto; es emoción que arrebata a todos los corazones, al meditar la humilde paciencia de Jesús, de María, su Madre purísima, y de San José, virginal protector de ambos, en las humillaciones de la fuga improvisada, de las innumerables estrecheces y preocupaciones en tierra extranjera.

De allá, de aquel episodio de la Sagrada Familia fugitiva, se nutren el afecto y las preocupaciones que la condición singular, y deseamos transitoria, de los emigrantes suscita en la Iglesia y en todos los cristianos.

¡Qué ternura invade en esta ocasión el espíritu del Papa que os habla, cuya vida —permitidnos decirlo— se ha desarrollado también por los anchos caminos de Oriente y Occidente, al servicio de la Santa Iglesia, en países diversos, con frecuencia en contacto con los sufrimientos de emigrantes y exilados!

I. Una mirada al pasado

 La “Exul Familia”, dedicada al “Cuidado espiritual de los emigrantes” , ha resumido, como en un pequeño código, las múltiples experiencias seculares y providenciales de la Sede Apostólica y de muchos espíritus selectos. El documento es un testimonio de la vigilante solicitud con que la Iglesia, siguiendo las modernas transformaciones sociales quiere ayudar a la solución de los problemas que éstas plantean con tanta urgencia. Ante el acentuado nomadismo de los pueblos y las nuevas necesidades espirituales por éste originadas, nuestro predecesor, de venerada memoria, quiso dar una estable y completa organización a la asistencia de los emigrantes, tanto durante el viaje por tierra y mar como en los puntos de destino. Con alta prudencia esta obra, que se irradia desde Roma, fue puesta bajo la amable dirección de los obispos. De ella se han derivado numerosas instituciones en el mundo: los sacerdotes se encuentran junto a los emigrantes en los barcos y en los aeropuertos como en las diversas localidades de trabajo.

Constante preocupación del Sucesor de Pedro

Por Nuestra parte, desde Nuestra primera encíclica, Ad Petri Cathedram, considerábamos las condiciones de los emigrantes y los peligros a los que veíamos expuesta la práctica religiosa y la vida moral, exhortando a las autoridades civiles a hacer todos los esfuerzos posibles para salir al encuentro de muchas graves situaciones y reunir los hogares dispersos y desmembrados. El 20 de octubre del año pasado hablando al Consejo Supremo de Emigración y el 25 del mismo mes al Secretariado internacional del “Apostolatus Maris” subrayamos la necesidad de la providencial y amante vigilancia de la Iglesia, que por medio de los sacerdotes —en número creciente pero aún insuficientes para tan vasto trabajo— acude en socorro de estos hijos suyos, para sostenerlos y guiarlos en la incertidumbre de los primeros pasos.

A lo largo de las etapas transcurridas en el ejercicio de Nuestro ministerio, como ya hemos recordado, primeramente en Bulgaria, en circunstancias históricas difíciles; luego en Francia, en los contactos tenidos con los grupos étnicos de diversa procedencia, advertimos la decisiva importancia —no sólo desde el punto de vista religioso— del trabajo desarrollado en este delicadísimo sector por tan bravos eclesiásticos y seglares,

¡Qué gran cantidad de dolores, unidos a esperanzas y a expectativas, encuentran apoyo y comprensión! Pues el emigrante, en el primer momento, se puede decir que está despojado de los afectos familiares, de la parroquia nativa, de la lengua y del propio país. Se encuentra frente a dificultades de trabajo y de alojamiento, de adaptación a condiciones de vida extrañas, que con frecuencia influyen negativamente en su educación. Tiene necesidad de abrirse a personas amigas; de orar, al menos en un principio, y de recibir la instrucción catequística en una iglesia o capilla que corresponda a su particular estado de ánimo; tiene necesidad, finalmente, de tranquilidad y —probablemente— de una casa propia. Y he ahí, el sacerdote, viva imagen de la paternidad de Dios, viene a él, a ofrecerle su consuelo y a darle confianza.

La mirada hacia el pasado nos dice que se ha cumplido en lo posible en este campo de acción exquisitamente pastoral; desde 1952 se ha elevado el número de las así llamadas misiones, de las parroquias nacionales y de los centros que miran por las diversas formas de asistencia y por la gradual inserción de los emigrantes en las comunidades locales.

II. Una mirada al futuro

Queridos hijos: La peregrinación de hoy hace honor a las experiencias realizadas e induce a mirar con confianza al porvenir.

Nuestras palabras quieren, ante todo, alentar la siempre eficaz coordinación de todas las actividades.

Nos encontramos ante un fenómeno en vías de continuo desarrollo. Presenta, sí, dolorosos aspectos psicológicos, que exigen mucha comprensión; sin embargo, poco ayuda subrayar los inevitables efectos negativos cuando se pueden sacar muchas ventajas de una visión clara y de prudentes resoluciones.

