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DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN XXIII
A LOS PARTICIPANTES EN EL X CONGRESO NACIONAL
DE MUJERES Y JÓVENES DE LA CONFEDERACIÓN NACIONAL DE AGRICULTORES

Jueves 18 de abril de 1963

 

Queridos hijos:

Llevamos en los ojos y en el corazón el recuerdo del reciente encuentro en la Basílica Vaticana con la Confederación de Agricultores, de la que sois elemento vivo y prometedor.

Juventud y alegría caracterizan a esta reunión de hoy, transfigurada por la luz de la Pascua. En los jóvenes agricultores y en las jóvenes rurales, llegados a Roma para conmemorar el primer decenio de la fundación de las respectivas organizaciones, saludamos a representaciones significativas del orden social. Ante todo, jóvenes tranquilos y laboriosos, que conocen la fatiga de los campos, y se preparan a asumir su puesto de responsabilidad; luego, esposas y madres de familia, a cuya prudencia, cordura y espíritu de sacrificio, está confiado el alto deber de la educación de los hijos y los quehaceres cotidianos de la vida doméstica.

Comprended, pues, con qué benevolencia os saludarnos y os recibimos, queridos hijos e hijas, dichosos de poder dar un rasgo de más intenso gozo a vuestra conmemoración decenaria, juntamente con el paternal aliento por las metas, que se abren a vuestro futuro.

Las dos organizaciones a las que pertenecéis han realizado, en un breve espacio de tiempo, progresos notables, haciendo más aguda vuestra sensibilidad de jóvenes agricultores y de mujeres rurales sobre las nuevas perspectivas, que el creciente ritmo de la vida moderna ha impuesto en gran escala al sector de la agricultura. No desconocemos las dificultades en que ésta se encuentra; y las hemos notado públicamente en distintas ocasiones, para invitar a los órganos responsables de los gobiernos de todo el mundo a especiales providencias. Pero como hemos indicado en la carta encíclica Mater et Magistra: “estamos convencidos de que los protagonistas del desarrollo económico, del progreso social y de la elevación cultural de los ambientes agrícola-rurales, deben ser los mismos interesados, los trabajadores de la tierra. Ellos pueden fácilmente darse cuenta de lo noble que es su trabajo: tardo porque se vive en el tiempo majestuoso de la creación, como porque se desarrolla de ordinario en medio de la vida de las plantas y de los animales: vida inagotable en sus expresiones, inflexible en sus leyes, rica en relaciones con Dios Creador y Providente”.

Nobleza del trabajo

Cuando se cree en la nobleza del propio trabajo, y se está unido en obra de colaboración solidaria, entonces la puesta al día de cada uno lleva con entusiasmo a duraderos progresos.

Es cuanto los Grupos juveniles de Agricultores se esfuerzan en obtener —como se nos ha referido—, inculcando la instrucción profesional, enriquecida por la práctica, promoviendo las actividades de grupo en fraternal colaboración, estimulando el espíritu de iniciativa para el mejoramiento constante de las condiciones de la agricultura.

Y vosotras, queridas hijas, según el pensamiento de la Iglesia, sed también responsables de la elevación de los pueblos del campo, tanto como colaboradoras de la empresa agrícola familiar, como en el deber específico de mujeres y madres cristianas: dispuestas siempre a reafirmar en la vida los valores del espíritu, el respeto de la propia y ,ajena dignidad, la defensa de las sanas tradiciones.

Es un programa que requiere seria preparación, y, sobre todo, pureza de vida sobrenatural, porque “si el Señor no edifica la casa, en vano se fatigan los que la construyen” (Ps 126, 1).

Nuestra oración os sostiene en el trabajo diario implorando para vosotros la protección divina en la consecución de tan nobles fines; y como prenda del paternal afecto, con el que seguimos esperanzadamente vuestra actividad de jóvenes agricultores y mujeres del campo, deseamos acompañar el constante incremento de vuestras asociaciones con el don de la propiciadora Bendición Apostólica.

 



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