Respeto a las fuerzas vivas del trabajo

La emigración es principalmente un hecho humano de vastas proporciones, del que son protagonistas hombres y mujeres, personas concretas, animosas, cada una con sus problemas; personas capaces de grandes sacrificios para conseguir una situación económica más decorosa, dispuestas a todas las adaptaciones ambientales y a las asimilaciones culturales, según el plan de la Providencia. La emigración es considerada como un aporte de energías vivas que deben llegar frescas y preparadas a las naciones hospitalarias. Y puesto que proporcionan una contribución preciosa a la economía de diversos países, es natural que deben insertarse en ellos dentro de un proceso armonioso y continuo, que no experimente dolorosos resquebrajamientos.

Se ha llegado o se está llegando, casi en todas partes, a la feliz aplicación de los principios cristianos de mutua colaboración y fraternidad. Nadie se basta a sí mismo, ni en el plano individual ni en el nacional. El gran respeto que se debe y se da a las fuerzas vivas de la inteligencia y de los brazos ha acelerado la superación de antiguos esquemas y va a cancelar para siempre la penosa nomenclatura de extranjero tolerado... Los emigrantes encuentran como una segunda patria en los países que los reciben, y se hacen parte integrante, en un plano gradual de paridad y respeto, como todos los ciudadanos de dicha nación.

Se han de multiplicar, pues, las iniciativas para que el emigrante sea provisto de una adecuada formación en el campo religioso, cultural y técnico.

Lo que se requiere es: un esfuerzo coordenada y constante para dar la deseada preparación que permita la injertación vital en la nueva residencia.

También, aparte de la comprensiva preocupación de las autoridades y organizaciones sindicales, para seguir con especial atención a los emigrantes —y nos alegrarnos de poder contar múltiples organizaciones en los diversos países— resultará eficaz la construcción de centros cada vez más numerosos de apostolado, de asistencia social, educativa y recreativa; trabajando entre sí en estrecha colaboración. De esta manera, una vez madurarlo el proceso de integración, estas mismas formas evolucionarán de por sí hacía las comunes a todos los miembros de la parroquia y de la diócesis de residencia.

Confiamos también que el número de los sacerdotes, a los que se acostumbra a dar el nombre de misioneros, pueda estar a la altura de las exigencias de este delicado sector de apostolado, y exhortamos a los obispos a atender las meditadas propuestas de la Sagrada Congregación Consistorial. Y los misioneros que se consideren siempre como al servicio de la diócesis en que se encuentran, para que el trabajo común, llevado según directrices coordinadas, produzca su fruto, sin perder el tiempo en tentativas voluntariosas pero de escasa eficacia.

Providencias para las migraciones interiores

Venerables hermanos y queridos hijos: Una palabra aún. Queremos tocar el delicado problema de las migraciones internas, que va adquiriendo cada vez proporciones mayores. La diversidad de recursos y condiciones económicas entre las diversas zonas de un mismo país, entre ciudades y ciudades, ha producido un flujo constante, que presenta ventajas y dificultades innegables.

Es preciso establecer en todas parles contacto entre las parroquias de origen y las de llegada; tratar de realizar obras oportunas en los sitios de partida, que aseguren la preparación religiosa y moral, cuidada información sobre diversos problemas, aún de naturaleza organizativa, con las indicaciones recibidas de los sitios de la nueva residencia, y en éstas fomentar un clima de hospitalidad fraterna, de comprensión y de ayuda. Para el planteamiento y solución de estos problemas es útil y preciosa la colaboración del laicado católico. De este modo se podrá contar con una red organizada, dispuesta a acelerar la integración de los emigrados en la vida religiosa local, en el ambiente de la nueva parroquia que quiere abrirse como una familia para recibir a los nuevos hijos.

El Concilio Ecuménico, en torno al cual gravita la atención universal, ofrecerá también en este campo amplia materia de estudio. Esto Nos abre el corazón a gratas esperanzas.

A la luz de la Sagrada Familia peregrina

Queridos hijos, al finalizar este coloquio el pensamiento vuelve a la Sagrada Familia peregrina en tierras lejanas, e inspira un cordial y emocionado augurio de ayuda y aliento celestial para todos los emigrantes; augurio benéfico y restaurador para las familias que se encuentran en camino hacia nuevas tierras por las rutas de la tierra, del mar y del cielo; para los sacerdotes dedicados a un servicio misionero por su naturaleza; para cuantos se dedican con singular competencia a la solución de problemas siempre nuevos.

¡Oh nuestro buen Padre Celestial! “El es el poderoso protector, auxilio incomparable, descanso en los trabajos, refugio contra el sol del mediodía, ayuda para no tropezar, socorro en las caídas. El levanta el ánimo e ilumina la mirada, da salud, vida y bendición” (Eccle., 34, 19-20).

Nuestra Bendición Apostólica, espejo de la divina, se derrama confortadora y auguradora de todos los deseados favores para vosotros aquí presentes, para vuestras familias, para los queridos sacerdotes, para el Consejo Supremo y la Comisión Episcopal de Emigración y para la activa Sagrada Congregación Consistorial, que coordina el vasto trabajo en pro de las continuas ventajas espirituales de los emigrantes.

Sea prenda de continuas gracias y celestiales predilecciones. Amén.

 


*  AAS 54 (1962) 576; Discorsi-Messaggi-Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, vol. IV, pp. 450-456.

 

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